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La chica de Valladolid más de Valladolid. La chica ye yé más ye yé. La chica de la Cruz Roja más de la Cruz Roja. Pero también la Hécuba más Hécuba y, sobre todo, la Teresa de Jesús más Teresa de Jesús.
No sé ... si era el brillo de los ojos o la voz. Si la sonrisa o la manera de decir el texto. Exactamente como si eso ocurriera única y exclusivamente ante los ojos del espectador, pero desde una verdad absoluta. Quizás porque en un mundo de mentiras, incluso de mentiras maravillosas como es el del teatro o el cine de barrio, la verdad de Concha Velasco siempre ha sido absoluta. Absoluta, cautivadora, conmovedora. Emocionante.
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En 2009, cuando El Norte de Castilla inauguró su suplemento cultural La Sombra del Ciprés, le dedicamos su primer número a la figura de Concha Velasco. El título de la obra primera de Delibes, el ejemplo de entrega, de dedicación y de verdad de Concha Velasco. Ése no ser siendo o ése serlo todo sin dejar de ser de aquí que tanto él uno como la otra representaban como muy pocos. Después, como antes, cada acto, cada movimiento de Concha Velasco en el mundo del espectáculo eran ejemplo de lo grande que se puede llegar a ser sin darse pisto, sin alharacas, simplemente con la fuerza inmensa de la verdad personal.
Huelga decir que con Concha Velasco desaparece un modo de entender el arte total. También un modo de engranar el amor a la casa, a lo íntimo de las cosas pequeñas y al brillo del gran mundo. Ese brillo que en los ojos de Hécuba, de Teresa de Jesús, de las chicas de la Cruz Roja, las chicas yé yé y las de Valladolid brilla para siempre en la memoria. Quien lo probó lo sabe.
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