Investigar la historia de Valladolid es una permanente invitación al llanto. Es tanto el patrimonio destruido, tanta la historia olvidada, que se pega al alma un orvallo de desolación triste. Lo confirma el historiador vallisoletano Jesús Urrea, que acaba de 'resucitar' el desaparecido convento de ... San Pablo, recreando en imágenes cómo pudo ser. «Uno está curtido, pero es imposible no amargarse al ver cómo se ha destrozado esta ciudad».
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Queda el consuelo de, al menos, saber cómo era lo que ya no está. Y nada más poderoso que la imagen para otorgar esa nueva vida virtual a un patrimonio desvanecido. Jesús Urrea ha investigado concienzudamente hasta averiguar todo lo que puede saberse a día de hoy de aquel edificio emblemático, que tantos acontecimientos albergó, y con la colaboración de Luis Alberto Mingo y Cristina Pardos lo ha reconstruido visualmente. El resultado es «El convento de San Pablo de Valladolid. Nueva lectura para su recreación», editado por la Universidad.
Un libro que el catedrático emérito Jesús María Palomares, autor de una de las investigaciones de referencia previas a la de Urrea, no duda en calificar como «indispensable» para los dominicos y para la ciudad de Valladolid. «El autor ha profundizado en la documentación disponible sobre patronato de capillas, arquitectos, escultores, pintores que trabajaron en el convento o en su iglesia, consiguiendo desvelar y reconstruir el pasado de ambos», explica Palomares, que es asimismo dominico. «Una operación deslumbrante y, sin duda, erizada de dificultades».
El primer problema, para el lector convencional, no experto en historia, es hacerse una idea de qué estamos hablando. Y es que, a día de hoy, muy poco del convento de San Pablo se conserva más allá de su monumental iglesia. Y, sin embargo, en su momento de esplendor, sus edificios -que incluían un claustro de similar valor al de San Gregorio- ocupaban todo el solar actual del Instituto Zorrilla, e incluso algún espacio más. Y sus huertas se desperdigaban hasta el solar que ahora ocupa el viejo hospital Pío del Río Hortega, reconvertido en ampliación del Clínico.
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De todo aquello quedan unas dependencias, repartidas en varias plantas y pegadas a la iglesia, que Jesús Urrea ha logrado identificar como las habitaciones del duque de Lerma. Asimismo, se conserva la antigua sacristía del convento, si bien troceada en varias plantas que se han convertido en las habitaciones de los dominicos. El espacio superior, destinado a la biblioteca, permite intuir la intervención realizada en el espacio original, pues a la vista está «una de las bóvedas más fantásticas de Valladolid», según el investigador. Una bóveda, que era la de la sacristía, cuyos arcos piden expandirse por debajo del pavimento actual.
Gracias a su investigación, Urrea ha logrado recrear como debió ser inicialmente esa sacristía, con los cuadros y las esculturas que la adornaban. Como ha recreado también el monumento funerario del duque de Lerma, del que tan sólo se conservan los dos juegos escultóricos: uno de ellos en el Museo Nacional de Escultura y el otro en Lerma. Asimismo, ha descubierto que el espacio correspondiente al antiguo panteón del duque de Lerma está ocupado actualmente por la sala de calefacción de la iglesia.
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La figura del duque de Lerma ha aparecido citada ya en varias ocasiones lo que puede inducir al error de pensar que el convento fue obra suya. No es así. El convento de San Pablo se implanta en Valladolid en 1276 y va adquiriendo relevancia gracias al mecenazgo de figuras como el cardenal fray Juan de Torquemada -no confundir con el inquisidor general Tomás de Torquemada- el dominico fray Alonso de Burgos, que crearía también el Colegio de San Gregorio, o el cardenal fray García de Loaysa. Tres siglos después de su fundación, el primer duque de Lerma, valido de Felipe III, asumiría el patronato del convento con la finalidad de convertirlo en su panteón personal, al modo como Felipe II había creado el suyo en El Escorial. Y también a imitación de aquel, el duque tendrá su propia capilla Relicario, que se conserva vacía, y cuya disposición de reliquias logra reconstruir el libro de Jesús Urrea en un aspecto general.
