César Bona, delante de la cola de gente que esperaba su conferencia.

César Bona: «Hay que educar para que los niños salgan a cambiar la sociedad»

El público abarrotó el Auditorio del Museo de la Ciencia para escuchar al profesor zaragozano, candidato al Global Teacher Prize

Victoria M. Niño

Jueves, 22 de octubre 2015, 12:30

Entusiasmar con lo que a uno le apasiona, hay quien tiene ese don. César Bona no defraudó a todos los que llenaron el Auditorio del Museo de la Ciencia. Maestro de niños y ahora maestro de adultos habló de educar escuchando, siempre «basado en hecho reales», en una nueva sesión del Aula de Cultura de El Norte, con el patrocinio de CaixaBank.

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Desde el comienzo desinfló las expectativas, «no voy a decir nada extraordinario, nada que no sepáis», para alimentarlas y colmarlas cumplidamente al final de su charla. La receta; emoción, creatividad y curiosidad, casi las mismas cosas «de las que están hechos los niños».

Un amigo músico le animó a enviar los proyectos educativos que había ido desarrollando en sus aulas al Global Teacher Prize en 2014. Aunque no ganó, se convirtió en «el mejor profesor de España», algo que no acepta. También se vacuna contra esa excepcionalidad, «hay miles de maestros haciendo cosas especiales que no se conocen».

Pero su caso sí ha trascendido y aunque él se ampara en el «sentido común», le persigue la etiqueta de la innovación. César Bona se reconoce en sus inicios como un «maestro duro», de los que querían ampliar los conocimientos de sus alumnos con deberes. Pero las aulas le han ido cambiando a lo largo de sus 15 años de docente. «Lo primero es borrar las etiquetas de colegios, los niños son siempre niños». Su primer año de trabajo fue en un «colegio de difícil desempeño. 24 niños, 20 de ellos gitanos, un payo y tres inmigrantes. Había un absentismo brutal. La mayoría no sabía leer. La clase era un pulso constante hasta que les dije que yo no lo sabía todo y les pregunté qué sabían ellos. Javi tocaba el cajón, me compré uno y me empezó a enseñar al acabar la clase. A las dos semanas la mayoría de la clase se quedaba a las 14:00 horas». Este es el primer caso con el que prueba que «hay que escuchar a los niños para poder educar. El alumno se convirtió en maestro del maestro».

De allí a Bureta, un pueblo de 200 habitantes y seis niños en la escuela. «Solo había dos de la misma edad y no se hablaban». Allí la solución fue hacer una película de cine mudo. «Trabajamos la expresión de las emociones. Algo debió ir bien porque al cabo de seis años las familias no han vuelto a pelearse». Otra clave de la receta Bona, «para que funcione hay que trabajar en equipo padres, maestros y niños». Y junto a las ideas, la «perseverancia, a pesar de todas las piedras dentro del claustro o del sistema. Hay un contagio positivo». Por encima de todo este maestro se siente afortunado por trabajar con niños, hasta ha puesto la frase de una alumna al comienzo de su libro La nueva educación (Plaza & Janés), «Yo creo que a César le mantenemos la creatividad».

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Recomienda tener «siempre la antena puesta, hay veces que el material para trabajar está en una canción, en algo que oyes, que lees». Porque Bona no da primacía a los libros de texto, «son una herramienta, no una guía». Por esa antena le entró la inquietud por reconocer a los mayores, porque los niños aprendieran a valorar a sus abuelos, y acabó en otra película. «Un niño es más emoción que conocimiento, eso es lo primero que he aprendido. También que la autoridad no se impone por eso siempre incido en el respeto, los primeros días de clase les dedico a hablar de eso. Por otra parte, el tiempo pasa muy rápido y hay que intentar dejar una huella positiva en ellos». Estimular su creatividad, hacerles partícipes de su presente no como meros receptores de información sino con iniciativa, prepararles para hablar en público, para producir, esos son los objetivos de Bona para que los niños «no sean siervos de esta sociedad sino que salgan preparados para cambiarla».

Filólogo y profesor de Lengua, un día propuso a sus alumnos dotar de un significado nuevo a algunas palabras que conocían. En el diccionario salido de la Real Academia de Bona hay entradas como «fantoche: una fanta con ponche; defecar: coche inglés defectuoso; plafón: planta que regala Vodafone; flatulencia: dícese de pedir algo con insistencia».

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El profesor se ríe «con estos absurdos de clase, parecidos a los de Facebook. Es que soy de un pueblo cerca de Borja, el del Ecce Homo que entusiasmó al mundo», dice Bona. «Los niños tienen la magia de ver lo que nadie ve en las cosas pequeñas. Hay que empujar que eso salga». También explicó la microsociedad que creó en otra clase, donde otorgó a cada uno un papel, una función que permitió que alumnos altruistas ayudaran a buscadores, que un cabecilla de sublevados apuntara las incidencias a cambiar (vacuna contra el acoso).

«Tenemos que conseguir que la escuela sea un estímulo para participar en la sociedad, y eso pasa por escuchar a los niños en su presente, enseñarlos a hablar y exponer lo que tienen que decir. Hay que darles esas herramientas que necesitan para la vida».

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César Bona recuerda a sus colegas que deben estar más cerca de los niños, buscar el niño que tienen dentro y conectar con los que tienen delante, «si queremos estimular su curiosidad, tenemos que ser curiosos nosotros, si queremos que sean creativos, nosotros debemos serlo. Cada día en el aula debemos dar nuestra mejor versión de nosotros mismos, arriesgarnos a plantear cosas nuevas, ser líderes positivos hacia el compromiso social. El gran reto de la educación es hacernos mejores individual y colectivamente». A pesar de no decir nada extraordinario, encandiló y emocionó al respetable.

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