'Misterio en Venecia', vuelta a la novela-problema

Son dos tiempos. Uno el presente. Los héroes están al final, Poirot en este caso, exiliado voluntariamente en Venecia, mostrada en bellos fotogramas y diversos ángulos de imagen. Un filme que representa precisamente estas épocas tan diferentes y nos hace reflexionar sobre ellas. Parece como si quisiera Branagh resucitar una de ellas, manteniendo su cronología. Y lo hace bien, a conciencia, en una trama compleja y con muchas reflexiones sobre el crimen, la muerte y la culpa encarnadas en los personajes, hombres, mujeres y un niño que quizá represente a todos los niños de esta historia triste y sea fundamental para la resolución del misterio.

Esta vuelta de Poirot enlaza lo sobrenatural con lo realista y Venecia es un mundo fascinante y sombrío, en interiores y exteriores. La realización se va estructurando desde una sesión de espiritismo y todas sus consecuencias. Poco a poco se va descubriendo lo ocurrido en dos épocas diferentes que afectan a los personajes. Es a veces absurda con lógica. Pero el espectador apura los sucesos y los descubrimientos. Poirot es el mismo que conocíamos, pero también es diferente. Es el contraste de dos épocas que se unen y se separan a la vez.

Desde esta concepción mixta la realización es espectacular, con tomas y movimientos de cámara muy variados, para ir más allá de la narrativa lineal. Se asienta la película en una espléndida fotografía y una excelente interpretación. Branagh, un magnífico actor shakesperiano, ha asumido el papel de Poirot de modo espléndido y plural, tanto en los momentos de duda como en los de triunfo, y todo el resto de reparto da alas a esta vuelta de los héroes y los tiempos y a la reflexión sobre nuestro mundo. Un 'thriller' especial que impacta más allá de esta vuelta al misterio problema en toda su plenitud, aunque la mirada sea diferente.