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Vampirella, dibujada por Pepe González, que aparece retratado al óleo por Enric.
El gay que creó a la mujer más deseada del cómic

El gay que creó a la mujer más deseada del cómic

Coinciden el décimo aniversario de la muerte de Pepe González y el medio siglo de Vampirella, el personaje con el que deslumbró a los aficionados de medio mundo

Martes, 11 de junio 2019, 22:20

Hace ahora diez años de la muerte de José González Navarro, portentoso dibujante y artista internacionalmente reconocido por sus dibujos de Vampirella, el principal mito erótico de la historia del cómic, que este año cumple medio siglo de existencia gráfica. Artista caprichoso e imprevisible, envuelto en las brumas de la paradoja y de la contradicción, la primera sorpresa de su vida surge al descubrir que el artífice del mayor icono de la sensualidad femenina, el que alimentó las fantasías y anhelos de varias generaciones de varones de todo el mundo, era una persona abiertamente homosexual y amante del travestismo.

Pepe González adoraba a las mujeres porque aspiraba a ser como ellas, no porque las deseara. «Dibujo a las chicas como me gustaría ser yo», era la respuesta con la que sorprendía a sus compañeros cuando le preguntaban por su extraordinario talento. Y es que Pepe no sólo dibujaba féminas escandalosamente atractivas y seductoras, sino que, además, las insuflaba personalidad, sentimiento y carácter. No eran meramente cuerpos bellos. Como también acreditó en sus célebres recreaciones de actrices como Marilyn Monroe.

«Su forma de dibujar a las mujeres no sólo marcó a los artistas españoles, sino a muchos otros extranjeros», recuerda el crítico Antoni Guiral. Y lo confirma Joe Jusko, que posteriormente se ocuparía asimismo de dar forma a la célebre vampira. «Fue una revelación para mí: arte en blanco y negro que no se parecía a nada de lo que yo hubiera visto antes, y una mujer dibujada con una sofisticación y sex appeal que iba más allá de lo habitual», recuerda en su prólogo para 'El arte de José González', editado por Dynamite el año pasado y que aborda todas las facetas de este dibujante excepcional. «Poseía un estilo de ilustración que elevaba el cómic a un arte de altura y a menudo experimentaba con técnicas mixtas dentro de la misma historia», añade Jusko.

El historiador David Roach, resalta otra de las grandes paradojas que atraviesan la figura de González. El español no fue el creador de Vampirella -mérito que corresponde a Forrest J. Ackerman- ni siquiera su primer dibujante, que fue Tom Sutton, con la ayuda de Trina Robbins en el diseño del vestuario y el peinado, «pero desde el momento en el que se hizo cargo de la historia ha sido ampliamente considerado como su artista definitivo». Pepe tomó las riendas del personaje en 1971, dos años después de que la vampiresa hiciera su primera aparición en la revista que lleva su nombre, en 1969, y trabajaría regularmente en la serie hasta 1977, si bien con algunas intermitencias que obligaban a su agente Toutain a recurrir a dibujantes suplentes para cubrirle. Ello hizo posible que otros cuatro dibujantes españoles pusieran su talento al servicio de la serie titular de Vampirella esos años: José Ortiz, Leopoldo Sánchez, César Álvarez 'Zesar' y Esteban Maroto, según explica el historiador Antoni Guiral en sus textos de presentación para los dos tomos en los que Planeta recopiló, recientemente, la etapa clásica de la Vampirella de González. Fuera quedan los siete episodios que dibujó para Warren en el año 1982, en un retorno triunfal al célebre personaje que se vio truncado por la inesperada quiebra de la empresa editora.

La tercera gran paradoja de Pepe González es que se trataba de un artista de dos caras, como explica su compañero, y también dibujante, Carlos Giménez, autor de una monumental biografía gráfica en cinco tomos titulada simplemente 'Pepe', con la que quiso hacer justicia a «un grandísimo artista» y dibujante sin parangón. «Pepe tenía dos vidas: la de por la noche, y la de día. Dibujaba para ganar dinero, pero lo que de verdad le gustaba era su vida nocturna, de travestirse, de cantar, bailar y tomar copas».

En su recuperado archivo personal hay abundante material que acredita su pasión por los disfraces de mujer, desde los tiempos de su juventud hasta su edad madura. Y resulta perturbador comprobar la proximidad de algunas de sus caracterizaciones con la imagen del personaje que le convirtió en artista popular.

