SAMUEL REGUEIRA
Jueves, 17 de diciembre 2015, 12:01
. «¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz como hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra!». Así se lamentaba Jeremías en el Antiguo Testamento de ser uno de los profetas menos queridos en su tierra, precisamente por la vieja manía de todos los adivinos de resultar incómodos vaticinando infortunios. La trayectoria de Albert Boadella no le hizo acabar abandonado en un pozo fangoso, pero sí al borde de la cárcel, y hoy es una figura incómoda e irreverente que no deja de sumar incondicionales ni detractores recalcitrantes. El director y actor de teatro, fundador de la mítica compañía Els Joglars, protagonizó ayer el Aula de Cultura de El Norte de Castilla, en el que dio un repaso a su Vida, obra y milagros a lo largo de una conferencia celebrada en la sala Miguel Delibes del Teatro Calderón y con el patrocinio de Caixabank.
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Flanqueado por Fernando Conde, director del Aula de Cultura, y Carlos Aganzo, director de El Norte de Castilla, Boadella siguió, como en los últimos 72 años, sin morderse la lengua a la hora de hablar de la sociedad española, la clase política y, muy en especial, de qué manera auguró el escándalo Pujol en uno de sus números hoy más célebres, Ubú president, en el que satirizaba en plena década de los ochenta la corrupción del gobierno catalán, lo que le granjeó los primeros insultos de «facha» por las calles de Barcelona.
Pero antes de que se le acusara de tener la lengua tan larga, Boadella fue mudo. Los inicios de Els Joglars, la agrupación que recordó con añoranza haber fundado junto a Carlota Soldevila y Anton Font en 1962 y que hoy dirige Ramón Fontserè, se componían de pequeños números de mímica, representaciones que Boadella había aprendido en sus inicios junto al chileno Italo Ricardi, como parte de una instrucción artística que completó con estudios de teatro en París y Estrasburgo.
Un niño «pobre y cafre»
Sin embargo, el escritor de Memorias de un bufón y Adiós Cataluña buceó aún más al fondo de su pasado, a lo más profundo de su infancia, cuando era un niño «pobre y cafre» que robaba las limosnas «de las almas del purgatorio» durante sus ratos de monaguillo en un «barrio bien» de Barcelona. El dramaturgo evocó recuerdos que le han servido para trazar la distancia entre lo que fue la sociedad española y en cómo ha evolucionado hasta el siglo XXI: «Los niños éramos más malos y los adultos tenían un cierto pudor en lo sentimental. Ahora todo el mundo es buenísimo, y yo no me fío un pelo de la gente buena: son los que me han hecho las peores canalladas en esta vida», sentenció.
Al comprobar lo que ocurría en Barcelona a partir de los 70, empezó a distanciarse de la urbe y a montar las obras más importantes en el campo. No se había equivocado diez años atrás cuando decidió que su compañía fuera pionera en suelo catalán como agrupación independiente: «Entonces éramos empresarios de nosotros mismos», sostiene, feliz de que al no haberse casado con nadie tuviera la opción de buscarse, como todo profeta, una patria en otra tierra. Y la halló en Madrid: «No hay en toda Europa una ciudad tan llena de posibilidades, y tan repleta de gente que habla mucho y muy alto, con un deseo de comunicación a veces excesivo», opinó.
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El teatro, a la zaga de la vida
Y es que haber tratado de reflejar la auténtica realidad del caso Pujol hubiera sido un trabajo hercúleo. Por eso Boadella sostiene que el teatro «es un arte que va detrás de la vida», y que es responsabilidad del creador imponerse «una cierta autocensura, vivir con la convicción de que la realidad siempre termina superando a la ficción». La coherencia es clara con otra de las frases que dejó caer en la conferencia: «El arte es demostración de la inteligencia humana».
También cree Boadella que todo arte «necesita un sentido del tiempo», y en esta reflexión biográfica evocó su primer «éxito-fracaso», su debut con la lectura de un poema de Guillermo Díaz-Plaja, que fue, en palabras del barcelonés, «un desastre». A este respecto, se imagina orientando a un joven del siglo XXI que quisiera dedicarse al arte de la representación sobre las tablas: «Le diría que el teatro es, sobre todo, la continuación de los juegos de la infancia. No en vano, en otros idiomas se utiliza la misma palabra para jugar que para representar; hay que ser unos ludópatas del teatro».
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Por último, el autor de La torna se mostró convencido de que la literatura y el teatro son dos cosas bien diferentes: «La literatura es perfecta cuando recoge todo lo que debe ser entre las palabras de sus páginas, el teatro debe mostrar todo aquello que no está en el texto». Y aunque el teatro es eminentemente político, Boadella descartó dedicarse a su segunda pasión de modo profesional, porque «no es el trabajo de un artista».
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