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Goethe describe los enmascaramientos y mistificaciones del carnaval de Roma de 1788: apasionado del cómico carnavalesco Hans Sachs, encargado de los divertimentos y mascaradas de la corte, el poeta y dramaturgo alemán señaló en 'Viaje a Italia' que el carnaval «no es propiamente una ... fiesta que se le da al pueblo, sino que el pueblo se da a sí mismo», en la que «cada cual puede mostrarse tan loco y extravagante como quiera, y que, con excepción de golpes y de puñaladas, casi todo está permitido». Veremos que en el cine, esta norma se trasgrede en el género terrorífico.
Una señal marca el inicio de las extravagancias, la supresión de las barreras jerárquicas y la liberación total de la seriedad de la vida, dando cabida a numerosas injurias groseras y a una atmósfera de obscenidad incluso.
'La máscara de Polichinela' «autoriza» los gestos obscenos delante de las mujeres y se producían duelos verbales entre este fantástico personaje y el Capitán. Finalmente, los Polichinelas elegían a su rey de la risa, se le confiaba un cetro para reír y se le paseaba en una carreta ornada, a la que acompañaba una multitud bulliciosa. Así, muchos de los filmes inspirados en la vida del aventurero y libertino Giacomo Casanova recogen este ambiente de máscaras, especialmente en Venecia, donde fue aprobado por el Dux en 1296 para que las clases altas y las bajas se mezclasen durante diez días. Filmes emblemáticos como 'Casanova', de Fellini (1976), con Donald Sutherland, o 'Casanova' (2005), de Lasse Hallström, con Heath Ledger y la siempre bellísima Sienna Miller, son ejemplos de esa comunión en el sentir popular de la renovación del erotismo del anonimato y la incierta belleza del otro, representados en los 'rostros' figurados de las conocidísimas 'maschera nobile' y 'maschera del galeone', de las que el seductor se sirve como parte de su ceremonia donjuanesca.
Otro ejemplo de cómo se vivían las carnestolendas a la europea lo encontramos en la deliciosa comedia 'La kermesse heroica' (1935), de Jacques Feyder, que describe el Flandes de 1616, cuando era parte del Imperio y en la ciudad belga de Boom, mientras preparan el carnaval, ellos y ellas se aprestan para recibir al duque de Alba y su ejército, pero de una manera bien distinta.
Mijail Bajtin, en 'La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento', señala el sentido profundamente ambivalente del deseo de muerte que existe en el carnaval; de hecho, en el origen de la mascarada romana, la coronación de la fiesta se realizaba con el desfile de tizones y antorchas encendidas, al grito de «muerte al que no lleve fuego», mientras los participantes, enloquecidos, trataban de apagar a soplidos el fuego del vecino.
Esa pulsión de muerte carnavalesca, baile de ánimas en pena y sus derivadas fantástico-terroríficas han dado mucho juego en el cine, en filmes emblemáticos como 'El carnaval de las almas' (1962), de Herk Harvey, o 'El carnaval de las tinieblas' (1983), de Jack Clayton. En la primera, una espléndida y desasosegante cinta que homenajea a clásicos del expresionismo alemán, una muchacha que acaba de sufrir un accidente de automóvil se ve rodeada progresivamente de seres fantasmagóricos. El guion de John Clifford, que juega con el desasosiego que produce en el espectador un parque de atracciones aparentemente vacío, se sirve de un estilo lírico y calmado para transmitir el pavor que siente la joven al transitar por el límite que separa el mundo de los vivos y de los muertos, como sucede en el propio carnaval y su conjunción ambivalente de deseo de vida y de muerte, con su deseo ulterior de renovación y renacimiento.
Por su parte, el espléndido filme de Clayton parte de la novela Ray Bradbury, 'La feria de las tinieblas' (1962), cuyo título original es 'Something Wicked This Way Comes', y en ella se cuenta la historia de dos adolescentes que asisten a una feria de pesadilla organizada por una misteriosa compañía de cómicos ambulantes recién llegada a la ciudad y que dirige el señor Dark (Jonathan Pryce). Este siniestro personaje, inspirado en un tipo real que Bradbury conoció de niño en una feria ambulante y que le dio la orden de vivir eternamente, va tatuándose el cuerpo con cada visitante que queda 'retenido' e incorporado para siempre al diabólico espectáculo. La película, producida por Walt Disney, al igual que la novela, plantea magistralmente el lado siniestro de la fiesta, y recupera el imaginario de que los personajes grotescos atrapados en una suerte de eternidad colectiva y que tanto nos aterrorizan, tal vez no seamos sino nosotros mismos.
Como muestra del lado bullicioso y alegre de las carnestolendas, merece recordarse una pieza magistral del país que con mayor intensidad trágica vive sus carnavales: Brasil. Así, 'Orfeo negro' (1959), de Marcel Camus, actualización del mito griego basada a su vez en el drama homónimo de Vinicius de Moraes, desnuda la realidad de los apoteósicos carnavales de Río de Janeiro. La música inolvidable de Antonio Carlos Jobim y Luiz Bonfá, la interpretación de la tan lírica como explosiva Marpessa Dawn y el prodigioso libreto que recupera la historia de Orfeo bajando a los infiernos en busca de su amada Eurídice le hicieron merecedora del Oscar a la Mejor película de habla no inglesa. También de ambiente brasileño es la comedia musical 'Alô Alô Carnaval' (1936), de Adhemar Gonzaga, protagonizada por Carmen Miranda y que recoge el ambiente más sofisticado, cabaretero y elegante de la celebración.
En España, el mayor exponente de estas fiestas sigue siendo la espléndida 'Domingo de carnaval' (1945), del gran Edgar Neville, en la que el maestro del humor trufa el retrato de las carnestolendas castizas con la investigación del asesinato de una prestamista, pesquisas que lleva a cabo y por su cuenta Conchita Montes, a fin de que su progenitor, un vendedor de relojes, deje de ser el principal sospechoso. De nuevo, pues, la presencia de la parca en mitad del festín y el bullicio vitalista, en ese ambiguo doblete de Eros y Tánatos que es el carnaval. Tras el último día de carnaval, el Miércoles de Ceniza pone punto y final a la bufonería y los placeres del amor: 'Recuerda que polvo eres…'.
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