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Cuando Fernán Gómez trabajó en Pedraza y Valladolid
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El actor, de quien hoy se cumple el primer centenario, protagonizó dos de las tres película que dirigió José Sacristán en Castilla y LeónHace un siglo nació en Lima un genio de las artes escénicas y cinematográficas, Fernando Fernán Gómez (1921-2007), que dejó la estela de su legado en Castilla y León. El cine es ese lugar eterno donde están los prohombres de nuestro imaginario colectivo, al igual que el paisaje en el que se filmaron grandes películas, como en un friso de celuloide nuevo y piedra antigua cuyos diálogos se pierden por las entrecalles y pueblos castellanos, como un sueño aventado de fotogramas. El joven y el viejo Fernán Gómez, con gabán largo o abrigo de paño, hizo memoria de un mundo de diván y languideciente, lugares que nunca desaparecerán del todo.
Protagonizó dos de las tres películas dirigidas por José Sacristán, 'Soldados de plomo' (1983) y 'Cara de acelga' (1986), de las cuales, la primera se rodó en Valladolid. De Sacristán explica Fernán Gómez en sus 'Conversaciones' con Enrique Brasó: «Los dos coincidimos mucho en la visión de lo que es el mundo del teatro y del cine, y sobre todo de lo que es el trabajo del actor. Para mí, trabajar con él es muy sencillo, y me parece que también para él trabajar conmigo. Yo por lo que lo he utilizado, en dos o tres películas, es porque me parecía que daba muy bien la imagen del ciudadano español medio, además por supuesto de por tener unas extraordinarias dotes de actor». Así, en 'Soldados de plomo' el intérprete recorrió las calles vallisoletanas: los soportales de la plaza Mayor, Fuente Dorada, el Portugalete, la Plaza de la Universidad, el Pasaje Gutiérrez con la desaparecida tienda de discos Foxy y el caserón de la calle de Gondomar donde transcurre la acción, hoy restaurado y convertido en un edificio de viviendas. En la película, que sigue un relato homónimo de Eduardo Mendoza no publicado –acaso un tratamiento argumental–, Andrés Morán (José Sacristán), profesor de literatura en una universidad de Nueva York, regresa a España y recorre entre recuerdos la capital pucelana de la mano de don Dimas (Fernán Gómez), un abogado y viejo amigo de su madre, quien le comunica que su padre le ha donado el caserón donde Andrés había pasado su infancia y que quiere echar abajo una sociedad inmobiliaria de la que forman parte su madrastra doña Mercedes (Amparo Rivelles) y su hermanastro Ramón (Fernando Vivanco) para construir apartamentos modernos –la ficción anticipándose a la realidad, una vez más–. Ante las presiones, Andrés invocará su máxima, «el romanticismo es el refugio de los pobres», e iniciará una investigación en Valladolid en la que descubrirá que su progenitor no ha fallecido de muerte natural, precisamente. Con una fotografía crepuscular de Juan Antonio Ruiz Anchía, Sacristán compone una sorprendente pieza de orfebrería, con aquellos portales lejanos de nuestra infancia que guardamos en el recuerdo como un objeto sacro y palpitante.
Un año antes, el actor había protagonizado otra obra maestra febril y procaz, hoy prácticamente olvidada, sobre el amor y el deseo de un adolescente fantasioso, y de una joven maestra que se enamora de Fernando, un maduro republicano que regresa a España (Fernán Gómez), 'El amor del capitán Brando' (1973), del gran Jaime de Armiñán, en un guion portentoso coescrito por el cineasta y Juan Tébar, al que acompaña la partitura de José Nieto, con el tema 'Capitán Brando'. Aurora (Ana Belén), una muchacha sincera y libre de prejuicios, llega destinada como docente a un pueblo castellano de rancio abolengo (Pedraza de la Sierra, en Segovia), donde aún perviven ancestrales tabúes y fanáticas represiones. Al incorporar en los planes de estudio las asignaturas de educación sexual y expresión corporal, no solamente despierta las suspicacias entre las vecinas y el alcalde (Antonio Ferrandis), sino también las pasiones de Juan (Jaime Gamboa), un alumno adolescente al que también Kety (Verónica Llimerá) le descubre el mundo de los adultos. Por el contrario, la joven ama al experimentado republicano Fernando, a pesar de la diferencia de edad. Armiñán y Ana Belén aún recuerdan un rodaje maravilloso junto a los vecinos y a los niños de Pedraza, si bien inclemente por una enorme nevada que cayó aquel diciembre y que aisló la localidad segoviana. El estreno en Berlín en 1974 cosechó un aplauso unánime –consiguió el Premio del Público–, en la cartelera de Madrid se mantuvo trece meses en el cine Azul y en Barcelona doce meses en el Cataluña, reunió a más de dos millones de espectadores y consiguió una recaudación de 141 millones de pesetas (841.000 euros), que puede explicar la férrea censura cultural que había reinado en la taquilla durante la dictadura. El Sindicato Nacional del Espectáculo la galardonó como Mejor película y a Armiñán como Mejor director en 1975.
