Recuerdo haber oído decir a alguien que rodar una película es más complicado que escribir un libro. A primera vista, si es cine, te resulta extraño. Leído a bote pronto, te hace recapitular. Todos alguna vez hemos rodado unos minutos de película, y escribir un ... libro siempre nos ha parecido embarazoso, nada fácil, incluso teniendo la idea argumental bien preparada. Identificado el autor de dicho aforismo, la realidad de la afirmación se hace sólida. Es Manuel Gutiérrez Aragón, que tiene la doble calidad de ser un gran director de cine (v.g. 'Habla mudita', 1973, su primer filme y premio de la Crítica en el Festival Internacional de Cine de Berlín) y autor de excelentes novelas, como 'La vida antes de marzo', premio Herralde 2009. Si además añadimos a su currículum que es elegido miembro de número de la Real Academia Española (RAE), y que, con el discurso En busca de la escritura fílmica, tomó posesión el 24 de enero de 2009 del sillón F de la citada institución, dicha afirmación no es en ningún momento marciana ni gratuita.
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Otro director de cine, José Luis Borau, ha ocupado el sillón B de la Real Academia y en su discurso de entrada defendió el aprovisionamiento de palabras que la cinematografía ha incorporado a nuestra lengua castellana, no solo el que podíamos llamar lenguaje literario, sino el cotidiano, el que cualquier vecino utiliza en su quehacer diario. Él, Borau, es el culpable de que el adjetivo Berlanguiano/a «bien cabría incorporar al Diccionario de la Española». Algo que gratamente ha ocurrido: «Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga». A saber, grotescos disparatados y críticos a la vez. La conferencia que pronunció un 16 de noviembre de 2008 como miembro electo de la RAE, llevaba el título 'El cine en nuestro lenguaje'.
Puede resultar pedante, pretencioso iniciar un artículo con tanto academicismo. Pero no es así. Ir al cine, para los de mi generación, era liberar a los padres de nuestra siempre revoltosa presencia, enviándonos al cine. Dos películas en sesión continua. Qué disfrute para nosotros y qué sosiego para los papás. Más tarde, con los amigos era un punto de encuentro y una aventura para ligar con las chicas. El cine como cultura nos llega de juventud; asistir a las películas, en aquella época llamadas de Arte y Ensayo y en versión original, otorgaba cierto prestigio 'intelectual', calidad cinéfila a sus clientes. Tengo que decir sin ningún rubor que nos tragamos, con estas pretensiones, algunos rollos. Mucho Bergman, Pasolini, Buñuel…
No olvidamos a nuestros maestros de las letras y del celuloide, o viceversa. Y separemos, si es posible, las películas de los libros. La lectura es una actividad, aunque grata, que necesita voluntad y sosiego. Algo que las imágenes en movimiento de un largometraje no requieren. Visionar un filme puede ser impactante, pero nunca tendrá la profundidad o la fantasía que un relato escrito genera en las mientes de cualquier espectador. Cierto que la liturgia de ir al cine enriquece la actividad social y es muchas veces el preludio de actividades de mucho calado sentimental y de parentesco crítico. El cinematógrafo, calificándolo como espectáculo o, con su graduación académica, le atribuimos y concedemos el título de arte, ha formado y participa del elenco cultural y de entretenimiento de nuestra sociedad durante más de un siglo. Recordamos su nacimiento, su puesta de largo en París un 28 de diciembre de 1895 de manos de los hermanos Louis y Auguste Lumière. Lo que parecía que no iba a transcender de una simple atracción de feria, se ha convertido en un conglomerado industrial, mercantil y de ocio, auspiciado por un halo cultural.
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Degradar la literatura, quitar galones al autor. Es ampliamente conocida la dependencia argumental que los guiones cinematográficos tienen con los diferentes componentes del mundo literario, cuentos, novelas, teatro, escritos religiosos, etcétera. Tampoco se puede olvidar la originalidad de las aventuras que las películas nos proyectan en la gran pantalla de la sala oscura o en su defecto, y ahora muy corriente, un panorámico televisor. Manuel Gutiérrez Aragón afirma: «Lo que no es el guion, a lo que no pertenece, es a ningún género literario». Un claro manifiesto en el que se diferencia lo que se anota en el libreto para filmar una película, y lo que se escribe para ser leído. Algo disímil.
Sabemos que Miguel Delibes en sus primeros años en El Norte de Castilla (del que fue director) hizo reseñas de películas y que sus novelas han sido reescritas por guionistas para ser mostradas en formato visual, pero observamos que lo que vemos con luz y color estuvo primero en palabras, algo que la imagen no puede explicar. Querer engrandecer el cine (ya critiqué en la revista En taquilla lo desacertado que me parecía que la Seminci denomine Premio Miguel Delibes al mejor guion) y la ciudad incluyendo al mejor escritor en lengua castellana en El Paseo de la Fama, es ignorar a quien en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Española se expresó de esta manera: «…si algo hay estimable en mis escritos ello no se debe a mérito personal mío, sino a la circunstancia de haber nacido y vivido en Valladolid». Y menos películas. Vale.
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