Fernando Conde
Valladolid
Lunes, 21 de diciembre 2020
El catecismo católico, en pos de San Mateo, concluye que los diez mandamientos que ha de cumplir un buen cristiano se encierran en dos: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Lo primero parece sencillo para quien, como F ... ernando García de Cortázar, es hombre de fe; lo segundo a veces cuesta más. Pero en su caso, quizá, habría que añadir un tercero, apócrifo, que dijera: «y a España, también». Porque si algo es evidente en la palabra y en la obra –sobre todo en su prolija obra– es el amor incondicional que el historiador y catedrático de Historia Contemporánea le profesa a esta piel de toro. Se lo susurran aún al oído los versos del vallisoletano Guillén («…patria tan anterior a mí / y que yo quiero, quiero / viva, después de mí»), y los del nicaragüense Darío («…mientras haya una viva pasión, un noble empeño, un buscado imposible, una imposible hazaña, una América oculta que hallar, vivirá España»). Versos estos que sirven como emocionante y emocionado Pórtico de la Gloria de su último libro: 'Y cuando digo España'.
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«Un libro en el que quiero ir más allá porque, aunque los españoles nos afirmamos a través de los derechos que nos confiere nuestra Constitución, en realidad nos identificamos con todas las manifestaciones, los personajes, los hechos y los territorios que nos conforman. Somos todos los literatos que han escrito en un idioma universal como el nuestro; y somos también esos pintores que nos arrebatan, esos músicos que resuenan en nuestra memoria, esos pensadores, esos deportistas… Éste es sin duda mi libro más patriótico. Y sin embargo, España aún necesita nacionalizar a los españoles a través de su legado cultural».
La abuela gruñona
Así hablaba ayer, en la última sesión del Aula de Cultura de 2020, este discípulo de Artola y padre de varias generaciones de historiadores. Un Aula que, de la mano de Obra Social laCaixa y la Fundación que dirige el propio García de Cortázar buscó ensalzar el sentimiento de España, el trágico unamuniano, pero también el lúdico de nuestras celebraciones, el poético de quienes la cantaron como Cernuda, Juan Ramón, Celaya, Blas de Otero o Ángela Figuera, cuyo 'Canto rabioso de amor a España en su belleza' (1958) es uno de los poemas más sentidos que se han escrito sobre el amor a la patria; o el cómico de Jardiel Poncela: «porque todo eso es España y el País Vasco, así llamado ahora. Y sepan que mi lugar de nacimiento, 'la abuela gruñona' de España, como decía Sánchez Albornoz es, con permiso de Castilla, el territorio más genuinamente español. De aquí salieron grandes marinos, artistas y los secretarios de Estado, los mejores, que tuvo este país a lo largo de su historia. Por eso es un sinsentido poner en duda la españolidad de esta tierra». Tampoco esconde García de Cortázar la parte de culpa que cabe atribuir a la Iglesia. «La Iglesia vasca debería pedir perdón a muchos y no solo aquí», concluye.
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