Javier Aguiar
Miércoles, 16 de diciembre 2015, 07:19
Más de cincuenta años haciendo teatro, sorprendiendo, polemizando y, en ocasiones, escandalizando. Ese es el bagaje profesional de uno de los referentes inequívocos del teatro español del último medio siglo. Un hombre unido a la controversia que carga de razones a unos y a otros y sobrevive en la cuerda floja. Pero siempre sobrevive porque, como no se corta en proclamar abiertamente, «yo sé ganarme muy bien la vida en esto del teatro». Mañana demostrará algunas de sus aptitudes para ese y para otros menesteres en la sesión del Aula de Cultura que, con el patrocinio de Caixabank, se celebrará en el Teatro Calderón.
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Su charla se titula Boadella, vida, obra y milagros. Empecemos por el final, hábleme de sus milagros.
Los milagros son una cuestión de futuro, hay que reconocerlos a posteriori y sabe usted que eso es una cuestión de la que se ocupa directamente el Vaticano.
¿Quizás uno haya sido el haberse dedicado más de medio siglo al teatro y haber sobrevivido?
Sin duda alguna. Y haber mantenido ese tiempo Els Joglars, con la repercusión que ha tenido, eso es un elemento milagroso. También lo es que siga haciendo cosas que puedan interesar a la gente. Porque lo normal es que a partir de un cierto momento haya una desconexión con la sociedad. Con los años te vas alejando de la sociedad y yo de momento no tengo todavía esta impresión y ya tengo 72 años.
¿En todo ese tiempo qué ha quedado del espíritu originario de Els Joglars?
En este momento la compañía sigue una línea muy parecida en lo artístico, porque es un procedimiento, una concepción del teatro. Es una forma artesanal en la que los actores tienen muchísima importancia, el trabajo de ensayos no es el convencional sino que es una larga temporada de introducción en todos los personajes. Esto sigue con un nuevo entrenador que, obviamente, aporta su visión de las cosas.
¿Y qué ha cambiado?
Ciertamente las circunstancias han cambiado porque Els Joglars ya no tiene un predicamento importante en Cataluña, porque fuimos rechazados por la sociedad catalana. Y a pesar de algunos intentos en los últimos tiempos sigue siendo así.
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¿La crítica y la rebeldía siguen ahí?
Con la edad te acostumbras a sintetizar más. Hay cosas que, como sabes el resultado, ya no te estancas en ellas. Esto puede ser un signo de conservadurismo o de experiencia. Hay cosas con las que ya no pongo la mano en el fuego porque sé que me voy a quemar. Eso sí que ha cambiado. Antes me metía en todos los berenjenales y a veces gastaba esfuerzos en algunos que no merecían la pena. Voy con mucho cuidado con algunos inventos. Y con escepticismo con cosas que están sucediendo, como que los jóvenes se han convertido en los reyes del mambo. Ser joven es el máximo valor que se puede tener hoy día en nuestra sociedad y eso es un peligro. Nosotros no fuimos nunca los reyes de la casa.
¿No se está apuntando un poco más bajo que antes?
Hay algo que hemos hecho siempre. Primero tratar que el teatro tenga una primera lectura comprensible para todo el mundo, una dosis de popularidad, de transmisión muy muy directa pero, detrás de ello, de este ritual siempre especial, hay un determinado mensaje, a veces esencial. Por ejemplo con Ubú advertíamos de que estábamos creando un monstruo y esto era muy arriesgado, iba contracorriente. Y ahora, con VIP nos machacan, la gente se pone histérica con nuestra concepción de la infancia y la juventud.
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Ha hablado de un público domesticado, ¿qué se puede hacer para sacarlo de ese estado?
Durante el franquismo era formidable, pero eso es imposible de recuperar. Venía al teatro como si viniera a misa, a comulgar con lo que sucedía en el escenario, como en un acto de afirmación. Lo que sí podemos es recuperar la pasión por el arte. El público está desapasionado. No hay un debate serio sobre las artes y lo toman como un simple producto de consumo, y eso es muy peligroso porque automáticamente se industrializa todo y queda en nada. Habría que apasionar al público, pero para eso hace falta herir la sensibilidad, que es para lo que está hecho el arte, para remover las tripas al espectador, no solo para que se rían. Y eso escasea. Casi todo es políticamente correcto. No hay nada que promueva una auténtica controversia.
¿Dónde ha mandado la crisis al teatro?
Bueno el teatro no se encuentra mal. Tiene su público, cada vez más importante. En muchos aspectos las artes escénicas no están en crisis como se ha dicho. Lo que sucede es que hay determinadas cosas en las que no se puede avanzar porque las inversiones del estado en materia cultural son muy exiguas. Hay esa asignatura pendiente por parte de todos los partidos, que la cultura es una cosa que les parece que no da votos y por tanto queda en segundo lugar.
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¿Qué ha significado el 21% de IVA?
