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La exposición 'Antoni Tàpies. La práctica del arte' que el Museo Reina Sofía inauguró este martes reivindica la vigencia del artista catalán, un pintor, escultor y pensador cuyas indagaciones en el binomio vida/muerte, su trabajo con la materia y su compromiso político le hacen ... merecedor de atención justo cuando se cumple este año el centenario de su nacimiento. Para los organizadores de la muestra, que permanecerá abierta al público hasta el 24 de junio, Antoni Tàpies es el gran artista español de la segunda mitad del siglo XX.
La retrospectiva se compone de 220 obras procedentes de museos y colecciones de todo el mundo y da cuenta de los primeros dibujos y autorretratos de Tàpies, tributarios del surrealismo, para pasar a continuación a las pinturas matéricas que abordó en los años cincuenta, etapa en la que recurrió a elementos modestos y poco convencionales como arena, cemento, papel, cartón, cuerdas o paja. La exhibición acoge objetos y ensamblajes con los que experimentó Tàpies durante los años 70 y 80. Entre ellos figura 'Pila de platos' (1970), con la que el catalán evocó las comidas que repartían los monjes capuchinos durante el encierro de opositores antifranquistas que protestaban en el convento en 1966, la primera gran movilización estudiantil contra el régimen en Cataluña.
El recorrido permite al visitante hacerse una idea de la dilatada carrera artística de Tàpies, en la que exploró las propiedades expresivas de la materia y del lenguaje.
Manuel Borja-Villel
Comisario
«Hay obras que no se han visto nunca y otras que nunca se habían visto juntas», aseguró el comisario de la muestra Manuel Borja-Villel, anterior director del Reina Sofía. De hecho, la presente exposición es fruto de su periodo de gestión.
Entre las piezas más valiosas figura 'Gran pintura', de 1958, una obra matérica que pertenece al Guggenheim de Nueva York y que abre el camino a la internacionalización de la carrera del artista. Es una obra que sale en contadas ocasiones del centro neoyorquino. Para la directora de la Fundación Tàpies, Inma Prieto, la retrospectiva refleja la rica trayectoria de un creador «poliédrico y polifónico», en cuya carrera pervive de manera obsesiva la inquietud por la muerte y la enfermedad, el tiempo, la espiritualidad y la modernidad. «Hay muchas maneras de definir a Tàpies, cada día tiene algo nuevo que decirnos, pero creo que es en su conversación sobre la vida y la muerte, la que estremece todo lo demás: el amor, la poesía o la política», asevera Inma Prieto.
La directora de la fundación destaca la importancia de la serie dedicada a su mujer, Teresa Barba, a la que prodigó infinitas muestras de amor, gestos que hablan con elocuencia de la capacidad del artista para «salir de sí mismo y encontrarse con el otro». Hay 56 dibujos en los que aparecen representados objetos cotidianos como una taza de café y guiños a la intimidad de la pareja. También se pueden ver 'Cartas para Teresa', de 1971, compuesta por varias litografías, litocollages y collages. La obsesión por su compañera se observa en la pintura de un pie con seis dedos, de 1965, un pie que es un trasunto del de su esposa, un detalle que Teresa Barba ocultaba celosamente.
Encasillado en la abstracción y el informalismo de posguerra por sus rasgos expresionistas, Tàpies se consideraba sin embargo un pintor realista más que abstracto. Tremendamente prolífico, en su obra hay variaciones, si bien sus obsesiones remiten a los orígenes. «En su obra hay mutaciones y cambios, desde las materias de los años cincuenta a los barnices de los ochenta hay una evolución. Pero esta no se fundamenta en una progresión, en un quemar etapas, en un desarrollo lineal, sino en las superposiciones, repeticiones y ritornelos», sostiene Borja-Villel, quien destaca que a Tapiès se le atribuyen 9.000 obras, sin contar los libros de artista.
Del Tápies más monumental al más íntimo y poético, la muestra da fe de la opción del pintor y escultor por «preñar su obras» con materiales inopinados. hasta el punto de que las piezas «muestran las tripas», según resalta el comisario. En las primeras salas se expone su producción más joven, signada por una enfermedad que le hizo permanecer convaleciente en 1942 y 1943 y en los que descubrió la pintura de manera autodidacta. Más adelante abandona la figuración e incorpora texturas densas similares a las de una pared o una tapia. Mediados los ochenta, se inclina por utilizar el barniz como base, lo que confiere a sus cuadros tonalidades áureas. Al final de su vida, sus representaciones adquieren un tono melancólico al tomar conciencia de la proximidad de la muerte.
Los acontecimientos políticos siempre estuvieron presentes en su trayectoria, como se constata en 'A la memoria de Salvador Puig Antich', en recuerdo del joven anarquista ejecutado en 1974, o '7 de noviembre', en referencia a la Asamblea de Cataluña de 1971, primera plataforma de oposición democrática a la dictadura del general Franco.
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