La famosa pintora del siglo XVIII que tuvo un perfil de Facebook en Valladolid
Un libro repasa la historia de Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun, retratista de María Antonieta, y protagonista siglos después de un curioso cuadro que ganó el certamen de pintura de Acor
En octubre de 1778, la reina María Antonieta ya no sabía a quien recurrir. Su madre, la emperatriz María Teresa, quería para su hija un ... digno retrato a la altura de sus cargos (archiduquesa de Austria y reina consorte de Francia, casada con Luis XVI). Pero ninguno de los artistas que ofrecieron sus pinceles les convencía. Lo intentaron pintores academicistas como Joseph Duplessis, como François-Hubert Drouais. Sin éxito.
El libro

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'Mundos muliebris' Marc Fumaroli.
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Acantilado. 112 páginas. 16 euros.
Ni madre ni hija hallaban un nombre a la altura de sus expectativas cuando las cuñadas de María Antonieta (ay, las cuñadas) le hablaron de una jovencísima artista para la que ellas habían posado. Y el resultado era espectacular. Fue así como la reina de Francia conoció a Marie Louise Élisabet Vigée Lebrun (1755-1842), una pintora excelsa que se convertiría no solo en su retratista de cabecera, sino también en un símbolo de cómo la sociedad francesa de finales del siglo XVIII convirtió a la reina de Francia en objeto de sus críticas… hasta que el 16 de octubre de 1793 pasó por la guillotina.
Lo cuenta Marc Fumaroli (1932-2020), historiador y humanista francés, en 'Mundus muliebris', un pequeño ensayo que acaba de publicar la editorial Acantilado. En él, cuenta la apasionante historia de esta pintora, que década (siglos) después recibió un curioso guiño por parte del mundo artístico vallisoletano.
En el año 2022, el certamen de pintura de Acor concedió su primer premio a una obra de la pintora bilbaína Ana Riaño, quien imaginó cómo sería el perfil de Facebook de Vigée Lebrun. Ahí estaban etiquetados sus amigos (Adelaide Labille-Guiard, Joseph Vernet, Jean Baptiste Riviere) y sus supuestas publicaciones recibían los 'me gusta' de María Antonieta.

De hecho, en la vida real, la reina se convirtió en una gran admiradora de esta mujer que conquistó con su talento un mundo reservado a los hombres. «Las pintoras en París estaban relegadas a los géneros de segundo orden», recuerda Fumaroli. Por ejemplo, la naturaleza muerta, el retrato cotidiano, algo más tardíamente el paisaje. Fuera de ahí, apenas había un espacio para las artistas femeninas.
«La Académie Royale de Pintura, Escultura y Grabado, fundada en 1648 para diferenciar las artes de los oficios, no incluía a mujeres», apunta el autor del ensayo, quien ofrece más fechas. Durante la regencia del duque de Orleans (1715-1723) se hizo una excepción para admitir a la veneciana Rosalba Carriera. Y en 1770 se fijó una cuota por la que solo podían entrar cuatro mujeres. El mundo del arte era hostil si no eras hombre en el siglo XVIII. Pero había mujeres entregadas a fomentar y difundir su talento.
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La mayoría se había formado en casa, de la mano de sus padres artesanos. También hallaban cobijo en la Académie de Saint-Luc, una corporación privada que sí que ofrecía apoyo al talento femenino. En el caso de Elisabet, el arte siempre estuvo muy presente en su hogar. Su padre, Louis Vigée (1715-1767), fue un pintor pastelista con cierto nombre en la época y que alentó la vocación de su hija. Lamentablemente, murió cuando ella solo tenía 12 años, aunque la joven Elisabet encontró el apoyo de varios artistas, amigos de la familia, como Gabriel Briard y Gabriel Doyen. Y además, visitó de la mano de su madre importantes colecciones privadas, donde pudo disfrutar y aprender con maestros como Rafael, Tiziano, Rubens y Van Dyck.
Sin embargo, su madre se casó con un tipo «grosero y codicioso» y Elizabeth decidió abandonar el hogar y casarse con Jean Baptiste Pierre Lebrun, un pintor y marchante de arte que no dudó en aprovecharse del trabajo de Elisabet: se quedaba con parte del dinero que obtenía con la venta de sus obras. De hecho, esta relación con un marchante fue uno de los argumentos esgrimidos por sus detractores para impedirle el ingreso en la Academia Real. Era el año 1783. Pero en aquella época, ya conocía a María Antonieta. Y la reina medió para que no hubiera trabas en su admisión.

Este apoyo de la reina a Elisabet fue visto en la época como un respaldo directo de su majestad al 'mundus muliebris' parisino. Este conceptos, con el que Fumaroli bautizó su ensayo, hace referencia al adorno femenino, a todos esos «objetos y perfumes usados por las mujeres para embellecerse». «En la época prerrevolucionaria francesa se desató con gran crítica y polémica una doble identidad. Por un lado estaba la monarquía administrativa y masculina. Por el otro, unos poderes femeninos que eran vistos como invasivos e indirectos», escribe Fumaroli en su libro. Existía pues una «misoginia política, moral y social que tomó como chivos expiatorios a la reina María Antonieta y a su retratista oficial, Vigée Lebrun».
La reina era una austriaca, sospechosa de «serlo demasiado» en el trono francés, y con fama de derrochadora en tiempos de austeridad y de déficit. Su figura estaba mal vista por la iglesia y por los moralistas romanos. «Se convirtió en el blanco de una antigua misoginia de origen religioso, pero también de una crítica filosófica y política» que esgrimía que los gustos de la reina (los muebles, las joyas, el teatro, las artes) debilitaban el estado. Y junto a ella, estaba su pintora preferida: una mujer «bella, seductora y exitosa».

«La revolución de 1789 fue un estallido patriótico que quería vencer la feminización decadente atribuida desde la regencia al estado monárquico y a la aristocracia de espada», defiende Fumaroli. La reina María Antonieta terminó en la guillotina. Vigée Le Brun huyó después de la revolución, en octubre de 1789, en una diligencia pública rumbo a Italia. Durante los años siguientes, hasta 1801, recorrió varias cortes europeas (Roma, Nápoles, Viena, San Petersburgo), donde se ganó la fama como retratista que ya había demostrado junto a María Antonieta.
Potenció un estilo en el que asumía los defectos de las modelos, inspirada en las enseñanzas de Rafael o Rubens, y donde no solo importaba el parecido, sino también su idealización. «En sus retratos había una conciencia femenina», resume Fumaroli, quien asegura que además atenuaba los adornos para apostar por la «hermosa naturalidad», con un cuerpo femenino más liberado y no tan encorsetado ni emperifollado.
Vigée Lebrun, que dejó escritas sus memorias, falleció a los 86 años. Justo 180 años después, su rostro se asomaba a ese perfil de Facebook premiado en Valladolid (y expuesto en la iglesia de Las Francesas). «Fue una pintora que no tuvo tanta proyección como cabría esperar», lamentaba Ana Riaño durante la presentación de su trabajo galardonado con el premio Acor.
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