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Hay un reverso navideño, un susto propiciado por la ficción alegre de estas fiestas, que se ha instalado en el imaginario colectivo desde que a Charles Dickens lo asustara su niñera Mercy con el cuento del 'Capitán asesino': la sensación reconfortante del fuego del hogar, mientras la nieve se deja caer por entre las sombras, trasgos y fantasmas de la Navidad.
En 1856, Charles Dickens adquirió el castillo de Gad's Hill, en Kent, a donde fue a reencontrarse con sus fantasmas y demonios interiores, sin su esposa Kate, que se negó a pernoctar en él. Allí murió el escritor, el 15 de marzo de 1870, dejando tras de sí un legado navideño de espectros y almas en pena que siguen espeluznando y, por qué no, atrayendo a lectores y espectadores de todo el mundo.
En 'El árbol de Navidad' (1850), Dickens describe cómo de los recuerdos de su niñez emerge–entre los juguetes, sorpresas y alegrías al pie del árbol navideño– la memoria terrorífica de una máscara: «¿Cuándo me miró por primera vez esa horrenda máscara? ¿Quién se la puso y por qué me dio tanto miedo su sola imagen, lejana y terrible, del cambio universal que debe sobrevenir a todos los rostros y dejarlos inmóviles? ¡Oh, aquella máscara!». La importancia de esta visión infantil aterradora resulta trascendente para entender las derivadas de terror navideño que vinieron después, porque Edith Warton explica este primer sobresalto intrigante como «la gracia del escalofrío».
La ensayista Ruth Richardson ha llegado a localizar en las personas de William Sykes de Marylebone Street y los comerciantes y prestamistas Goodge & Marney la inspiración de Scrooge y Marley del terrorífico 'Cuento de Navidad' (1843); incluso se ha hallado en un cementerio escocés la tumba de un tal Ebenezer Scroogie, un rico mercader que comerciaba con lácteos y destilados.
Dickens, que fue miembro de Club de Fantasmas de Londres, fundado en 1862, aseguró que rio y lloró alternativamente durante las seis semanas que tardó en escribir el cuento navideño más célebre de todos los tiempos, investigó en lo paranormal y construyó su teoría de los fantasmas 'mentales', tal y como aparecen en 'El manuscrito de un loco' y 'El hombre de las señales': recordemos que el viejo usurero atribuye a un desorden digestivo el momento en que contempla horrorizado el rostro de Marley en la puerta de su casa.
EL NOEl cine vio una oportunidad artística y taquillera en la narrativa fantasmagórico-navideña de Dickens: 'Cuento de Navidad' (1951), de Brian Desmond Hurst; 'Muchas gracias, Mr. Scrooge' (1970), de Ronald Neame; 'Un cuento de Navidad' (1984), de Clive Donner, o 'Los fantasmas atacan al jefe' (1988), de Richard Donner presentan lecturas verdaderamente excepcionales del material dickensiano: Michael Holdern y Alec Guinness como los aterradores socios de Scrooge en las dos primeras, y George C. Scott y Bill Murray como los deshumanizados tacaños en las segundas, componen un fresco de personajes inolvidables tan reales que resultan insuperables.
Del ciclo cinéfilo, el universo de Dickens saltó a la televisión: el episodio de 'La noche de los mansos', dirigido por Jack Smight y con guion de Rod Serling, de la serie de misterio y de lo sobrenatural 'En los límites de la realidad', hizo furor durante su emisión navideña en diciembre de 1960 en los Estados Unidos.
El protagonista, un borrachín Papá Noel interpretado por Art Carney que era despedido de unos grandes almacenes, encontraba una bolsa llena de cartones y latas que hacía realidad los deseos de los destinatarios de los regalos, modelos de incomprensión e intolerancia social que eran literalmente desarmados por los tesoros de Santa Claus que emergían del saco.
Después, la delirante comedia negra 'Santa Claus conquista a los marcianos' (1964), de Nicholas Webster, le dio una vuelta de tuerca más al tema, introduciendo una trama extraterrestre de seres de otro planeta que secuestran a Papá Noel sirviéndose de un robot y lo retienen en Marte, donde el venerable anciano termina contagiando su espíritu navideño al marciano más peligroso, el refractario Voldar. En la misma línea, Chris Columbus, responsable de los guiones de 'Los Goonies' y 'El secreto de la pirámide', escribió 'Gremlins' (1984), todo un clásico de estas fiestas, a partir de sus inquietantes experiencias invernales en su loft de Manhattan, recién graduado en la Escuela de Cine de Nueva York: «De día era un lugar bastante agradable, pero de noche, escuchaba como un pelotón de ratones que salía de allí y escucharlos deslizarse en la oscuridad era realmente espeluznante», ha comentado con respecto a la génesis de los seres que protagonizan la célebre cinta.