El daño que el IVA está haciendo es evidente. Es mucho más peligroso el mundo de la subvención directa, que no es democrática porque esta sujeta a la arbitrariedad, que bajar el IVA casi al cero, que beneficiaría a todo el sector sin intervencionismo. Lo que se ha hecho con el IVA me parece gravísimo. Bajarlo hubiera sido más inteligente y más inductor de la libertad de creación.
Vanguardias
Ha arremetido con las vanguardias artísticas. ¿Qúe opina de las que han surgido en el teatro?
El teatro tiene una ventaja y es que las vanguardias están muy bien encauzadas porque el público finalmente es el que determina si aquello interesa o no interesa. Por eso el teatro que vemos hoy es bastante parecido al que se podía hacer en Grecia, incluso a veces peor. Las artes escénicas han evolucionado muy bien porque hay una relación directa con el público. No hay un intermediario. En las artes plásticas hay muchos intermediarios y a partir de aquí cualquier cosa se puede convertir en obra de arte y nos hacen ver auténticas aberraciones.
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¿Qué echa de menos dirigiendo los Teatros del Canal?
Echo de menos la utopía que se montó en los últimos 25 años de Els Joglars. La forma en que se trabajaba. Lo hecho de menos a pesar de que después he tenido unas oportunidades que no tuve entonces por falta de medios, como montar una ópera. Pero aquellos momentos son irrecuperables.
Ha reconocido ser un exhibicionista, ¿cómo satisface ahora esa pulsión?
Bueno normalmente se es exhibicionista cuando se trabaja sobre el escenario. Después se pasa de exhibicionista a voyeur. A mirón.
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Visto lo que hemos sabido de los Pujol, con Ubú se quedó corto...
Ubú tiene tres versiones y cada una iba un poco más allá. Desde la primera, de 1981, ya había indicios de corrupción. Aquello causó una auténtica conmoción y mereció incluso un consejo ejecutivo de la Generalitat solo por la obra. En aquel momento Els Joglars era la compañía fetiche de Cataluña, fue un bombazo. Pero al final todo ha ido más lejos, pero es lógico porque jamás el teatro ha superado a la realidad, es solo un tímido reflejo de ella. Las barbaridades que pueden hacer las personas en todos los sentidos, cómicos o trágicos, las hace digeribles al espectador, pero no puede hacerlas reales porque el público no se las creería.
¿Ha podido abstraerse de todo lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos años?
Desde 2006 yo dejé de hacer nada en Cataluña pero mi capacidad de imaginación no es tan grande. Lo que he visto en estos últimos tiempos me parece un estado de degradación moral inconcebible, en todos los sentidos. Se ha perdido el sentido de la dignidad, el sentido común, el sentido de las cosas más lógicas de una sociedad. Es una especie de suicidio, de autodestrucción que cada día va a más porque siempre hay que superar la barbaridad del anterior.
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Otra vez la vieja historia de las banderas y los enemigos...
Efectivamente. Es el populismo utilizando la paranoia como elemento de combate. Pintan un enemigo externo, en este caso España, y la gente se vuelve paranoica contra él, y el éxito ya lo hemos visto a lo largo de la historia. El éxito momentáneo, claro. Esa es lafórmula. Ahora bien, es muy importante que los españoles entiendan que lo ocurrido en la Transición nada tiene que ver con la historia anterior. Es una historia creada totalmente de forma artificial. Todo eso del sentimiento es absolutamente mentira. En 1975 el 95% de la sociedad catalana no tenía nada en contra España, sino todo lo contrario. El virus se inoculó a través de la educación y de los medios de comunicación y las subvenciones a la cultura. Todo fue una planificación perfecta del pujolismo.
¿Cómo lleva la contención de su cargo un hombre tan dado a la incontinencia?
La verdad es que en la Administración en la que yo trabajo hago lo que me da la gana. Jamás me han dicho ni lo que tenía que hacer ni me han dado consejos ni encargos. Han respetado la libertad y la verdad es que tampoco me he cortado. Hay cosas que obviamente, desde el punto de vista profesional no puedo decir. Esta es mi limitación. Desde el punto de vista político he dicho todo lo que me ha parecido. Si no se aceptara esta libertad yo estaría en otra parte porque yo se ganarme muy bien la vida en el teatro. No necesito de esto.
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¿Qué espera que ocurra en España a partir del día 20?
Tengo confianza y soy optimista. Creo que ganará el PP pero no podrá gobernar. Si los apoyos devienen de Ciudadanos pienso que las cosas pueden tener un buen futuro, se podrá gobernar con sentido común, rectificando cosas que se han hecho mal en los últimos tiempos. Pero si se van del otro lado aquí sí entran incógnitas, porque una cosa es evidente, en Europa hoy nadie quiere revoluciones. Yo, si voto, votaré Ciudadanos.
¿Ya ha encontrado su patria?
Sí, Madrid. Hoy es una ciudad extraordinaria. Me atrevo a decir que la más abierta de Europa, porque no tiene una casta que se crea que ellos son Madrid. Cuando alguien ha pasado quince días aquí encuentra que es su ciudad y nadie le dice que no. Y si los catalanes siguen en esa deriva... Barcelona va a convertir a Madrid en la supercapital de Europa.
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