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Arturo Dueñas, con Hugo, en el salón de su casa, donde ha terminado el montaje del corto con el que aspira a un premio Goya. JOSÉ C. CASTILLO
Desde Valladolid

Del cine en las sábanas de Esguevillas a competir por un premio Goya

Arturo Dueñas aspira con 'Dajla', un trabajo sobre los campamentos saharauis, a conseguir el galardón a mejor corto documental

Víctor Vela

Valladolid

Sábado, 5 de febrero 2022

El cine en la infancia de Arturo Dueñas (Esguevillas de Esgueva, 1962)eran las sombras sobre una sábana que, los días de fiesta, se extendía en la plaza del pueblo. «Hasta los 13 años no fui a una sala», dice. Y desde aquel momento, sus ojos apenas se han separado de la pantalla y el proyector. Fue uno de aquellos espectadores ochenteros que devoraron clásicos en el Aula Mergelina. Tenía casi butaca reservada en el Manhattan y el Groucho. Es de los de maratón semincero. Y siempre supo que acabaría rodando sus propias películas.

«Lo que pasa es que la primera, 'Aficionados', no llegó hasta que cumplí los 47. Como lo hago todo con calma, va pasando el tiempo, va pasando, y...». Es bibliotecario de la UVA, fue profesor de Lengua y Literatura en Estonia, en Hungría, en Brasil, Portugal. «Todo eso está muy bien, pero el cine es otra cosa».

Lo cuenta desde aquí, desde esta casa con vistas a la vías del tren, junto al ordenador y la mesa de edición en la que terminó de montar 'Dajla: cine y olvido', el trabajo con el que opta al mejor cortometraje documental en la próxima gala de los Goya. Será el 12 de febrero. ¿Nervioso?«Es un sueño poder estar ahí. Pero para cualquier persona que se dedica al cine, estar nominado ya es una meta. No solo por lo que supone a nivel personal, sino en este caso porque es también un apoyo al cine de Castilla y León, al trabajo audiovisual que se hace desde Valladolid», asegura.

La Valladolid Film Commission colabora durante estos días en la promoción de una cinta, de La Esgueva Films, que ya se ha proyectado en 280 festivales, que ha obtenido cien premios... y que estuvo a punto de acabar olvidada en un cajón. Sepultada en esta casa conquistada por los libros, abarrotada de enchufes, con grabados traídos de Oporto y estanterías donde duermen mil y un deuvedés.

«Hubo un momento en el que ningún festival español apostaba por nosotros. Ganamos un premio de la Plataforma de Nuevos Realizadores, en Madrid, pero luego, hasta que no dio el salto internacional, no empezamos a ver su repercusión». El próximo paso puede ser un premio Goya. «¿Te imaginas? Una locura».

La historia de esta locura comenzó hace diez años, cuando Andrés, un sobrino de Arturo, se marchó con unos amigos para participar en varias manifestaciones y protestas en los territorios del Sahara Occidental ocupados por Marruecos. «Llevaron cámaras pequeñas con las que grabaron testimonios de las personas que vivían allí. Fueron expulsados. Tuvo que intervenir la embajada», rememora el director.

Andrés y sus amigos volvieron a España con varias tomas de vídeo que le sirvieron a Arturo para hilvanar un «documental guerrilla, grabado con cámaras semiprofesionales» que dio lugar a 'Misión Sahara' (2015). «A partir de ese trabajo, me comencé a interesar por este tema». Por la situación del Sahara Occidental y los campamentos de refugiados.Entró en contacto con la asociación de amigos del pueblo saharaui. Hizo de su casa un hogar de acogida para Abba, hoy un adolescente de 15 años que, desde que tiene 10 ha pasado los veranos con él. Aquí, en Valladolid, lejos de la miseria y la injusticia del desierto.

Y decidió viajar él mismo al Sahara. A Ausserd, uno de los campamentos de refugiados. Estuvo allí con Álvaro Sanz Pascual, el director de fotografía. Con el sonidista palentino Miguel Sánchez González. Coincidió con Fatimetu Bualam, egresada en una escuela de cine del Sahara y quien colaboró como ayudante de fotografía. Se toparon con una historia, «pero no sabíamos exactamente cuál, ni cómo contarla».

Allí, en aquel escenario de arenas y horizontes sin fin, en unas aldeas tantas veces sin luz eléctrica, entre jaimas y hogares con té y dominó se celebra un festival de cine, Fisahara. «Ya que no tenemos cine ni podemos ir a él, que sea el cine el que venga aquí», pensaron los promotores de la idea. Como aquella sábana veraniega que se extendía en Esguevillas de Esgueva.

«Empezamos a rodar sin saber. Queríamos captar la vida del festival. Esa magia que se vive durante unos días, cuando la vida cotidiana se interrumpe por la magia del cine, por los encuentros, las conferencias, las actividades lúdicas. Hay una feria de artesanía, hay charlas sobre el problema de la descolonización, hay conciertos (de Vetusta Morla, Rozalén), hay estrenos de películas... El festival es una cita cultural y reivindicativa que dura unos días y que permite sacar a esta zona del olvido». Hasta que los focos del cine se apagan y la rutina vuelve a los campos de refugiados.

Y todo eso lo quería captar Arturo. Grabó varias escenas durante tres años. «En el primer viaje todo te choca más: la forma de vida, cómo pueden subsistir con tan poco y cómo, cuando se tienen problemas de supervivencia, descubres que hay muchas cosas de nuestras vidas que no son tan sustanciales».

El segundo viaje, cuenta, le sirvió para adentarse más en las tradiciones de Abba y su familia: «Te hacen sentir como en casa». La tercera vez que viajó allí, el documental comenzó a tomar forma. «Apostamos por un corto observacional. No hay entrevistas, no hay narración en off, no hay dramatizaciones ni material de archivo ni música incidental. Queríamos mostrar cómo es la vida en el campamento, cómo la rutina les cambia por unos días gracias al cine, y que sea el público el que saque sus conclusiones».

Para no encauzar la mirada, Dueñas apuesta por planos generales o medios («que sea el espectador quien decida dónde mirar»), aunque sabe que ya el montaje condiciona la narración.«Por eso también optamos por secuencias largas, que no estén picadas. Eso nos ha obligado a eliminar muchas. El corto primero duraba 40 minutos, hasta los 15 en los que se ha quedado al final».

Horas y horas de rodaje, multitud de discos duros visionados mil veces, para llegar a un montaje cuyo punto final se ha puesto aquí, en esta casa de Panaderos, frente a las vías del tren, y que aspira a conquistar a los académicos de los Goya como el mejor corto documental de España.

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