Todavía hoy el movimiento de las beguinas permanece como un gran desconocido de la historia. Y eso que la última de sus integrantes falleció hace tan solo diez años. La teóloga Cristina Inogés las presentó como un grupo de mujeres independientes y libres en tiempos en los que eso no era tan común.
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«La principal aportación histórica de las beguinas fue demostrar en la época en la que surgieron, la Edad Media, que las mujeres podían sobrevivir solas sin necesidad del patrocinio de ningún hombre», explicó Inogés en una conferencia organizada por Fe y Desarrollo en la Sala Borja. Por si fuera poco, «fueron independientes aportando riqueza a la sociedad y una pastoral diferente a la Iglesia, con una visión más subjetiva».
No se sabe muy bien cómo ni dónde surgieron las beguinas, ni el origen de su nombre. Pero sí sabemos que aparecen en el siglo XII ya perfiladas como un grupo de mujeres que vive de su trabajo, mayormente sin compañía de varones -aunque al principio había algunas casadas- y en zonas residenciales conocidas como beaterios, protegidas por un muro de piedra.
También sabemos que se extendieron por toda Europa y que llegaron hasta España, al menos hasta Cataluña, y que algunas de ellas, en concreto Margarita Porete, escribieron tratados de espiritualidad que han logrado una muy alta consideración.
«Pero no eran una orden religiosa», aclara Inogés. Aunque, cuando las autoridades religiosas las persiguieron, muchas se refugiaron en el císter y se ordenaron. «Pero como beguinas no tenían votos, ni reglas. Eran mujeres religiosas a su manera».
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Sobre todo, eran una estructura que permitía a las mujeres vivir independientes y que se caracterizaba por una gran labor social. Compartían sus bienes, atendían a mujeres desamparadas, impartían clases a niños y niñas, y tenían sus propios hospitales. «Su trabajo social era muy valorado».
«No hay precedentes de un movimiento como este», explica la teóloga española, que inauguró en 2019 el Sínodo de Obispos en el Vaticano. «Al principio hubo algunos hombres que quisieron vivir como las beguinas y se denominaron a sí mismos los begardos. Pero era una forma de vida muy incómoda que, para ellos, varones, no tenía tantos alicientes. No tenían necesidad».
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El martes, la también teóloga Isabel Gómez Acebo intervino en las mismas jornadas para hablar de otra mujer singular: Dorothy Day, la fundadora del movimiento 'Catholic Worker' en Estados Unidos. El suyo es ejemplo de un compromiso con los más desfavorecidos que inicialmente se plasmó en un periódico y que luego propició la creación de una red de decenas de casas de acogida para personas sin techo y sin recursos para sobrevivir. Day, que tenía un espíritu próximo al anarquismo y fuertes convicciones sociales, se convirtió al catolicismo asumiendo posiciones próximas a las del personalismo cristiano de Mounier.
«Es una mujer apasionante. Muy contradictoria, pero tiene una vida que daría para más de una película», explica Gómez Acebo, fundadora de la Asociación de Teólogas de España. «Es una mujer muy caliente y muy sexual. Le gusta mucho el sexo y cuando lo abandona para servir mejor a su movimiento, lo echa mucho de menos. No es una figura en absoluto ñoña».
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Day practica un activismo compatible con una religiosidad muy intensa, de oración diaria, «pero en el fondo era una protohippy», explica Gómez Acebo, que acaba de publicar su autobiografía novelada 'Perseguida por el amor'. «No le gustaban las labores del hogar, ni era una gran organizadora, pero debía tenía un gran carisma, a la vista de lo que logró construir».
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