La industria soviética también mostró la cara más inquietante de la Navidad gracias a dos piezas magistrales de Aleksandr Rou: 'Las veladas en la granja de Dikanka' (1961), basada en el cuento homónimo de Nicolái Gógol, y 'Morozko' (1964), que cuenta cómo la joven Nastenka, cuando alcanza la mayoría de edad en pleno invierno, es acechada en la tundra helada por la bruja caníbal Baba Yaga, mendigos, bandidos, espíritus de las setas y seres de espanto que emergen de entre la blancura de la nieve.
En el primer caso, la extrañeza del filme ha convertido este título en un cuento mágico de terror, de atmósfera desasosegante y triples lecturas: en un pueblo nevado de Ucrania, el herrero Vakula solicita la ayuda del diablo para que lo lleve volando a San Petersburgo a fin de robarle unas zapatillas preciosas, propiedad de la emperatriz de Rusia, en un intento por cortejar a una muchacha de su pueblo durante la Nochebuena, pero habrá de pagar un precio demasiado alto por su audacia.
En el corazón de las grandes ciudades, los atracadores y delincuentes aprovecharon esta relajación navideña y las aglomeraciones para perpetrar grandes golpes, y el celuloide se hizo eco de ellos. El primer caso de un bandido disfrazado de Papá Noel fue el de Marshall Ratliff, ex convicto, que junto a sus secuaces Henry Helms, Robert Hill y Louis Davis, atracaron a punta de pistola el First National Bank de Cisco (Texas) el 23 de diciembre de 1927, en el que dejaron la 'firma' de doscientos agujeros de bala y del que se llevaron a varias rehenes junto a un botín de 12.000 dólares en efectivo y 150.000 en joyas. Finalmente y tras una espectacular persecución, fue el pueblo el que indignado linchó a Ratliff, entre otras cosas por haberse atrevido a perpetrar tamaña irreverencia: de hecho, tal fue el trauma colectivo que un niño le dijo días después a un Papá Noel en una iglesia de Eastland: «Santa Claus, ¿por qué robaste ese banco?».
Cintas magistrales como 'Cash on Demand' (1961), de Quentin Lawrence, basada en una novela de Jacques Gillis; 'Blast of Silence' (1961), de Allen Baron; la canadiense 'Testigo silencioso' (1978), de Daryl Duke, con un impresionante Christopher Plummer, rodada a partir de un guion de Curtis Hanson sobre la novela del danés Anders Bodelsen 'Piensa en un número' (1968), inspirada a su vez en 'La revancha de los mediocres' (1956), del galo Frédéric Dard y el suizo Marcel-Georges Prête –campeón del Rally de Monte Carlo–, o la última, 'Operación Reno' (2000), de John Frankenheimer –bellísima Charlize Theron y créditos finales a ritmo de 'El tamborilero'–, rompieron la imagen inocente de Santa Claus, armándolo hasta los dientes con sus secuaces o infiltrando a asesinos a sueldo extraordinariamente violentos en una Nueva York iluminada por las fiestas y jalonada de ilusión y regalos, como en el caso de la película de Baron, una auténtica genialidad, aún muy desconocida. 'Pánico en las ondas' (1981), de Alexis Kanner, con Patrick McGoohan, también canadiense, se rodó en 1977 y su trama fue tan atrevida –el secuestro de una emisora por unos terroristas en plena Navidad– que tardó años en estrenarse: 1981, 1984 y 1989 en Canadá, Reino Unido y Estados Unidos, respectivamente.
Del robo al asesinato hay un paso, y el cinematógrafo conoció su primer psicópata ataviado con los ropajes alegres de Santa Claus en 'Condenados de ultratumba' (1972), de Freddie Francis, en la que Joan Collins, que acaba de asesinar a su marido, es a su vez 'ajusticiada' por un violento y aterrador Papá Noel, el primero de una larga serie de asesinos en serie disfrazados de esta guisa: 'Navidades infernales' (1980) de Lewis Jackson, basado en el reportaje de investigación de Geraldo Rivera, 'Willowbrook: The Last Great Disgrace' (1972) que convirtió en documental; 'Feliz Nochebuena' (1980), contrapropuesta de David Alexander Hess, y 'Noche de paz, noche de muerte' (1984), de Charles E. Sellier Jr., que llegó a provocar protestas delante de los cines por el uso criminal de la sacrosanta imagen Papá Noel.
Pero el mérito de derribar el tabú de los atracos con Papá Noel en la ficción se lo debemos a Pierre Véry, que publicó 'El asesinato de Santa Claus' (1934), polémica novela en la que un farmacéutico de un pueblo de una Saboya cubierta de nieve se alía con un compinche para robar el anillo de San Nicolás incrustado de diamantes que se custodia en la iglesia: tras el golpe, el ladrón, con el traje rojo y blanco, aparece tendido entre los copos, en la nevada campiña francesa. Fue Christian-Jacque el encargado de llevar esta historia a la gran pantalla, 'El asesinato de Papá Noel' (1941), en plena ocupación nazi, un terror muy real para aquellas navidades en las que el general Philippe Petáin entregó la Francia libre a un monstruo llamado Adolf Hitler.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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