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Representa el colmo del arquitecto, la administración óptima del espacio. «Vivo feliz en un zulo de 30 metros cuadrados en el que escamoteo la cama ... para tener sitio, en una cuarta planta sin ascensor», dice el ganador de la última Medalla de Oro de Arquitectura que concede el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos. Pero a renglón seguido aclara que su estudio madrileño está en el edificio contiguo y allí va a trabajar cada mañana. «Somos cuatro personas y podemos seguir con los proyectos. Ellos, desde casa».
Alberto Campo Baeza (Valladolid, 1946) presume de carecer de móvil, ni reloj, ni televisión y de tener «dos apoyos claros: la fe y una cabeza formada con muchas cosas por hacer».
Hay un instrumento fundamental para ello, el ordenador, su 'HP'. Además de la digitalización de sus 12.000 dibujos en la base de datos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la que los ha donado, la informática es la vía de comunicación diaria con los suyos. Desde que comenzó el cautiverio, cada día envía una carta a 'sus cien'. «Si tuviera que quedarme con una palabra sería con gracias. En medio de esta situación tan rara, tan loca, estoy rodeado de gente que me quiere y tengo cabeza y corazón. Este tiempo permite hacer todo a un ritmo más tranquilo. Para mí hay cuatro cosas: pensar, leer, escribir y rezar. Y a veces llega la noche y me sigue faltando tiempo». La construcción continúa sobre el papel. «Estamos con una casa a las afueras de Madrid, otra en La Rioja y otra en México».
Persigue lo mismo desde sus inicios: «una arquitectura lógica, sobria, económica, donde la gente pueda ser feliz». La felicidad y la belleza son los motores de sus planos. Quien ha firmado los edificios del Museo de la Memoria Andaluza (Granada), Consejo Consultivo (Zamora), la casa Olnick Spanu (Nueva York) o la Torre del Minarete (Dubai) repite 'económica'. «Una de mis casa de referencia, la Gaspar, costó tres millones de pesetas. La de ahora de La Rioja la transformamos de 180 a 90 metros porque se disparaba el precio y así lo quiso el cliente». Su sencillez nada tiene que ver con el minimalismo. «Es como si a un poeta le dices minimalista porque usa pocas palabras. Utilizará la exacta en el lugar preciso para provocarnos una emoción, lo que defiendo yo en la arquitectura». Y aunque quizá la pandemia tenga algún efecto positivo, «no será formal, la sociedad seguirá prefiriendo patochadas, arquitecturas raras que se tuercen y se inclinan». Más allá de la estética, «esta situación quizá sea un toque al alma, si se puede decir así, pero sin consecuencias sociales. Ojalá aprendamos de la calma pero la sociedad seguirá su carrera loca, no hay más que ver a los políticos. Ahora, al margen de lo que nos parezca, quien está trabajando lo hace con la mejor voluntad. Me siguen dando pena la mayoría de los políticos por su falta de miras». Tiene pendiente recoger dos doctorados honoris causa en Rosario y en Lisboa , así como una exposición en Florencia. Todo llegará.
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