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Enrique Berzal
Martes, 17 de febrero 2015, 17:00
«Vamos sencillamente y sin pretensiones a convertir la volandera hoja de nuestro diario, periódicamente, en ágora de actualidad. Queremos que se den cita en nuestra Sala todos aquellos que tengan algo que decir, algo que escuchar y -¿por qué no?- algo que discutir». Era la presentación oficial de lo que, nada más comenzar su andadura, el 13 de febrero de 1965, se erigiría en referente cultural por antonomasia de Valladolid, trascendiendo incluso las fronteras provinciales a efectos de influencia. Miguel Delibes lo había impulsado, a él se debía la idea; y era, de hecho, la gran contribución de El Norte de Castilla a la dinamización de la cultura vallisoletana.
La Sala de Cultura hoy Aula de Cultura- del decano de la prensa nacía precisamente tal día como hoy, 50 años atrás, para, como anunciaba este periódico el 7 de febrero de 1965, «servir a la comunidad en que vivimos, practicando la virtud del diálogo y ensanchando la base cultural de nuestra ciudad». Un proyecto cargado de generosidad y entrega al no siempre bullicioso nervio cultural de la ciudad del Pisuerga, pero también al servicio de algo tan necesario como eran, precisamente en esa década, la confrontación dialéctica y el diálogo constructivo: «El diálogo va siendo cada vez más necesario y la comunicación espontánea aproxima a los hombres. En la medida de nuestras fuerzas, así queremos que funcione nuestra Sala», señalaba el periódico. Las consecuencias de tamaño proceder, claro está, no se harían esperar; algunas, no muy halagüeñas.
«Las doscientas butacas de nuestra Sala están a disposición de Valladolid. Nuestra idea es crear secciones culturales, con una raíz popular, desde luego, pero sin que ello represente una abdicación del más serio de los trabajos», advertía el artículo de presentación. Lo que ocurre es que aquella Sala de Cultura fue mucho más allá, y en apenas un par de años logró concitar a lo más granado de la vida artística, literaria, musical, ensayística, en definitiva, cultural, de nuestro país.
No hay que pasar por alto que el escritor vallisoletano pergeñó y lanzó la propuesta en tiempos recios: su compromiso, personal y periodístico, con el campo de Castilla y sus gentes, abocados a una situación cada vez más calamitosa, había suscitado la enemiga frontal de las autoridades franquistas. De modo que la campaña política de acoso y derribo contra Delibes y El Norte de Castilla se saldó, en 1963, con su cese voluntario, temporal, como director del rotativo, pese a lo cual, a instancias de su primo César Alba, a la sazón presidente del Consejo de Administración, fue nombrado delegado del Consejo en la Redacción, con amplias prerrogativas directivas y, sobre todo, con responsabilidad y gestión directa en la línea editorial. Desde ese puesto impulsó la Sala de Cultura.
Desbordado
La inauguración de la misma, aquel 13 de febrero de 1965, no pudo ser más exitosa. El Norte de Castilla, cuya sede se encontraba entonces en la calle Duque de la Victoria, esquina con Montero Calvo, se desbordó de vallisoletanos ávidos de escuchar al filósofo Julián Marías «meditar» sobre «el porvenir de España». Tanta concurrencia generó el acto, celebrado a las ocho de la tarde, que parte del público tuvo que distribuirse por diversas dependencias del periódico, donde se colocaron los pertinentes «equipos amplificadores».
Marías, que no ocultó la nostalgia que sentía al acudir a la ciudad donde había nacido y pasado su primera niñez, lanzó propuestas avanzadas, cuando no incómodas, para el poder político del momento. Abogó por el sentido europeo, occidental, de España, rechazó con rotundidad esas «dos formas violentas» del siglo XX que eran marxismo y fascismo, celebró la apertura que estaba experimentando la Iglesia católica y apostó por la necesaria concordia de los españoles, no sin antes recalcar, incisivo, que «cuando el hombre carece de expresión, es inútil hablar de concordia».
Hasta 1973 desfilaron por la Sala de Cultura de El Norte de Castilla «primeras espadas» de la vida cultural española como Camilo José Cela; Francisco de Cossío; Alfonso Sastre; Carmen Laforet; Gonzalo Torrente Ballester; Antonio Buero Vallejo; Ana María Matute; Pedro Laín Entralgo; Gerardo Diego; José Hierro; José María Pemán; Dámaso Alonso; Félix Rodríguez de la Fuente; Miguel Fisac; José Luis López Aranguren; el Padre Llanos; Ramón Tamames; Luis Carandell; Antonio Tovar; Juan José López Ibor; los Díaz Plaja (Guillermo y Fernando); Álvaro Cunqueiro; Manuel Jiménez de Parga; Gloria Fuertes; Francisco Umbral; Emilio Alarcos; Victoriano Crémer; y Julio Caro Baroja.
