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Desde 1982, Valladolid se ha convertido cada enero en el epicentro de la concentración motera más importante del mundo, materializando así una corriente de progreso y libertad 'on the road' que venía de atrás, de la década de los años cincuenta, de Jack Keoruac y ... Lázsló Benedek. Aquel fue el año del estreno en el cine de 'Loveless', cinta dirigida al alimón por la grandísima Kathryn Bigelow –en su debut– y Monty Montgomery y con un Willem Dafoe haciendo de Willem Dafoe, violentísimo macarra sobre dos ruedas a ritmo de los acordes rocanroleros de John Lurie. Aquel era el retrato de los Estados Unidos del Sur de la década de los cincuenta, y en octubre de ese año, Felipe González se subió a la 'moto' del Ejecutivo con mayoría absoluta, de la que no se bajó hasta 1996 y España se alejaba del centro, acelerando por la vía socialista, contagiada del entusiasmo motorizado de Loquillo y Gabinete Caligari.
Al año siguiente, en 1983, Francis Ford Coppola filmó en un estilizado blanco y negro al 'outsider' Mickey Rourke recorriendo los extrarradios de Tulsa en la silla de su espectacular Kawasaki 440 LTD en 'La ley de la calle', según imaginó Susan E. Hinton. Rourke le dio mucha biografía a su personaje, tan natural como un altercado callejero, moviéndolo hacia territorios humanos que se han convertido en el imaginario de toda una generación. Pero todos los rebeldes moteros de los ochenta son los hijos del más emblemático filme de las bandas moteras y el que da inicio casi a un subgénero, 'Salvaje' (1953), del húngaro judío Lázsló Benedek. La película, con un chulesco y rocoso Marlon Brando a los mandos de una Triumph Thunderbird 650 cc., está basada en el relato 'The Cyclists' Raid', publicado por Frank Rooney en Harper's Magazine en 1951 y basado enhechos reales: los altercados ocurridos en el pueblo californiano de Hollister el 21 de julio de 1947, cuando una pandilla de moteros tomó al asalto la localidad. En la película Johnny se siente atraído por la hija del sheriff del pueblo –he aquí la dialéctica de la historia– nada menos, y su corazón se debate entre seguir la corriente a sus colegas o ponerse al lado de la ley y el orden, algo que no le va a resultar fácil.
Después de la fiesta del asfalto de Benedek y Brando, con su algarada libérrima y su reverso oscuro, Kenneth Anger, que aquel año mismo año había filmado y producido una pieza fundamental en el inicio del movimiento 'underground', 'Inauguración de la Cúpula del Placer', siguió filmando la odisea motera en 'Scorpio Rising' (1964), mediometraje que documentó una realidad descarrilada, emergente y singular que aún no ha sido estudiada en profundidad: la existencia de un grupo de moteros nazis homosexuales. La cinta, fascinante en todos sus aspectos estéticos y sociológicos, está protagonizada por Ernie Allo, del que no existe ni rastro, y supuso el germen del movimiento 'queercore', que nace como respuesta 'heavy' a la homofobia, con urgencias creativas y radicales que cristalizaron en un volumen imprescindible que revisaba el Hollywood clásico y que firmó el propio Anger: 'Hollywood Babilonia' (1964). La creatividad de este rebelde con causa, ya nonagenario, influyó en los trabajos de cineastas tan dispares como Martin Scorsese, David Lynch y John Waters. La vida airada de estos jóvenes contestatarios nacidos en la forja del colectivo gay acabó abruptamente, como sucedió en el rodaje de 'Kustom Kar Commandos' (1970), segunda parte de 'Scorpio Rising', esta vez sobre coches tuneados, y de la que solo se conservan tres minutos por la muerte de su protagonista durante el rodaje, precisamente en un accidente automovilístico. En este contexto homoerótico Franc Roddam rueda otro título que ya se ha elevado a la categoría de clásico, 'Quadrophenia' (1979), basada en la ópera rock homónima del grupo The Who, estrenada en 1973 y por la que se puede ver aparecer a Sting, a los chicos de The Jam y que supuso el lanzamiento oficial de grupos británicos 'mod' como los Secret Affair, The Chords y The Lambrettas. Aquí, los modelos de las motos de las dos bandas rivales son índice de la seña de identidad de sus miembros: los 'mods', que usan scooters –Vespa y Lambretta– y los 'rockers', que montan motos de gran cilindrada –Triumph–. La colisión de dos modos de entender la vida está servida en una película que la crítica rechazó por su atracón de violencia y que hoy constituye una obra de culto.