Giménez recuerda que tenía una voz excepcional, y que podía cantar como la mismísima Barbra Streisand, aunque se prodigaba poco, y sólo cuando le apetecía, porque no se tomaba ningún aspecto de la vida demasiado en serio. «Todo el mundo le quiso menos él, que no se quería a sí mismo. Fue un gigante en el arte y una persona que no tenía ningún verdadero interés en nada». Nunca tuvo pareja estable, ni parece que la buscara, y su existencia terminó de torcerse tras la muerte de su madre, a la que estaba muy unido y que ponía un poco de orden en su vida.

La condición bipolar del dibujante encuentra reflejo en el título de una serie documental que Tony Macousqui le ha dedicado: 'Love Strip. Las noches y los días de Pepe González'. 'Love Strip' -que puede verse en abierto en youtube, y que está a punto de entregar el quinto de sus seis capítulos previstos- cuenta con el testimonio de casi todos los grandes dibujantes españoles que conocieron al protagonista, la mayor parte de ellos en la agencia Selecciones Ilustradas de Josep Toutain, en Barcelona, desde la que el talento español para la historieta se diseminó por publicaciones adultas de todo el mundo. Y especialmente por Estados Unidos, a través del acuerdo de Toutain con la editorial Warren, responsable de las míticas revistas de terror 'Creepy', 'Eerie' y 'Vampirella', que incluían regularmente obra dibujada por artistas de lo que el historiador David Roach ha calificado como la Generación Dorada del comic español: Luis García, Fernando Fernández, Adolfo Usero, Esteban Maroto, Enric Sió, Josep María Bea, Luis Bermejo, Enric Torres, Víctor de la Fuente, Alfonso Font, José Ortiz, Jordi Longarón, Miralles, Auraleón, Sanjulián… lista apabullante de talento e inventiva en la que Pepe González merece ocupar una posición destacada y estelar.

El otro artífice de la contundencia icónica de Vampirella fue su compañero Enric Torres, autor de 55 de las míticas portadas de la publicación, que firmaba como Enrich. «Cuando Pepe dibujaba mujeres veía más que nosotros; en sus trabajos había detalles que a los demás se nos escapaban», explica el portadista. «Y además tenía una memoria fotográfica como no he visto a nadie nunca en mi vida. Era capaz de dibujarte por recuerdo a una persona que había visto una sola vez semanas antes. Y no sólo era fiel a su aspecto, sino que interpretaba su personalidad».

Aún habría que destacar una cuarta paradoja esencial en la vida del dibujante más célebre del cómic español: tenía una prodigiosa facilidad para el dibujo, que iba acompañada de una limitada capacidad de trabajo. Todos los que le conocieron le recuerdan dedicado a la fiesta durante seis días de la semana y resolviendo en el último, a la carrera, pero con inapelable brillantez, la tarea pendiente. Siempre lo dibujaba todo a la primera, sin correcciones, pero también sin errores. En sus últimos años no era inhabitual que alguien acudiera a su vivienda a recoger una ilustración a la que se había comprometido y que la elaborara en ese mismo momento, en apenas un rato, delante de él, mientras ambos charlaban amigablemente. Y nadie podía objetarle nada, porque el resultado era casi siempre impecable y deslumbrante.

Eso sí, esa excesiva facilidad iba acompañada de una falta de ambición, de deseo de ir más allá, que le terminó pesando y marcó el fin de sus días.Dibujar historietas era exigente y le cansaba, y acabó dejándolo en favor de las ilustraciones, ya fuera para portadas de libros, como los de Barbie en su última época, para anuncios publicitarios, o por encargo de coleccionistas. Ganó mucho dinero, pues su obra siempre estuvo muy cotizada, pero lo gastó todo, y trabajó lo justo para poder mantener su modo de vida. El final de sus dias los pasó fundamentalmente sólo, comiendo de los servicios sociales y sableando a sus amigos para pagarse el tabaco. La mayoría de sus vecinos, y de sus amistades nocturnas, ignoraban la magnitud de su talento. Y su muerte no fue grata. Al parecer tuvo un desmayo, se golpeó la cabeza al caer y durante tres días estuvo caído en su vivienda, desangrándose lentamente, hasta que se le echó en falta. Cuando entraron en su casa y lo hallaron en el suelo, había perdido mucha sangre y ya era tarde para salvarle.

