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jESÚS bOMBÍN
Viernes, 26 de enero 2018, 17:10
Del relevante papel de los caballos en las batallas de la Reconquista dejó constancia en ‘El sanador de caballos’, y del uso de los perros en la Guerra Civil dio cuenta en ‘Pacto de lealtad’. Los animales son una presencia constante en la narrativa del ... escritor madrileño Gonzalo Giner, que ayer presentó su novela ‘Las ventanas del cielo’ en el Aula de Cultura, patrocinada por Caixabank con el apoyo de la Junta de Castilla y León.
Su charla en la sala Delibes del Teatro Calderón, en conversación con el director del Aula de Cultura, Fernando Conde, discurrió por la ruta literaria de sus seis novelas ante un auditorio con numerosa presencia de veterinarios, profesión que Giner compagina con la literatura desde su estreno en 2004 con ‘La cuarta alianza’.
«Este oficio ha estado poco reconocido, aunque en los últimos años vivimos una expansión no solo porque se demandan más nuestros servicios, sino por la forma en la que la sociedad contempla a los animales», declaró este apasionado de la historia, inspirado en autores como Arturo Pérez-Reverte. Giner pasa buena parte de su tiempo recorriendo pueblos de Segovia, Ávila y Salamanca, donde visita vaquerías y granjas, tratando con ganaderos cuyas peripecias enmarca después en episodios de sus obras, remontándolos siglos atrás en el tiempo. «En mis novelas –relató– muchos personajes son el reflejo de esas gentes y clientes míos que conozco; algunos tienen vidas dignas de novelar, aunque no los llame por su nombre y los traslade 400 o 500 años atrás».
Reconoció este autor –al que no le gustan los toros pero tampoco se declara antitaurino– que su literatura esconde mucho de tributo a su dedicación a los animales. «En las novelas de corte histórico reivindico la profesión veterinaria, la más bonita del mundo», dijo. Bregado en el trato cotidiano con ganaderos, vacas y ovejas y buen conocedor del medio rural de Castilla y León, se declara un convencido de los derechos de los animales. «El siglo XXI, además de todas las revoluciones tecnológicas que nos están avasallando, va a ser la gran época de los animales». Habló también de cómo las mujeres no pudieron estudiar y ejercer como veterinarias hasta 1931. «Estaban vetadas porque se consideraba que no tenían la fuerza necesaria para hacer el trabajo; si querían estudiar la carrera, a los chicos los medían el ancho del pecho para ver si estaban capacitados; a mediados del siglo pasado el veterinario tenía su destino principal en sociedades rurales, solo había dos clínicas veterinarias en Madrid y Barcelona».
‘El jinete del silencio’ y ‘El secreto de la logia’ son otros títulos que jalonan un hacer literario de Gonzalo Giner que ha completado con ‘Las ventanas del cielo’. La trama, enmarcada en la Edad Media, se teje en torno a la Castilla del comercio de lanas, un halcón gerifalte y las vidrieras, un mundo este último, confesó, «tan fascinante como desconocido por el que me sentí arrastrado cuando empecé a documentarme». Asesorado por el maestro vidriero leonés Luis García Zurdo, Giner se adentró en la intrahistoria de los vitrales, «que tiene que ver con el gótico, con la aparición del arco ojival y el adelgazamiento de los muros: el arte de las vidrieras no está suficientemente reconocido pese a precisar la intervención de ocho oficios; no al nivel de la pintura, la escultura o la arquitectura, que contribuye a realzar». Cuando cada madrugada –entre las cuatro y las siete de la mañana– se sienta a escribir, al novelista no le parece que lo más complicado de su cometido sea desarrollar una trama o la personalidad de un personaje. La tarea más compleja, asevera, «es resumir la novela en no más de ocho o doce palabras, porque a partir de ahí uno empieza a investigar, a documentarse, y el relato crece como un embrión que va dotándose de capas».
Comentó también que una de las razones de su afán por sacar horas libres del día para dedicarlas a la literatura es el contacto con los lectores. A través de redes sociales, charlas en clubes de lectura y encuentros como el de ayer, Giner intenta contagiar el gusto literario desvelando mundos que pasan desapercibidos, como el de las vidrieras, y siempre con animales rondando en la tramas. «Un animal –insistió– nunca traiciona, no lo entiende».
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