Conchita Montenegro, la estrella que renunció a serlo
La primera española que conquistó Hollywood se retiró en la cima de su carrera, hace 75 años
Antes que Sara Montiel o Penélope Cruz, existió Conchita Montenegro. Ella fue la primera actriz española que puso Hollywood a sus pies y adquirió el estatus de una genuina estrella de cine. Ocurrió en los años treinta, pero apenas una década más tarde, la española, con sólo 32 años y encaramada a la cima de un éxito cimentado también en Italia, Francia y Madrid, decidió emular a su amiga Greta Garbo y renunciar a la farándula cinematográfica y sus seducciones. Fue una decisión repentina y abrupta tomada en 1944, hace ahora 75 años, y todavía hoy no están claras las razones que le llevaron a quemar las fotos de sus amores y amistades de la Meca del Cine, así como las películas que aún conservaba, y definir aquella pionera experiencia como «pecado de juventud».
Que estaba en la cima cuando tomó la decisión lo prueba el que ocupara no menos de tres portadas de la revista 'Primer plano', muy célebre entonces, en los meses previos a su renuncia. Y que su última película, 'Lola Montes' (1944), de Antonio Román, (no confundir con la obra maestra de Max Ophuls), donde lucía diseños de Cristóbal Balenciaga, fue una de las más celebradas de su carrera. Que la decisión fue inesperada y abrupta lo acredita el hecho de que en alguna de aquellas publicaciones daba rienda suelta a sus planes de futuro y anunciaba su pretensión de dar el salto a la dirección de cine. Algo que, por descontado, nunca llegó a ocurrir.
En una entrevista de 'Primer plano', de 1943, que firma Sarah Demaris, se la refleja ya, sin embargo, como una estrella esquiva, celosa de su intimidad, y recelosa de los periodistas. Y deja clara su amistad con la mítica actriz de Ninotchka, que le sirviera de inspiración en tantas cosas: «Greta Garbo me gusta mucho. En la pantalla y en la vida real, porque es muy buena, muy noble y muy formal, y a veces hasta ingenua». Para aclarar, a continuación, que no hay que fiarse de las apariencias del cine, porque «hay ingenuas que son vampiresas en la realidad».
No es casualidad que Garbo hubiera dado su propia espantada tres años antes, en 1941, tras estrenar 'La mujer de las dos caras', retirándose no sólo del cine, sino de la vida pública, de forma radical. Y quizás tampoco sea una mera coincidencia que José Mojica, actor con el que Montenegro trabajó en dos películas ('Hay que casar al príncipe' y 'La melodía prohibida'), dos de sus primeros trabajos de recién llegada a Los Ángeles, hubiera decidido sólo dos años antes renunciar al cine, y a la vida secular, para convertirse en el fray más célebre del momento.
¿Qué pudo desencadenar la repentina decisión de la actriz española? Su biografía apunta hacia dos posibles causas. Una, la dramática muerte de Leslie Howard, el que fuera, probablemente, su gran amor (en una vida plagada de ellos, y por la que muchos la calificaron como una versión femenina de Don Juan). Howard fue su amante durante años y nunca se apagó la llama del afecto. De él dijo Conchita al final de su vida: «Aunque no quiso dejar a su mujer, siempre se portó como un caballero conmigo».
Montenegro había conocido al que sería célebre coprotagonista de 'Lo que el viento se llevó' en el rodaje de la película 'Prohibido' (1931), de Van Dyke, su primera película hollywoodiense de verdad, en inglés, después de meses de trabajo con la troupe española de la Meca del Cine (Jardiel Poncela, Edgar Neville, Buñuel, José Peña…) que hacía dobles versiones para el mercado hispano.
La actriz se reencontró con su viejo amante en 1943, en España, cuando estaba reconstruyendo su vida afectiva en compañía de Ricardo Giménez Arnau, con quien se casaría sólo un año después. Aquel no fue un reencuentro de amor, sino de trabajo. Y de no cualquier trabajo. Leslie Howard era por entonces un espía entregado a la causa aliada a quien Winston Churchill envió a España con el fin de convencer a Franco para que se declarara neutral, y despejar así un poco el complejo panorama de la II Guerra Mundial.
Conchita era la persona-puente que podía hacerlo posible, dados su afecto por Howard y su proximidad con el régimen a través de Giménez Arnau, dirigente de la sección exterior de la Falange, que poco después sería nombrado embajador. La actriz se prestó a colaborar y el encuentro se produjo. Nadie sabrá nunca si el actor de 'Lo que el viento se llevó', película que había emocionado al dictador, influyó en Franco, admite Javier Moro, que recrea el episodio en 'Mi pecado'. Pero, pocas semanas después proclamaba la neutralidad española.
La gestión, en cambio, no tuvo un final feliz para Howard, pues, cuando regresaba al Reino Unido, su avión fue derribado por los alemanes y falleció. Por razones misteriosas, Conchita siempre se sintió responsable de aquella muerte, pues no dejaba de declarar que, si no hubiera sido por ella, el actor espía nunca hubiera ido a España y seguiría vivo. Lo que no dejaba de ser una verdad a medias, pero que seguramente influyó en su inesperada renuncia.
La otra razón fue su matrimonio con el diplomático español, que la convirtió en tía de Jimmy Giménez Arnau. Seguramente pensó que el mundo del cine y el de las embajadas no serían fáciles de conciliar, lo que también la animó a colgar los hábitos de actriz.