Claro que a este ágora cultural tampoco le faltaron serios enemigos. Los primeros, los jerarcas del Régimen, que desde un primer momento acogieron con desconfianza un proyecto que solía reunir a intelectuales de gran influencia e ideas avanzadas. Ramón García Domínguez y José Francisco Sánchez han documentado con rigor algunas de las más insultantes cortapisas impuestas por la autoridad. Así, a finales de marzo de 1965, 30 horas antes de celebrarse la conferencia de José María Gironella sobre «La intención de mi obra literaria», se le notificó a Delibes la prohibición de la misma por parte del gobernador civil, Antonio Ruiz Ocaña, en virtud de una más que previsible alteración del orden público a tenor de las amenazas vertidas por grupos extremistas hostiles al conferenciante. De nada le sirvió al escritor apelar, precisamente, a la protección gubernamental del ponente.
La conferencia no pudo celebrarse y Delibes, irritado, protestó por carta al mismísimo Manuel Fraga, a la sazón ministro de Información y Turismo, con frases de este tenor: «¿Hasta dónde puede llegar un periódico en defensa de la Libertad y la Verdad? No se trata de una pregunta capciosa, sino que responde a unos hechos concretos acaecidos ayer en Valladolid, y con motivo de la suspensión, por parte de la autoridad gubernativa, de una conferencia literaria, recientemente dictada en el Ateneo de Madrid, que el escritor José María Gironella iba a pronunciar en la Sala de Cultura de El Norte de Castilla».
Multa
Aún más, si el 25 de noviembre de 1965 la fuerza pública hubo de rodear y vigilar los alrededores de la sede del periódico para evitar desórdenes durante la conferencia que Emilio Salcedo imartió sobre Miguel de Unamuno, lo acontecido a finales de noviembre de 1970 fue aún peor. El Norte de Castilla solicitó permiso para que el filósofo José Luis López Aranguren participara en la Sala de Cultura para hablar sobre «Evolución e involución de la Sociedad Española», pero de nuevo el gobernador civil, que en ese momento era Alberto Ibáñez Trujillo, considerando la «situación de agitación universitaria que se registra en esta capital» y creyendo que el acto podría ser utilizado por la oposición política para protestar contra el Consejo de Guerra de Burgos, denegó el permiso.
Aun así, el periódico publicó el anuncio de la conferencia el día 27. La respuesta gubernativa no se hizo esperar: consistió en una multa de 10.000 pesetas. Ángel de Pablos Chapado, director del rotativo, el propio Delibes y José Antonio Rubio Sacristán, miembro del Consejo, tuvieron que entrevistarse con Ibáñez Trujillo y reconocer que había sido una confusión. A cambio de «contribuir a un mejor entendimiento y a una más conveniente actitud del periódico», el gobernador accedió a condonar la sanción.
«Esto es como cazar conejos con hurón y red, sobre seguro. Si yo no anuncio el acto no va un alma y si lo anuncio quebranto las normas. En fútbol, si no recuerdo mal, se llama a esto táctica del fuera de juego. Pero lo más sorprendente del caso es que Aranguren habló ya aquí, en esta misma aula, no hace dos años todavía. No sé. A lo mejor es que el proceso de apertura aquel está reculando y yo ni siquiera me había enterado», se quejaba Delibes en el libro Un año de mi vida, publicado en 1972.
Otra prohibición gubernamental impidió la conferencia que el Padre Llanos tenía previsto impartir en febrero de 1971 sobre «Nuevas perspectivas sobre la violencia», lo que le llevó a Delibes a afirmar, no sin sorna: «Ignoro si el país se estará abriendo a Europa (a lo mejor); lo que no me ofrece duda es que se está cerrando a los españoles». Incluso la intervención de Gloria Fuertes, dos meses más tarde, a punto estuvo también de ser vetada, pues el gobernador no dio su permiso hasta la víspera, lo que le restó afluencia de público.
Pero no solo era el poder político. Hasta el presidente del Consejo en esa época, César Alba, temeroso de que los roces de El Norte con las autoridades fueran a más, trató de convencer a Delibes para que compensara la participación en la Sala de Cultura de personalidades de sesgo avanzado con algún que otro falangista, llegándole a proponer el nombre de Jesús Fueyo. El escritor montó en cólera y se negó en redondo, hasta el extremo de sugerir que el Consejo prescindiera de sus servicios en caso de no encontrarse cómodo con su proceder.
Eso no ocurrió, por supuesto. La Sala de Cultura se afianzó como modelo de «independencia de criterio frente a clichés marcados», fiel a su propósito inicial de agitar la vida cultural vallisoletana desde el diálogo y la tolerancia, huyendo, como decía el texto fundacional, de prácticas con tanto «arraigo en el país» como «la capilla y el cenáculo para uso y abuso de iniciados y diletantes».
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