Las variaciones del barro al mármol del vallisoletano Alberto García

El escultor vallisoletano, que pasó por la Escuela de Macael (Almería), está acostumbrado a su famoso mármol. «Es duro, bueno, lo trabajé dos años y le cogí el gusto, tengo maña con él». Antes de ponerse gafas, guantes y aguantar el polvo de la pieza al ser cortada, modela a pequeña escala, «en una mesa, con un foco. Improviso sobre arcilla, voy haciendo variaciones y lo que me parece bien lo llevo al material definitivo.Me gusta tener una maqueta». También en piedra hay ocasión de volver atrás, «siempre rectifico, busco otras formas, suelo encontrarlas en las aristas».

Le atrae la geometría pese a ser «un campo muy espinoso que te obliga a hacerlo muy bien, a meditarlo antes y cuidar el acabado. Prefiero las formas sencillas y sus aristas, van con el carácter castellano, que también es muy de aristas». La escuela vasca, Oteiza y Chillida, en la retina, en la recámara. «Siempre se vuelve a los maestros, a esas ideas trabajadas ya, a las que se da una vuelta de tuerca más», apunta Alberto García.

En medio de un paisaje cada vez más digital, cada vez más inmaterial, la contundencia de la piedra sigue teniendo su público. «La escultura es resistencia, algo tan artesanal, con tan poca salida comercial, y, sin embargo, seguimos disfrutando con ella algunos en este oficio. En cuanto al público, siempre tiene su espacio, hay gente que la aprecia y la mira». El escultor invita a tocarlas, a pesar de que en todas las salas de exposición se indica lo contrario.