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SAMUEL REGUEIRA
Domingo, 9 de diciembre 2018, 20:55
Ya sea por su carácter fuertemente visual, por su disposición discursiva fácilmente asimilable o por su público objetivo, el cómic, historieta o noveno arte es uno de los fenómenos más sugerentes para vehicular no solo coloridas historias de dramas personales o épicas cargadas de acción, ... también en aras de transmitir un acontecimiento histórico a las nuevas generaciones y, si es reciente o tiene evidentes connotaciones políticas, hacer llegar el mensaje con toda la carga que se desee. En el caso de la Guerra Civil, el tratamiento tanto patrio como extranjero ha sido variopinto, fruto de las inquietudes coyunturales de las diferentes épocas y de la voluntad de persuasión, de seducción a la causa, en uno o en otro sentido.
El libro 'El cómic sobre la Guerra Civil' (Michel Matly, 2018) se dedica a pasar revista a todas esas manifestaciones culturales en torno a nuestra contienda bélica, tanto aquellas coetáneas como aquellas realizadas posteriormente y que toman, con diferentes intereses, el conflicto armado para ilustrarlo mediante viñetas, ya sea para vertebrar en torno a él una historia o bien mencionarla de modo tangencial y anecdótico. Matly, que ni es neutral ni pretende serlo, habla entre las publicaciones del bando golpista de la sobreabundancia de la palabra 'rojo' con connotaciones de odio, la ridiculización del adversario mostrándole como desordenado, patán y holgazán –mensaje que se extendería a posteriores libros de texto publicados incluso en democracia– y la presencia fantasmal del comunismo como enemigo y carcelero del que liberar a España, todo ello a través de publicaciones como las posteriormente fusionadas 'Flechas' y 'Pelayos'.
Por parte de la república, la caricatura al militar insurrecto o el canto a las penurias de la guerra va más enfocada, explica el escritor, a ahondar en las características de un conflicto o en las raíces detrás de él –incluyendo, entre otros factores, las conexiones con las dictaduras europeas–, y no tanto a atacar la figura de un enemigo que, no mucho antes, llamaban compatriota. Los autores extranjeros de Estados Unidos, Francia e Italia también aportarán simpatías, cómics mediante, al bando sublevado –por parte del fascio italiano, en la misma lid contra el comunismo– y a los republicanos –el 'Daily Worker' neoyorquino o la prensa católica gala–.
El término del conflicto es el principio del silencio, no obstante, pese a un paréntesis inicial con apenas conatos de los falangistas para arrimar a huestes bajo su bandera, las décadas posteriores empezarán a relajar el puño de hierro sobre revistas y publicaciones para cimentar la ideología, recontar la historia e incluso reivindicar a algún mártir propio. Las historietas extranjeras no variarán mucho de posición, con la excepción de Estados Unidos –de la simpatía republicana a propósito del enemigo común fascista y nazi con la II Guerra Mundial de fondo, a la repudia comunista suscitada por el macartismo–, y el notable caso del legendario héroe Corto Maltés, que mencionado en una saga distinta de su mismo autor, Hugo Pratt ('Escorpiones del desierto'), encuentra a la esquiva Dama Muerte en nuestra Guerra Civil. América Latina también se verá dividida, con una Argentina del lado franquista y unos México y Chile más afines a la república.
En pleno período democrático, Matly identifica dos momentos de revitalización del noveno arte con respecto a la Guerra Civil: finales de los setenta y principios de los ochenta, y el nuevo milenio. En este período no solo se terminarán de desmelenar aquellas revistas satíricas demasiado tiempo silenciadas y que ahora ansían libertad de expresión y de impresión, también se fraguarán algunos de los nombres nacionales más representativos dentro de este campo, desde los imprescindibles trabajos de Carlos Giménez ('Paracuellos', '36-39'), hasta el binomio multipremiado de Antonio Altarriba ('El arte de volar' o 'El ala rota'), pasando por los trabajos de Francisco Gallardo Sarmiento y Miguel Gallardo ('Un largo silencio') o Rubén Uceda ('El corazón del sueño. Verano y otoño de 1936'), entre muchísimos otros. En el exterior destaca el recientemente reeditado 'Sangre, arena y garras', una aventura del X-Men Lobezno transportado a la España del 36 que resulta, en el mejor de los casos, una serie de peripecias un tanto aburridas, autocomplacientes y decepcionantes.
Mientras aquellos primeros cómics de la Transición hacían hincapié en lo social, en los estragos de una guerra absurda e injusta e incluso miraban con cierta ternura y visión crítica a una pobreza ignorada por aliados y enemigos a lo largo de los años, los nuevos trabajos han perseguido hacer esa justicia tan largamente postergada y que dibuja los rostros y escribe los nombres de los responsables directos del golpe de Estado y la guerra. En estas circunstancias, pocas obras hay tan ricas y completas como la versión al cómic que dibujó José Pablo García del ensayo de Paul Preston 'La guerra civil española', un libro que no solo refleja la riquísima diversidad y problemática social que se vivió en España durante aquellos años infaustos, también ahonda sus raíces en los orígenes de relatos y conflictos que, más que una exhumación, siguen revistiendo en el presente la importancia que ostentaban en el pasado: los nacionalismos vasco y catalán.
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