¿Cómo un edificio de esta magnitud llegó a demolerse? La historia no ofrece excusas ni justificaciones benévolas. Es verdad que durante la ocupación francesa los dominicos fueron expulsados y el edificio ocupado por los invasores, pero «las tropas de Napoleón no destruyeron el convento de San Pablo, que les sobrevivió».Fue después, ya en el reinado de Fernando VII, cuando se decidió convertir el convento en presidio militar. Y más tarde el edificio fue derruido para usar su piedra como cantera para la primera versión de la Academia de Caballería.
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En este baile de ocupaciones y desocupaciones del edificio -en el que también hay que meter en escena a la desamortización- el patrimonio del convento terminó recalando en lo que ahora es el Museo Nacional de Escultura, una parte, y en la Catedral, otra. En la Catedral se encuentra todavía hoy la sillería del convento, en depósito, entre otros muchos objetos y obras. Entre ellos, y sólo a modo de ejemplo, 'La Anunciación' del Círculo de los hermanos Bartolomé y Vicente Carducho, o 'La Virgen, San Lucas, San Pablo y los evangelistas', de Gaspar de Palencia. La infografía permite resolver algunas injusticias, como hace posible recuperar el arcosolio de fray Martín Duero, un caballero de la Orden de Malta. Su sepulcro estaba en la desaparecida Capilla de Cristo, pero en la actualidad se encuentra en Londres.
«Valladolid es una ciudad que no se quiere a sí misma. Habría que hacer un estudio psicológico de por qué», explica Urrea. Y no sólo porque sea una de las tres capitales de España que más ha destruido su patrimonio histórico -junto a Murcia y Zaragoza- sino porque sigue permitiéndolo, como acredita el abandono del convento de las Catalinas, bien reciente, o la pérdida de patrimonio que atesoraba el monasterio de Las Lauras tras la marcha de la orden que lo regentaba. Por poner dos ejemplos.
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«No hay conciencia en la ciudadanía, y a la los de la Academia de Bellas Artes, que intentamos proteger la memoria que queda, nos llaman talibanes», explica el catedrático emérito Jesús Urrea. «Pero nosotros sólo queremos una ciudad humana donde la gente esté acompañada por el recuerdo de sus antepasados». Como ejemplo de desidia, no hay en Valladolid una calle dedicada al rey Felipe IV, pese a haber nacido aquí.
Mucha de esa memoria ya no está, ha desaparecido, pero se puede evocar. La maqueta que recrea la Plaza de San Pablo, y que ahora puede verse en el Palacio Real, fue una de sus primeras incursiones en esta línea de trabajo. Que ahora continúa con el libro sobre San Pablo, y que proseguirá con los que está preparando sobre San Benito y la Catedral de Valladolid. «He logrado reconstruir la Colegiata», anuncia.
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Pero el propósito en el caso del convento de San Pablo va más allá. La investigación realizada se ofrece para servir de base a una rehabilitación integral de todo el conjunto monumental, algo que considera muy necesario. «Este ha sido también otro de los motivos por el que he acometido este trabajo: una llamada de atención sobre el estado actual del edificio visible, así como mostrar las múltiples posibilidades que posee dentro de un conjunto monumental íntegramente recuperable y enlazable con las propias de la institución museística vecina».
El pintor romántico Valentín Carderera, autor de una de las más bellas recreaciones de la plaza de San Pablo tal y como aparecía a comienzos del siglo XIX, ofrece una descripción del claustro del convento que permite hacerse una idea de la pérdida. A continuación, se reproduce un resumen parcial de lo que escribió en 1836.
«El claustro de San Pablo es magnífico y grande; es todo gótico y parece hecho a expensas de don fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia, quien hizo también la misma fachada. Es casi cuadrado por los dos lados y el bajo tiene siete arcadas, y por los otros dos tiene cinco. (…) Los techos están perfectamente construidos con bóvedas y adornados de muchas aristas, que parece se pintaron con diversos adornos no malamente hará cosa de dos siglos, quizás cuando entró a ser patrono el cardenal duque de Lerma. (…) En cada intermedio de ventana también se conoce que había sobre repisas estatuas de santos de la orden y demás, al modo de otros claustros hechos en aquel reinado verdaderamente católico y pío. Hoy día algunas puertas elegantes están tapiadas y condenadas. Una que da entrada al refectorio era de bellísima labra de madera ensamblada de cruces y escuadras. También decoraban en lo antiguo este magnífico recinto algunas capillas gentilicias de las que no queda más que restos de fábrica, pero se ve eran de bello gusto y magnificencia, como la del doctor Luis de Mercado».
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