Fernán Gómez le comenta a Enrique Brasó en sus 'Conversaciones' la coincidencia de que por aquel mismo tiempo se recurriera a él para 'Ana y los lobos', 'El espíritu de la colmena', 'Vera', 'Un cuento cruel' o 'El amor del capitán Brando': «era la posibilidad de hacer unas películas que eran de una índole totalmente distinta a lo que yo había hecho en los quince años que llamamos 'la travesía del desierto'. Porque notaba que un determinado tipo de director, que era más exigente consigo mismo y que intentaba hacer una obra más de calidad, recurría a mí, cosa que no había sucedido en esos años anteriores», explica el actor al referirse a este otro tipo de cine. Explica Diego Galán en el volumen colectivo coordinado por Jesús Angulo y Francisco Llinás Fernando Fernán Gómez. El hombre que quiso ser 'Jackie Cooper '(1993) que, por entonces, «muchos de los directores noveles que confían en su profesionalidad y eficacia, le llaman sin dudarlo, sabiendo que encontrarán una ayuda especial». Es el caso de Víctor Erice, para el que interpreta el rol del apicultor de la mítica 'El espíritu de la colmena' (1973), también rodada en Pedraza de la Sierra; el intérprete le explica a Brasó que leyó aquel guion que le había hecho llegar Elías Querejeta y que, aunque le gustó mucho, no lo entendió: «no entendí el propósito, no entendí el significado y casi no entendí ni el argumento». Esta sensación la mantuvo no solo durante el rodaje, en el que Teresa Gimpera y él no sabían qué sucedía mientras interpretaban tal o cual escena ni por qué decían lo que decían –Erice estaba de acuerdo en que lo ignoraran–, sino que incluso, una vez vista, «me gustó muchísimo la película, que la entendí un poco más, pero no del todo». La reflexión a que le lleva aquella situación de pleno surrealismo a Fernando Fernán Gómez no es baladí, pues «se acerca más a lo que es la situación que vivimos en la vida real. Que todos sabemos lo que estamos viviendo, lo que está sucediendo, pero de ninguna manera lo que aquello significa –porque seguramente no tiene significado–, ni en lo que va a desembocar una determinada situación». En ese sentido, sus relaciones con Erice durante los días de rodaje consistieron en respetar lo que Fernán Gómez llama este estilo escénico, que es de un total distanciamiento: «Él no me dijo a mí casi nada, nunca, durante todo el rodaje. Yo no le dije a él casi nada, nunca». No deja de sorprender que una de las mejores películas de la historia del cine español haya estado confeccionada sobre silencios mínimos y sobreentendidos entre líneas, y rodada con aquella luz secreta filtrada por Luis Cuadrado en los caserones segovianos.
También la imponente presencia del intérprete como el Gran inquisidor de 'El rey pasmado' (1991), de Imanol Uribe, a partir de la magistral novela de Gonzalo Torrente Ballester, localizados sus exteriores en las calles de Salamanca, entre otras ubicaciones castellanas como el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila, también acercan su universo cinematográfico a nuestra región. Las aguas tumultuosas del final del Franquismo conocieron la transición del cómico perdedor de Bardem y Neville al galán maduro y crepuscular que fue de aquí en adelante, en un pequeño puñado de obras maestras que se rodaron, qué casualidad, en las tierras de Castilla. En el tintero quedó su proyecto de convertir en película su novela 'La Puerta del Sol', interrumpido poco antes de empezar el rodaje y que, junto con otros vaivenes últimos, lo condujeron a una progresiva melancolía. Pero esa es otra historia y tiene que ver con la desidia española para con sus genios heterodoxos e irreductibles.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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