Santiago Estévez, en la sala del Palacio de Pimentel, entre sus obras. Mar García

La transformación de Valladolid, en los grabados de Santiago Estévez

El Palacio de Pimentel acoge una retrospectiva de 60 años de trabajo del artista vallisoletano hasta el 23 de junio

Victoria M. Niño

Valladolid

Jueves, 9 de mayo 2024, 18:19

Ha dejado la vista y los brazos en el tórculo de su estudio, pero lo da por bueno. Santiago Estévez (Valladolid, 1940) expone en la sala del Palacio de Pimentel '60 años de grabado calcográfico', una retrospectiva de su obsesiva dedicación a una técnica sobre ... la que también escribió un ensayo. Junto al resultado, el proceso, la «joya» que es la plancha del grabado.

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La historiadora María Antonia Fernández del Hoyo recordó la misión informativa de los grabados, «la estampa tenía como fin la transmisión de imágenes. Recordemos que hubo grandes grabadores como Durero, Rembrandt, José de Ribera, Goya o Picasso. Fue un elemento de enorme expresividad desde el comienzo». En esa senda se sitúa Estévez de quien destacó «su dominio de los materiales y la paciencia sobre la que se asienta su obra». En cuanto a las imágenes que crea «son un testimonio notarial de la ciudad que fue Valladolid, algunos pueblos y personajes. Su manejo de la luz nos descubre los materiales de una fachada o el reflejo en el agua».

La exposición comienza con un poema en el que Estévez describe su relación con el tórculo, un 'marciel azañón', su «juez supremo» que «ni te añade ni te quita, es justo con tu trabajo».

A partir de ahí un recorrido por el Valladolid sin peatonalizar, de adoquines y palacios al borde de la extinción. El solar de la posada Portaceli, el mercadillo de Cantarranas, el Penicilino sin terraza, la luz del mediodía en la calle Arribas, los tapiales de adobe, los tapetes y cortinas de croché y bolillos, la ermita de Urueña, el misterio de una silla descontextualizada, todo se sucede ante los ojos de Estévez para retarle, para tentarle a contar lo que ve a través de una paleta infinita de grises. Le mueve a este artista la pasión por las técnicas, por combinar barnices, aguafuertes, aguatintas, la manera negra, la punta seca.

Mira las paredes, las explica y Estévez se convierte en un alquimista que dice «nací clásico. Me gusta el arte abstracto pero hay mucho camelo, si estás en ello y sabes, lo detectas en seguida». Se considera un «ilustrador de libros», en las vitrinas hay un Quijote que en el capítulo 18 transita por un páramo con Urueña al fondo. Cada sombra, cada gris de sus grabados supone un tiempo de exposición, de espera, de cuidado para que los líquidos hagan su trabajo. «Un grabado me puede llevar 40 horas y tengo un 20%de posibilidades de que se eche a perder por un fallo». Se tiene medido con milimétrica paciencia.

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