Secciones
Servicios
Destacamos
«Siempre deseé ser una estupenda pintora...pero para lograrlo tiene una que dedicarse exclusivamente a pintar y yo he deseado hacer demasiadas cosas». Eso decía de sí misma Mery Maroto en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid. Corría el año 2014. En la pasada madrugada moría esta mujer que fue pintora, escultura, figurinista y escenógrafa. También fue esposa de Juan Antonio Quintana, madre de Lucía, abuela de dos nietos, y amiga de todos los 'teatreros' de Valladolid. Tenía 76 años y había sufrido varias intervenciones en las válvulas de su corazón. La capilla ardiente está en el tanatorio San José de Valladolid, a donde vino a vivir con cinco años desde su Zamora natal.
«En los años cincuenta los niños no teníamos folios ni cuadernos para dibujar...Pero yo tenía suerte: la cocina de mi madre tenía las paredes de baldosines blancos y podría dibujar y borrar cuanto quisiera». Allí Maroto ensayó pájaros, árboles, bailarinas y zapatos de tacones altos. No le gustó estudiar y pronto encontró su sitio en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid. «Ha sido el lugar donde fui francamente feliz», confesó la artista. Allí tuvo como profesora de modelado a Ana Jiménez, quien se convirtió en su estrecha amiga. «Cuando llegó a la Escuela fue una renovación», recordaba cuando murió la escultora en 2013. «La animé un mes antes de la operación, le dije que la cirugía era irremediable pero que no pasaba nada, a mí me la han hecho cuatro veces», decía Mery. Ganó premios y estaba metida en las artes plásticas hasta que en 1968 «el teatro se interpuso en mi camino. Conocí a una Antonio Quintana que había llegado a Valladolid como actor del montaje de Carmelo Rodero, 'Vania', de Chejov». Le propuso trabajar como figurinista y escenógrafa. Pasó a formar parte de su 'troupe' en 36 espectáculos a lo largo de 30 años.
Luis Miguel García, de Teatro Corsario, recuerda los tiempos pre-corsarios, cuando estudiaban en el Aula de Teatro de la UVA. «Para nosotros Mery es una madre. Ella hizo todo lo de alrededor de Quintana; componía, vestía, maquillaba y sobre todo era la calidez absoluta. Sería bueno que conociera esto el público. Los trabajos con Quintana nos hicieron valorar el trabajo de Mery, la que ponía la paleta de colores en el escenario. Era mágico sentarte a que te maquillara. La debemos muchas cosas».
El crítico Fernando Herrero fue uno de sus profesores. «Magnífica pintora y escritora, en continua evolución, infatigable trabajadora a pesar de sus problemas de salud, Mery Maroto nos ha dejado. Quedan sus obras, su memoria y algo que quiero significar, su labor escenográfica, tanto desde el punto de vista artístico como artesanal. Su matrimonio con Juan Antonio Quintana le abrió esta nueva posibilidad artística. Todos sus montajes llevaron el sello de Mery. Imaginativa, plural, desde cada obra sabía encontrar el punto de vista plástico y espacial. En una exposición celebrada en Valladolid se pudo comprobar su ingente labor, que no se limitaba a los diseños, sino también al hecho material de confeccionar la escenografía y el vestuario. Labor sacrificada que la artista asumió. Le debemos mucho a la familia Quintana-Maroto, testimonio de una labor artística que creó huella. Nos queda el recuerdo imborrable de una gran persona y artista», decía Herrero.
Por su parte, el etnógrafo Joaquín Díaz fue el encargado de responder a Mery Maroto en su ingreso en la Academia. «Hicimos una amistad grande hace muchos años, cuando quiso hacerme dos retratos. Uno está en la Fundación; el otro, en La Criolla. Era una mujer polifacética, extraordinaria, con una gran personalidad y sentido estético. Nunca estaba satisfecha, algo frecuente entre los artistas».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.