Declaraba con ese desparpajo que le acompañó durante toda su vida Concha Velasco a Antonio Arco en una entrevista publicada por este periódico en abril de 2021: «A mí lo que me queda ya es morirme sin dar la lata».
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Concha, a sus 81 ... años entonces, no tenía miedo, aunque sí aborrecía lo que le parecía una suerte de vida que no es vida y contaba lo siguiente: «'Estoy sobreviviendo', me dijo un día una amiga, y yo exclamé: '¡Qué horror!'. Qué horrible palabra cuyo significado no deberíamos permitir. Lo que hay que hacer es vivir, no sobrevivir».
Lástima. Concha tendría que haber escogido otro deseo. Era imposible que la eterna Teresa de Jesús se fuera sin hacer ruido. A pesar de todo lo que podía intuirse desde que hace ya casi una década empezaron sus achaques, no han dejado de ser conmovedoras las muestras de cariño que ha expresado la gente desde ayer en cualquier rincón de España, de su Valladolid natal por supuesto, faltaría más, al conocer la noticia de su fallecimiento. Qué afición al teatro, qué de amantes del cine español, qué de seguidores de las series televisivas de fabricación nacional. Pues ojalá, pero no tanto. Ocurre que el cariño que despertaba la actriz de la calle Recondo no procedía tanto de su trabajo profesional, o no sólo, lo traspasaba. Lo que ha llegado a la gente de Concha, como en su día de Lola Flores, de Miguel Delibes, hasta de Maradona, es esa química indescriptible por la que adoptamos como referentes a quienes, más allá de sus virtudes artísticas o profesionales se desenvuelven en la vida con honestidad, con coherencia, sin dobleces, imposturas ni sobreactuación, solo con verdad.
Y al hilo de sus confesiones en aquella entrevista de hace dos años, su espanto por la supervivencia no le va a librar de ella. Afortunadamente, en vida apenas le rozó, rodeada en los últimos tiempos por el cariño de los suyos y el de los que se tenían por tal, sus compañeros de profesión. Pero ahora le va a ser imposible esquivarla, convertida en todo un referente del cine y del teatro que se ha hecho en este país a lo largo de las décadas, en tiempos en los que actuaba el censor, en los que no se concebían las películas si no incluían destape, en las boqueadas de la revista o en los primeros balbuceos del teatro musical. En teatro comprometido, en series de televisión con ambición y presupuesto, Concha ha estado ahí y su legado es imposible de obviar.
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Y ya que en lo de no dar la lata o en espantarse por lo de sobrevivir el destino no le ha tratado bien, ojalá en una vida mejor se cumpla ese deseo que confesó su hijo Manuel a Matías Prats, que la actriz quería casarse con Sean Connery, Harrison Ford y Russell Crowe, sin aclarar que fuera un anhelo optativo o así, en bloque polígamo. De momento, el eterno 007 ya le espera en la estación de destino. Que se prepare, ni el Aston Martin más potente ni el más ingenioso artilugio de Q le va a permitir escapar del encanto de una muchachita de Valladolid.
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