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Jorge Blanco, durante el rodaje.
Cuando los Reyes Magos dejaban higos en los zapatos

Cuando los Reyes Magos dejaban higos en los zapatos

El joven realizador Jorge Blanco acadaba de estrenar ‘Cuando las encinas daban sombra’, un documental que quiere restañar la memoria rota de la comarca zamorana de Sayago

virginia t. fernández

Sábado, 12 de diciembre 2015, 19:49

Hubo un tiempo en que los Reyes Magos dejaban tan solo unos cuantos higos en los zapatos. Un tiempo en que los niños acudían a la escuela en chancas, utilizaban pizarrines en vez cuadernos y, si necesitaban un lapicero, sus madres les mandaban a la tienda con media docena de huevos para el trueque. Las perras gordas cotizaban al alza. Ha cambiado tanto y tan deprisa el mundo en pocas décadas que peligra la memoria de quienes que apuntalaron el siglo XX, de aquellos que sufrieron sus miserias, más acuciantemente en los pueblos. Cuando el realizador zamorano Jorge Blanco Vilches nació, en 1993, su abuela, Paz Garrote, había dejado atrás las estrecheces y también los momentos felices de su juventud, pero en absoluto había olvidado tantas y tantas historias que trasmitió a su nieto y que ahora, dos generaciones después, él recoge en su primer largometraje documental, Cuando las encinas daban sombra.

La cinta, que acaba de estrenarse, está rodada en Sayago, la comarca zamorana de la que procede la familia de Jorge Blanco, estudiante de Medicina y aspirante a cineasta que hasta el momento solo había abordado cortometrajes. El documental recorre el pasado y el presente de una zona rural muy afectada por la despoblación y la desmemoria. A Blanco le invade a menudo la nostalgia mientras merodea por esas cortinas (parcela de tierra cercadas por paredes de piedra) que una vez fueron el sustento de muchas familias y que hoy permanecen ahogadas por las zarzas: «La gente vuelve al pueblo de visita pero, aunque te gusten esos lugares, ya nada tiene el mismo sabor», lamenta. «Siempre me fascinaron las historias de mi abuela. Eso fue lo que propulsó el documental. Ella tiene una memoria privilegiada. Me ha contado sus experiencias vitales desde que era niña y siempre me han atraído. Además, es buena contando las cosas. Quise guardar esa naturalidad con la que me las trasladaba a mí», desvela el director.

Poemas y quirófanos

La creación del zamorano no es un documental al uso. Está teñido de emociones. «Podría haber hecho un documental convencional pero preferí que fuera más íntimo, darle ese toque», explica quien también es el autor de los textos que respaldan las imágenes, una serie de poemas locutados por el actor Pedro Martín. Las palabras aportan un claro tono lírico a la película para realzar el retrato de una tierra que le parece «un lugar mágico»: «La memoria de los viejos,/ sepultada entre las jaras/ () palpita en un hombre sabio,/ que camina entre la niebla».

Blanco se mueve entre los quirófanos, las localizaciones recónditas y los escenarios. Saca tiempo también para actuar en la compañía Gente de Teatro de la UVA y enriquece su quehacer detrás de la cámara con la faceta de intérprete: «Hay una abismo entre actuar de verdad, sentirlo, y cuando no lo haces; el público lo percibe», asegura. «Se nota cuando el creador está verdaderamente implicado», añade. Según el realizador, la huida de la concreción en Cuando las encinas daban sombra permite que el espectador se identifique con las historias de Sayago, que podrían ser las de otras muchas comarcas. La trilla, los secretos del mejor pan o el contrabando de café entre España y Portugal a través de los Arribes del Duero son algunos de los temas que el castellano y leonés aborda en la cinta engarzando testimonios de ancianos del lugar. Sin subtítulos ni demasiado contexto histórico. «Ese tono subjetivo es arriesgado, pero es que nunca doy los datos trillados. No quiero que la gente se informe sino que reflexione, transmitir emociones, ideas, pensamientos», sostiene.

En su afán por adjudicar al espectador un papel activo en el hecho cinematográfico, la trayectoria de Jorge Blanco como cortometrajista está salpicada de títulos que apuestan por sacudir el ánimo. Con La huella del caracol participó en la 58 edición de la Seminci y en Estribillo roto, su última obra de ficción, se adentra en la mente de un esquizofrénico durante más de veinte minutos: «Me salen cortos un poco largos. No me gustan las historias que son chascarrillos, que intentan dar un golpe de sorpresa final que al espectador le hace poner una media sonrisa. No me convence eso. Ya que no puedo acceder a hacer películas, pretendo condensar mensajes importantes en microhistorias, intento hacer micropelículas, exprimir la rosa y tomar la esencia. Como no puedo hacer el perfume, tengo que conformarme con unas gotas de esencia», resume. El creador zamorano ya prepara su próximo proyecto, «una web serie con una buena dosis de crítica social», avanza quien no conoce el miedo a la precariedad del gremio en el que se dispone a militar profesionalmente: «Quiero ver hasta donde se puede llegar sin medios», dice retador.

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