![Cine, pintura, pero sobre todo, música](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202004/07/media/cortadas/aute1-k6PH-U1008236407694jF-984x608@El%20Norte.jpg)
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Su casa era un oasis de inspiración en medio del fragor de la gran ciudad. El tiempo parecía detenerse con toda intención en aquel Madrid de principios del siglo XX, en el que se construyeron los chalés de la colonia de Fuente del Berro. En su estudio, Luis Eduardo Aute tenía todo lo que necesitaba: el maniquí, que representaba la dimensión humana de su pintura; el escritorio, donde se consignaban las palabras con la que construía su poesía, y la guitarra, a donde llegaba y de donde partía su música. Después, en la chimenea del salón, se añadía el fuego de la conversación. Y el del pensamiento, tan necesario en su caso para cualquiera de todas estas actividades.
Concernido por tantos estímulos artísticos, es normal que otra de las grandes pasiones de Luis Eduardo Aute fuera el cine, donde palabra, imagen y música se complementan. «Más cine, por favor». También en este territorio pudo cumplir buena parte de sus sueños. Como auxiliar de dirección en el rodaje de 'Cleopatra', de Mankiewicz. Como director de sus propios cortos. Pero sobre todo como director, animador y autor de la banda sonora de 'Un perro llamado dolor' (2001). Cuatro mil dibujos a mano y cinco años de su vida dedicados al empeño. El trazo grueso, el claroscuro, el blanco y negro característicos de su pintura puestos en movimiento. Cine pictórico. Puro arte cinético con un ojo en Goya y el otro en Luis Buñuel. Tal vez lo que el propio Aute sintió como más genuino en su expresión.
Ni el cine ni la pintura, sin embargo, han podido competir nunca con la envergadura que ha tenido la música en la vida de Luis Eduardo Aute. Una relación artística y sentimental, la de Aute y la música, en la que no faltaron momentos de incomprensión o de dolor, incluso de rechazo. Como en toda gran historia de amor. Lo mejor de su aportación musical ha estado siempre en relación con la experiencia compartida, convivida. Cuando grabó en 1983, al lado de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat y Teddy Bautista, el álbum 'Entre amigos', se convirtió en el pionero de un género de colaboración que después tuvo un enorme desarrollo. El gran concierto de 2018, en el que participaron una veintena de grandes artistas para apoyar a Aute en su enfermedad, puso en evidencia ese gran espíritu de intercambio artístico, que fue evidente desde los primeros momentos de su carrera musical. De no haber sido por sus amigos, tal vez Aute nunca se hubiera decidido a interpretar él mismo sus canciones. Una de las primeras cosas que hizo Aute tras salir del coma, tras el gravísimo infarto que sufrió en 2016, fue pedirle a Silvio Rodríguez que le cantara una canción.
En los años ochenta, las canciones de Aute representaron a la perfección en España a esa segunda generación de cantautores que enlazaba con la de los setenta. Más social y menos política que aquella. Y de mirada más amplia. Cuando el público coreaba aquello de «no aguanto este coñazo de Madrid» seguramente aplaudía ese nuevo romanticismo que se despegaba con claridad del último cutrelux de la Movida. Que cambiaba las lentejuelas y el gamberrismo cañí por un estilo más fino, irónico, escéptico e intelectual. Una estética que conectaba mejor con Dylan, con Leonard Cohen o con Georges Moustaki. 'Al alba' fue quizás el último punto de conexión con el antifranquismo. 'Aleluya número 1' ya tenía ese otro aire de los ochenta que gozó de gran aceptación en Europa.
Sin la poesía es imposible entender ni la música ni el arte de Luis Eduardo Aute. Sin pretensiones, era un gran conocedor y un gran conversador sobre poesía y sobre poetas. En 1969, los censores secuestraron un número de la revista granadina 'Poesía 70' a causa de un poema-dibujo de Aute. Calificaron de «atentado contra la moralidad» la imagen de una mujer desnuda y abierta de piernas, en un número teóricamente dedicado a las flores. Pero nada dijeron del texto, en el que Aute habla del «estertórico olor a crisantemos» de los pueblos de España. Después de 'La matemática del espejo', editado en Málaga en 1975, Luis Eduardo Aute publicó media docena larga de poemarios, contenidos en las recopilaciones 'Claroscuros y otros pentimentos' (2014) y 'Toda la poesía' (2017).
Poesía que comenzaba en el poema, que continuaba en la canción y que se traducía en su propio estilo de vestir, de hablar, de interpretar sobre los escenarios. Sus reflexiones sobre la libertad, sobre la hipocresía, sobre el amor, sobre el fracaso o sobre la soledad mezclaron siempre la elegancia de su timidez con una inmensa ternura hacia el ser humano. Sobre el cotidiano existir, pero casi siempre con el telón de fondo del cine, de la música o de la literatura. Siempre con aparente sencillez pero siempre con los mejores recursos del lenguaje. «El tiempo se peina con gesto de amante», escribió. O «el aire rezuma olor a nicho y olor a humo y olor a soga». En aquel inolvidable mano a mano con Silvio en Las Ventas en 1993 los dos hablaron, dentro y fuera del escenario, menos de música y más de amor y de poesía. Y hablaron mucho de Quevedo. Ambos lo tenían claro.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
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