Una renuncia radical, acompañada del expreso rechazo de varias distinciones cinematográficas que festivales como el de San Sebastián le ofrecieron a lo largo de su vida, con la que logró enterrar, ella misma, cualquier recuerdo de su vieja gloria. Y así, cuando en 2007 fallece en Madrid, su muerte es recibida con una más que notable indiferencia.
Con todo, algo se remueve, porque poco después comienzan los trabajos para recuperar su memoria. Primero la novela 'El vuelo del Ibis' (2008), de José Rey Ximena, y más tarde las de Carmen Ro 'Mientras tú no estabas' (2017) y la citada 'Mi pecado' (2018), de Javier Moro. Entre todos ellos han logrado dar nueva vida al recuerdo de una mujer legendaria de la que hoy es francamente difícil encontrar alguna película en video doméstico.
Carrera vertiginosa
La suya fue una carrera vertiginosa que se había iniciado en San Sebastián en 1912, bajo el nombre de Concepción Andrés Picado, en el seno de una familia de ascendencia burgalesa, a través del abuelo paterno Victoriano Andrés, que a finales del siglo XIX había emigrado de Burgos a Bilbao.
Con su hermana Juanita estudió danza y arte dramático en la Escuela de Teatro de la Ópera de París y muy pronto, ya como profesionales, sedujeron a los espectadores de Barcelona y Madrid. «Practicaban un baile ecléctico y modernista y cautivaban a la audiencia con la resplandeciente belleza de sus cuerpos», aseguraba el historiador del cine Jesús García de Dueñas en la desaparecida revista AGR.
Sus cualidades como bailarina, y como cantante, serán inseparables de su éxito en el cine, donde encarnó frecuentemente ese tipo de papeles. En 'Besos al pasar' (1931) que protagonizó con Robert Montgomery y Norma Shearer, interpretaba el papel de una bailarina española. En 'Noches de París', de Robert Siodmark cantaba un tango «con su peculiar estilo de excéntrico escepticismo». En 'El grito de la juventud', dirigida y protagonizada en Francia por su primer marido, el brasileño Raúl Roulien, interpretaba una samba electrizante, según el parecer de quienes la han visto. Y bailarina era también en 'Luces de París' (1938) y en 'El nacimiento de Salomé' (1940), película rodada en Italia con Luis Peña y María Gámez, donde protagoniza una provocadora danza en su encarnación de la pérfida y seductora Dalila.
Sus inicios en el cine fueron tempranos, pero la película que la dio a conocer, nuevamente por sus cualidades más embriagadoras, fue 'La mujer y el pelele' (1928), de Jacques de Baroncelli, en la que protagonizaba un desnudo integral, más intuido que visto, que llamó la atención de los buscadores de talentos de Hollywood. Allí llegó en 1930, en la convulsa etapa de transición del cine mudo al sonoro, como una de las actrices hispanas que se usaban para las dobles versiones de las películas americanas dirigidas al mercado castellanoparlante.
La barrera del lenguaje
En esa época aún no se había extendido el doblaje y Hollywood buscaba aún el modo de evitar que la barrera del lenguaje le hiciera perder peso en los mercados hispanos, que había conquistado en el periodo mudo. Para ello se recurrió a varias fórmulas. En algunas ocasiones, las estrellas hicieron sus propias versiones en español (aquí son todavía célebres las que rodaron El Gordo y el Flaco esos años, con su castellano de singularísimo acento). En otras ocasiones se sustituían director y todo o parte del reparto, para volver a rodar, en los mismos decorados, y del mismo modo, pero con intérpretes hispanos, las películas americanas de éxito. Montenegro se estrenó en una de esas versiones nada menos que con el mítico Buster Keaton. Fue en 'De frente, marchen' (1930), pero quienes la busquen en las versiones comercializadas de este corto no la hallarán, porque la obra que ha llegado hasta nosotros es, lógicamente, la original, con Sally Ellers en el papel que doblaba Conchita.
Fue en aquellos primeros momentos cuando la actriz española llamó la atención de todo Hollywood con la sonora bofetada que le propinó a Clark Gable; ocurrió durante una prueba en la que el veterano actor quiso ir más allá del fingimiento escénico y darle un beso 'con lengua'. Aquello no sólo no arruinó su carrera, como ella temió, sino que la hizo muy popular. Poco después Charles Chaplin, con quien tendría un romance, se colaba en su casa haciéndose pasar por un falso 'profesor de inglés' enviado por el estudio, aunque finalmente hizo las funciones de tal y contribuyó decisivamente a que aprendiera el idioma en muy poco tiempo.
El dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, que formaba parte del grupo hispano en Los Ángeles, como asesor literario, le ofreció a la actriz una de sus ingeniosas ironías: «En las playas de Hollywood sólo hay dos ocupaciones a elegir: o tumbarse en la arena para contemplar las estrellas, o tumbarse en las estrellas para contemplar la arena». Por lo que sabemos, Conchita no renunció a ninguna de ellas.
De la actriz española dijo el mítico Howard Hawks que era «infinitamente superior a muchas de nuestras famosas luminarias» y García de Dueñas no duda en calificarla como «la personalidad más arrebatadora que ha aportado nuestro cine a la pantalla internacional». Pero el mejor resumen de su carrera lo aportó un lacónico y certero Guillermo Cabrera Infante: «Conchita Montenegro asombró a todos un momento y después desapareció».
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.