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Estudió piano por empeño de la madre, también derecho, y aunque en la Castilla de los años cincuenta querer ser director de cine «era como aspirar a torero en Estocolmo», lo consiguió. El burgalés Antonio Giménez-Rico está orgulloso de haber hecho de su pasión ... su profesión. Desde su primera película, 'Mañana de domingo' (1966), antecedente del cine al servicio de la promoción de sus escenarios (la ciudad de Vitoria) hasta su proyecto fallido, 'Conspiración en la Catedral' (2014), ha transcurrido medio siglo detrás de la cámara de películas, series y documentales. La Seminci le entregó su Espiga de Honor en 2018.
Su retirada la precipitó el encontronazo con un director de RTVE de cuyo nombre no quiere acordarse. Había ido juntando todas las piezas para adaptar la novela 'Inquietud en el paraíso', de su paisano Óscar Esquivias a la gran pantalla: un guion que le gustó al novelista, un reparto a la altura, el apoyo de la Junta presidida por otro burgalés, Juan Vicente Herrera, y hasta el visto bueno del equipo de la televisión pública. «Pero su máximo responsable me dijo que 'estaba hasta los cojones de películas de la Guerra Civil'. Esa era circunstancia tangencial de la historia que contaba el guion, que por supuesto desconocía. ¿Se imagina decir en EE UU que no quieren películas que traten la guerra? Sin el respaldo de una televisión pública no podía llevarse a cabo. Así que se pasó el momento. Luego su sucesora quiso retomarlo pero yo ya había decidido dejarlo», dice Giménez-Rico. Aquel director fue José Antonio Sánchez y su sucesora, Carmen Caffarel.
Este defensor del cine narrativo, de «películas que cuentan historias», ha trasladado varias novelas a la gran pantalla, entre ellas tres de Miguel Delibes. «He bebido de la literatura, de historias que creía podían tener una segunda lectura, un interés para el cine». Dejó la cámara «porque el cuerpo ya no resiste 14 horas de pie. Para mí un rodaje es estar moviéndote entre los actores, manejando un equipo. Nada que ver con la imagen del director clásico americano de los años treinta, que desde su trono da indicaciones en un plató».
Ahora ve el escenario del mundo desde su casa, con sus «amigos entrañables, el ordenador y la televisión». Si el Giménez-Rico estudiante en la Universidad de Valladolid se involucró en «la actividad política, porque aunque no perteneciera a ningún partido, no podías estar en España como si fueras un mueble», el de hoy considera que «vivimos en una situación mucho mejor, de libertades y democracia. Hace 30 años hubiera dado un mitin político sobre la situación, hoy me siento un espectador».
Desconoce el aburrimiento, entre lectura y películas, se cuelan unas memorias que está novelando, «quizá sean algo, quizá material que tire mi hijo cuando ya no esté». Ve poco a sus amigos, a José Luis Garci o José Luis García Sánchez. «De mi generación vamos quedando pocos. Cuando nos llamamos es para constatar que seguimos vivos».
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