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Capitel de la colegiata de San Pedro de Cervatos, en Cantabria. Jaime Nuño
El misterio de arte y sexo en el románico

El misterio de arte y sexo en el románico

Siete expertos analizan en un libro de la Fundación Santa María la Real el erotismo y su contexto en la iconografía religiosa en los siglos XI y XII

jESÚS BOMBÍN

VALLADOLID

Lunes, 3 de septiembre 2018, 09:18

Mujeres mostrando su vulva, coitos, hombres que exhiben su falo, parejas besándose o figuras desnudas nutren el muestrario erótico esculpido en piedra durante los siglos XI y XII en algunos templos del románico, una singularidad que mil años después sigue suscitando tanta atracción como curiosidad por cómo pudieron tener cabida en el ámbito religioso. En su sede de Aguilar de Campoo la Fundación Santa María la Real comprueba cada verano cómo a sus cursos acuden más alumnos interesados en el románico y los abundantes ejemplos de iglesias y monasterios diseminados por la Montaña Palentina y alrededores.

Uno de los seminarios atendía a los interrogantes que suscita la existencia de tallas obscenas. Su título, 'Arte y sexualidad en los siglos del románico: imágenes y contextos', llevó hasta la villa aguilarense a siete investigadores cuyas ponencias han sido publicadas en un libro titulado igualmente. «El de la sexualidad en el románico era un tema que en las encuestas que realizamos a los asistentes a los cursos veíamos que interesaba mucho, así que decidimos abordarlo de una manera diferente a como se trata en otras publicaciones, yendo más allá y analizando aspectos como la mentalidad del hombre y la mujer de la época medieval desde el punto de vista de las normas sociales que regían las prácticas sexuales, de la Iglesia y de la medicina del momento», cuenta Pedro Luis Huerta, coordinador de los cursos y publicaciones de Santa María la Real.

Canecillo de San Martín de Elines, en Cantabria.

La iconografía erótica se gesta en los monasterios y los investigadores han profundizado en sus orígenes a partir de fuentes como los penitenciales, libros en los que se catalogan, entre otros aspectos, los pecados relacionados con la carne y las penas para redimirlos. Del pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval trata la investigación de Iñaki Bazán Díaz, de la Universidad del País Vasco, ofreciendo una visión histórica sobre la transgresión del modelo de sexualidad conyugal y su castigo, un aspecto que aborda a través de su reflejo en los libros penitenciales el doctor en Historia Miguel C. Vivancos.

Escena en San Miguel de Fuentidueña (Segovia). J. M. Rodríguez

Tres teorías

En la publicación se da cabida a una interpretación novedosa de las representaciones obscenas. Frente a la teoría más aceptada en torno al sentido catequético y doctrinal que estas imágenes albergan como condena del apetito desordenado de los placeres sexuales, José Luis Hernando Garrido, profesor de la UNED de Zamora, considera su posible valor apotropaico, es decir, que fueron esculpidas en capiteles, aleros y pilas bautismales como un rito de carácter mágico que alejaría el mal de los lugares donde fueron colocadas como trampas contra el demonio.

Otra de las teorías esbozadas en torno a la existencia de escenas sexuales en la iconografía religiosa de los siglos XI y XII apunta a que con las imágenes se trataba de estimular la natalidad. «Ninguna de estas teorías se puede desechar al cien por cien», sostiene el historiador Pedro Luis Huerta. «Lo normal es que estas escenas figuren en espacios marginales de los templos, en aleros, pero hay excepciones, como en Santillana del Mar o Villanueva de la Nía, donde fueron talladas en espacios relevantes del templo». Previene el coordinador de los cursos de Santa María la Real del error de acercarse al significado de las relaciones sexuales en la Edad Media desde nuestra perspectiva contemporánea. «Quizá era una sociedad que veía este tipo de relaciones con una naturalidad mayor de la que pensamos. Y sobre su presencia iconográfica en templos religiosos no hay que olvidar que en muchos casos las mejores muestras se encuentran en monasterios o colegiatas, es decir, fueron programas iconográficos diseñados en muchos casos por los propios monjes».

La ausencia de textos que expliquen por qué se esculpieron tales imágenes obliga a seguir echando mano de cartularios, penitenciales, concilios y otras fuentes para conocer su significado. «Aún no tenemos todos los códigos para descifrar al cien por cien esas esculturas talladas en piedra», reconoce Pedro Luis Huerta.

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