Esta cinematografía, a caballo entre el cinema verité y la realidad de la jungla urbana, fascinó al rey de la serie B: Roger Corman contó con Peter Fonda y Nancy Sinatra y sus Harley Davidson Chopper para 'Los ángeles del infierno' (1966), a los que acompañaron Bruce Dern y Diane Ladd, y con un guion de Charles B. Griffith y el gran Peter Bogdanovich, que además hizo las veces de director de fotografía. Esta rarísima, documental e hiperviolenta cinta de bandas rivales le dio a Fonda los mimbres para su mítica 'Easy Rider' (1969), que el desaparecido actor rodó a renglón seguido y con otro subersivo por antonomasia, Dennis Hopper, siguiendo la polvareda trágica de neumáticos y LSD levantada por Corman. Podría entenderse en muchos aspectos como una continuación, ya que los protagonistas siguen conduciendo sendas Chopper y viviendo al límite, como en la cinta antecesora. La historia de este modelo pertenece ya a la mitología de Norteamérica, cuando hacia 1965 en algunos talleres comienzan a desprender a las motos de todos los accesorios superfluos, a aumentar la horquilla, el manillar y el respaldo exageradamente, y a sustituir la rueda trasera de la motocicleta por otra de un coche. El embrague de estos modelos se ubicaba en el pie, de manera que el cambio de marcha entrañaba bastante riesgo, amén de que carecían de freno delantero, por lo que lo bautizaron como 'embrague suicida'. El índice de siniestralidad de estas motos míticas contribuía a la leyenda de sus jinetes, y para muestra contamos con los desenlaces de ambas películas.
El neerlandés Paul Verhoeven rodó en 1980 otra poderosa cinta sobre el mundo de las motos al que añadió de forma explícita el ingrediente que ya se había apuntado en las realizaciones anteriores del subgénero: el sexo. Así, en 'Vivir a tope' pergeña un excepcional retrato de los amoríos de unos jóvenes adictos al peligro, yonquis del riesgo y la velocidad a los que interpretan Hans Van Tongeren, Toon Hagtenberg y un jovencísimo Rutger Hauer, enamorados de la sensualidad explosiva de Renée Soutendijk. Las carreras de motos aportan así un escenario sentimental para abrir una década en la que los jóvenes contestatarios le daban un palo rebelde a unos Países Bajos aburguesados.
Sin necesidad de que sus argumentos giren en torno a la aventura motera, muchos cineastas se sirvieron de escenas memorables que han permanecido en la memoria de todos y que les sirvieron para imprimir y definir carácter a sus protagonistas. Al genial Buster Keaton lo vemos subido al manillar de una moto conducida por un policía y que circula a toda velocidad en 'El moderno Sherlok Holmes' (1924), una obra maestra del metacine que fascinó a Buñuel y a toda la Generación del 27. Un bache en la carretera hace que el agente caiga al suelo y que Keaton continúa el trayecto sin percibir que nadie conduce ya la moto, en un alarde técnico que todavía nos pone el vello de punta. Y en 'Sopa de ganso' (1933) el primer ministro Groucho Marx viajaba por las calles de Libertonia en un imposible sidecar conducido por Harpo que no era capaz de llevarlo a ninguna parte, ya que al conductor siempre se le olvidaba engancharlo a la motocicleta. Otros grandes del cine nos regalaron momentos enormes y sentimentales, que nos hicieron sentir que íbamos también a huir de los nazis, como Steve McQueen en 'La gran evasión' (1963), en la que el actor, diestro máximo al volante, no quiso que lo sustituyese ningún especialista en la conducción arriesgada de la Triumph Trophy TR6. Aquí cabe recordar que la novela-crónica original fue escrita por el militar australiano Paul Birckhill, piloto de guerra que fue retenido por el II Reich en el Stalag Luft III, del que trató de huir, tal y como cuentan el libro y la película. La moto nos ha regalado momentos inolvidables en el cine, como los pingüinos que traen a loa ciudad la ilusión tan real de un tiempo salvaje e indómito que resiste a desaparecer. Afortunadamente.
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