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Hasta los trajes de un ballet, hoy clásico, hablan de su tiempo. Picasso y Dalí devinieron en diseñadores para 'El sombrero de tres picos', de Falla. El primero para su estreno en Londres, en 1919, en segundo 30 años después. Del ... espíritu de celebración en el mundo que salía de la I Primera Guerra Mundial al tocado por el surrealismo y la división en corrientes antagónicas separadas por un Telón de Acero de Occidente hay un cambio estético y ético. El texto de referencia era el mismo, la novela de Pedro Antonio de Alarcón, la interpretación más luminosa en el malagueño, más mordaz en el catalán.
Cuando se cumple un siglo del estreno del ballet del gaditano en España –tras el de Londres, en 1919, y el de París, en 1920–, la sala de La Pasión de Valladolid acoge la exposición 'Le Tricorne'. Una vez que Diaguilev decide estrenar con los Ballets Rusos esta obra, envía al bailarín Masine a visitar a Falla para conocer el baile español y acordar con él cuestiones estéticas. Picasso recibe el encargo de hacer el vestuario y los decorados, extralimitándose añadiendo personajes y detalles taurinos.
Óscar Carrascosa, comisario de la muestra, recordó la novela de la que músico, coreógrafo y pintores parten. «Pedro Antonio de Alarcón publica la novela en 1874, en ella cuenta una historia de comienzos de siglo, cuando los efectos de la Revolución Francesa se dejan notar en España. El texto es una reflexión sobre los abusos del Antiguo Régimen y una crítica social que utiliza el ridículo para su sátira. Los protagonistas son un molinero y su esposa que en las tertulias del molino atraen a los poderes locales. A través de las dádivas del molinero y la belleza de ella tejen un red clientelar de la que son los principales beneficiados», explicó el comisario. «El momento en el que Picasso interviene es el de la celebración, una Europa festiva que deja la guerra atrás. Sin embargo Dalí incide más en la crítica social, elige un título muy largo. En su escenografía aparecen los sacos del molinero, en un guiño a la obra de Duchamp de 1938, y es más mordaz en la crítica al caciquismo».
Picasso dibuja trajes de adornos sencillos, colores planos, remiten al folclore andaluz y taurino. El Ballet Nacional levanta el montaje con ellos, como muestra el documental que se proyecta en la parte de arriba de La Pasión. Las xilografías de Dalí, en cambio, lucen el complejo universo surrealista, vestidos que juegan con las formas de las mariposas, animales de elongación exagerada, flores de llamativos colores, detalles simbólicos de la identidad nacional.
A la obra de los dos grandes artistas plásticos españoles de la primera mita del siglo XX, se unen efectos personales de Falla, cartelería e intercambio epistolar coetáneo. Elena García de Paredes, gerente de la Fundación Falla, recordó la amistad del compositor con el bailarín vallisoletano Vicente Escudero. «Desde muy pequeño Manuel de Falla siente inclinación por las artes escénicas, montaba un teatrillo en casa para sus hermanos y él hacía todo, desde vender las entradas hasta decorados, música, actuaba». De su archivo personal viene la partitura original, una postal de Lorca, una carta de Albéniz, y sus herramientas de trabajo: gafas, metrónomo, diapasón y batuta.
La exposición estará abiertas hasta el 28 de noviembre.
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