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En el año 70 a. de C., Cicerón pronunciaba su famoso «Discurso contra Verres» (In Verres). En él denunciaba al tiránico pretor de Sicilia, al que precedía probada fama de haber malversado caudales públicos como cuestor en Asia y sobre el que pesaba la acusación de gobernar Sicilia despóticamente y siempre pensando en sus propios intereses personales. Cicerón escribía esto: «Los pueblos que ya no tienen solución, que viven ya a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede no hay nadie que no comprenda que esto es el colapso total de tal Estado». De eso hace 2.000 años.
Juan Manuel de Prada es uno de los intelectuales que más está exponiendo opinión personal sobre la actualidad española. Conversamos con él antes de su charla en la Casa de la Cultura de Arroyo de la Encomienda, el martes 22, a partir de las 19:00 horas.
–Al hilo de lo de Cicerón, afirma el latinista Pedro Conde que los clásicos siempre nos están esperando en el futuro; por eso son «clásicos», ¿cómo lo ve Juan Manuel de Prada?
–El problema de fondo no es que los presos recuperen la libertad o que se anulen sentencias. El problema es que el Régimen del 78 ampara a partidos y asociaciones separatistas que postulan la destrucción de la comunidad política. Y, una vez amparada esta perversión filosófica, jurídica y moral, pretendemos que esos partidos separatistas no cumplan sus anhelos arbitrando unos procedimientos legales que lo impidan. Es decir, por un lado se abre a la zorra la puerta del gallinero; por otro lado, se pretende que la zorra, ya en el gallinero, se vuelva vegetariana. Pero, claro, la zorra se zampa a las gallinas, porque es su naturaleza; ante lo cual, el Régimen del 78, después de amonestarla un poco, tiene que liberarla, porque está en el gallinero con su permiso. El Régimen del 78 es el bombero pirómano.
–¿No tiene la sensación de que en España lo que hasta hace nada parecían fronteras –morales– infranqueables se transponen cada día con una facilidad que pasma...?
–Para que vea que yo también frecuento a Cicerón, dice esto en Sobre las leyes: «Si por los sufragios de la multitud fueran constituidos los derechos, habría un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio. Pues, si tan grande potestad tiene la voluntad o la opinión de los necios, como para que por sus sufragios sea subvertida la naturaleza de las cosas, ¿por qué no habrían de decidir que lo malo y pernicioso es bueno y saludable? Sólo por la naturaleza de las cosas podemos distinguir la ley buena de la mala. Y pensar que todo se funda en la voluntad o la opinión y no en la naturaleza es propio de un demente». Hoy en día, las leyes dementes que se fundan en la voluntad o en la opinión han sustituido por completo a las leyes fundadas en la naturaleza de las cosas. De este modo, además de al latrocinio o al adulterio, existe un «derecho a decidir», aunque lo que se decida sea malo y pernicioso. Esta hegemonía de la ley fundada en la opinión y no en la naturaleza de las cosas (voluntarismo puro y duro) ampara los derechos más desligados de la naturaleza. Por eso resulta grotesco que, en una época como ésta, se pretenda negar a los catalanes el derecho a largarse de España.
–¿Y los españoles? ¿No estamos en una especie de estado vegetativo?
–Los españoles (y las españolas) hemos sido sobornados. Lo explica maravillosamente cierto personaje maligno de Dostoievsky en Los hermanos Karamazov: «Les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso. Y ellos nos mirarán como bienhechores, al ver que nos hacemos responsables de sus pecados ante Dios». Nos han dado «derechos de bragueta», para que podamos abandonar a nuestras familias, para que podamos asesinar impunemente a nuestros hijos, para que podamos cambiar de suegra, de sexo, de género y de número; y estos sobornos que nos han dado nos han convertido en chusma sumisa.
–Y, ¿qué pasa con los intelectuales? Tan mudos y tan rendidos... Si consideramos a Sabina intelectual, quizá sea de los pocos que ha dicho algo últimamente.
–Los llamados «intelectuales» son lacayos sistémicos. A cambio de que el Régimen publicite sus baratijas, defienden todos sus «logros». Cualquier persona no demasiado atufada de propaganda que siga el discurso de los llamados «intelectuales» habrá descubierto, bajo el postureo rebelde, una unánime sumisión a la morralla ideológica sistémica, desde la exaltación de los derechos de bragueta hasta la denigración de la religión católica, con parada y fonda en el parque temático del antifranquismo, que en España es el salvoconducto del «intelectual» fetén.
–Usted se ha empeñado en rescatar del olvido a algunos personajes, y a alguna mujer que no merecía estar en él.
–«El derecho a soñar», la obra que acabo de publicar, la más importante de mi vida, es una biografía de más de 1700 páginas de la escritora catalana Ana María Martínez Sagi, una extraordinaria poeta (que escribía, por cierto, en castellano, pese a ser «más catalana que un porrón», como ella misma decía). Vivió una vida muy turbulenta y ajetreada, una de las vidas más alucinantes que pueda imaginarse. Su historia, como la de España en el siglo XX, está llena de claroscuros, y encarna la complejidad de la naturaleza humana. Alguien dijo que la vida de la más insignificante de las personas era tan valiosa y tan digna de ser contada como la vida más ilustre y célebre. En «El derecho a soñar» demuestro que la de Ana María Martínez Sagi es tan deslumbrante como la del mismo Napoleón.
–¿En qué enredo literario anda metido ahora Juan Manuel de Prada?
–Bueno, por ahora estoy reponiéndome de un libro que me ha llevado media vida. ¡Déjeme descansar un poco, hombre!
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