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Enjuto, austero, obsesivo con la geometría del movimiento, así era Vicente Escudero y así pintó a sus bailaores. Autodidacta en todas las artes que frecuentó, tuvo, eso sí, el magisterio vecino de los gitanos en el flamenco y de una larga lista de artistas ... de las vanguardias parisinas en el dibujo, la literatura y la oratoria. Reconocido en la danza, el vallisoletano que universalizó el flamenco en los años treinta también dejó su legado a a través de obras plásticas, cinematográficas, libros y conferencias. En esta segunda vida menos conocida hace hincapié la exposición 'Vicente Escudero. Bailarín y bailaor. Testimonios de un creador vallisoletano y universal' que estará abierta hasta el 27 de octubre en la Casa Revilla.
«Las obras de Vicente Escudero son muy hermosas. Fíjate como sabe combinar los colores. Fíjate en el movimiento de los bailaores y el arabesco de estos brazos y el grafismo de estos signos», decía su amigo Joan Miró de los dibujos de Vicente Escudero. Parte de ellos, propiedad hoy del Ayuntamiento, cuelgan en esta exposición. Mientras el bailarín traza dibujos esquemáticos cuando trabaja en blanco y negro, se tornan naives cuando aplica el color sobre cartulinas negras.
Amigo de Picasso, de Chagall o Léger, Vicente (Valladolid, 1888- Barcelona, 1980) reconoce que «no sé ni dibujar ni pintar, y estoy convencido de que esa ignorancia –que en mi propio arte sería una terrible limitación– es la que me permite plasmar, con toda libertad, mis ideas por medio de esta forma de expresión que es el dibujo».
Dedicatorias y textos reflejan su claridad de pensamiento y la ausencia de escuela. Así le muestra su preocupación por las faltas ortográficas a Unamuno quien le contestó : «Verá usted, Escudero, en realidad la ortografía es solamente un estorbo. Usted tiene cosas más importantes de qué preocuparse».
Eso no le impidió desarrollar un decálogo del baile flamenco de diez puntos «a los que tiene irremisiblemente que ajustarse todo aquel que quiera bailar con pureza»: «Bailar en hombre; sobriedad; girar la muñeca de dentro a fuera con los dedos juntos; la caderas quietas; bailar asentao y pastueño; armonía de pies, brazos y cabeza; estética y plástica sin mixtificaciones; estilo y acento; bailar con indumentaria tradicional y lograr variedad de sonidos con el corazón, sin chapas en los zapatos y sin otros accesorios».
Durante años compartió escenario con La Argentina. Confrontando sus carreras, él se veía un «indisciplinado, bohemio» que se fiaba a la improvisación –«el que baile sabiendo anticipadamente lo que va a hacer está más muerto que vivo»– mientras que ella era «muy disciplinada y estudiosa, trabajaba 24 horas al día si hacía falta». Cuando el flamenco dominante descansaba sobre la tradición y la repetición, Escudero comenzó a depurar la expresión, le sobraban recursos estéticos y sonoros, hasta el punto de bailar sin música. Fruto de esa idea es su coreografía 'Ritmos', para la que Eduardo García Benito, el pintor también vallisoletano que triunfó como dibujante para las grandes revistas neoyoquinas, hizo el cartel y un emocionado texto sobre esta danza arcaica y el virtuosismo de las extremidades de su amigo.
Pies y manos del bailaor son el hilo conductor del documental de José Val del Omar 'Fuego en Castilla'. Vicente Escudero baila en el Museo Nacional de Escultura entre sibilas y crucificados y la cámara establece el paralelismo entre las manos y los pies del bailaor en movimiento y las expresivas tallas policromadas.
Y aunque no se dejaba embriagar por la música, accedió al encargo de Manuel de Falla, hacer la coreografía de 'El amor brujo'.
Fotografías de su vida en el escenario y retratos firmados por Man Ray, Richard Avedon o Colita, entre otros muchos artistas completan la visión de este personaje al que se dedicaron hasta cromos.
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