La vampira que vino de las estrellas

Hace medio siglo nació Vampirella, una de las heroínas pioneras del cómic, y una de las primeras que desbordaron el marco de lo convencional. Si bien las claves esenciales del personaje estaban ya ahí cuando llegó José González, nadie duda de que su talento visual es inseparable del éxito que llegó a alcanzar. Pero por muy importante que sea la parte gráfica, y aunque en ocasiones los guiones fueran endebles, no puede ignorarse que suponía una novedosa vuelta de tuerca al mito vampírico que despertó una comprensible fascinación entre los aficionados.

Vampirella es una vampira y no lo es. De hecho, no tiene problemas con la luz del sol, ni con los crucifijos, ni con los ajos. En realidad, se trata de una alienígena procedente de un planeta extinto cuyos habitantes se alimentaban de forma natural de un líquido similar a la sangre humana, que allí fluía en sus ríos. Su abrupta llegada a la Tierra la convierte en una inadaptada, pues su necesidad de sangre la obliga a matar para sobrevivir, incluso aunque no desea hacerlo. De modo que su normalidad se torna repentinamente en fuente de conflictos al ser situada en un contexto diferente. Inicialmente sale del paso con pequeños animales, insuficientes para calmar su ansia, pero pronto descubre un remedio: un líquido sustitutivo que puede fabricarse y que le permite alimentarse sin quitar la vida a ningún ser humano. Esta idea, que el guionista Archie Goodwin desarrolla a primeros de los setenta, sería retomada treinta años después por la serie de novelas 'Los misterios de los vampiros del sur', de Charlaine Harris, en la que se basa la serie True Blood.

Los viales sustitutivos no son, sin embargo, una solución definitiva, porque no siempre están a mano, y el ansia reaparece cada 24 horas, lo que permite desarrollar uno de los aspectos más interesantes del personaje: su tensión entre su pulsión vital por la sangre, ligada a su necesidad vital, y su voluntad moral y racional de sobreponerse a su impulso y resistirse a matar. Un conflicto que de algún modo hace aún más explícita la dimensión sexual del mito vampírico, la tensión entre la norma y el deseo, que en Vampirella se desarrolla como conflicto interior al menos durante la primera etapa del personaje, lo que le emparenta con otros héroes atormentados e insatisfechos, como Spiderman.

La conexión con los referentes vampíricos clásicos no se abandona. Y así aparecen los descendientes del célebre cazador de vampiros, Van Helsing, y hasta el mismísimo Drácula, al que los guionistas someten a un conflicto interior similar al de la propia Vampirella. Y como telón de fondo: el dios del mal, e archienemigo Caos, reformulación pagana del diablo que permitirá a la serie combinar el registro del terror y el misterio con los de la brujería, la magia y lo fantástico. Y que situará a Vampirella del lado del bien, en la eterna lucha contra el mal, aunque se trate de una justiciera con sombras de oscuridad.

El investigador vallisoletano del cómic, Fernando Bernabón, recuerda que las primeras historias de Vampirella llegaron a España a comienzos de los años setenta, censuradas, dentro de la revista Mata Ratos. «Le añadían faldas a la protagonista o le alargaban la indumentaria», ciertamente exigua en la serie original. Más tarde, ya en democracia, la editorial Garbo recuperaría al personaje, y su revista en una edición que es la que la dio a conocer entre los aficionados. Eso sí, Vampirella llegaría coloreada a los lectores españoles, sin su esplendoroso blanco y negro original. La opción por el color obligaba a colocar al personaje en las páginas centrales (que fueron inicialmente 16 y luego sólo 8) de lo que se derivó una segunda alteración: en España sus historias se publicaban fragmentadas; ninguna era autoconclusiva, como sí lo eran en la edición original americana.

Como remate siniestro de una vida de triunfos, incluso sus pertenencias personales acabaron en el contenedor de la basura, aunque afortunadamente algunos de sus amigos y admiradores pudieron rescatar una parte: fotos, películas de super 8, libros, documentos… Un artista de éxito apabullante y popular, moría casi como si hubiera sido un incomprendido, un maldito, más por empeño propio que por desprecios ajenos. Eso sí, su fin fue tan amargo, sorprendente e impactante que desde entonces no ha dejado de ser recordado en un ejercicio de justicia póstuma.

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