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Daniel Yordanov, en su taller, entre 'El alma condenada' y 'Pecadora'. JOSÉ C. CASTILLO
Daniel Yordanov, pintor

La «rabia irónica», como guía para el pincel

El artista abre las puertas de su taller vallisoletano para desvelar las claves de su trabajo: una lectura crítica a la dura realidad

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 6 de marzo 2022, 00:49

Se llama 'El alma condenada' y el lienzo, enorme, más de dos metros de alto, otro tanto a lo ancho, exhibe un grito de terror y su «rabiosamente irónico» mensaje (a eso llegaremos unos párrafos más abajo). Es la bienvenida que reciben quienes se adentran en el taller que Daniel Yordanov (Bulgaria, 1966) tiene en el barrio de La Rubia, en Valladolid, la ciudad a la que llegó hace más de treinta años para nunca dejar de pintar. «Este es mi refugio», dice Daniel, mientras su mirada se pasea por un local lleno de bastidores, pinceles, banquetas que son escaleras, botes de disolvente y retorcidos tubos de pintura. «Es el lugar donde divago, pienso, pierdo el tiempo, recibo a los amigos. Hay días que me dan las tantas. Mi mujer dice:'Maldita la hora en la que esa profesora te vio pintar en clase'». Pero Daniel sabe que no hay maldición posible. Que fue lo mejor que le podía pasar.

Tenía entonces 7 años, una destreza deslumbrante y precoz con los pinceles y una maestra que le vio el potencial y animó a sus padres a que le apuntaran a una escuela de pintura. Más tarde llegó su formación en la academia de Bellas Artes de Sofía.Ypoco tiempo después, su llegada a España. «Cuando cayó el muro de Berlín, agarré unas bolsas llenas de lápices y salí de mi país».

Cuenta que en sus ahorros no había dinero suficiente para un pasaje a los Estados Unidos y que la culpa de su llegada aquí fue de Goya, de Velázquez. «Conocía su trabajo de los libros y pensé:'Esto lo tengo que ver en persona'. Simpre me he sentido muy atraído por el arte mediterráneo, por el reflejo que tiene en la pintura este carácter controdictorio y potente del sur de Europa. Aquí se vive todo con más intensidad. Y eso se ve en el arte», cuenta Daniel.

Una de las primeras cosas que hizo nada más deshacer las maletas en España fue visitar el Museo del Prado. «Cada vez que voy, salgo con las pilas cargadas. Los grandes maestros te enseñan a ser hijo de tu tiempo. A tener una mirada contemporánea (sobre la belleza, la fealdad, de forma sátira o descreída)y que, al mismo tiempo, trascienda». «Somos un producto acumulativo de épocas pasadas y también el hoy suma nuevas lecturas». Eso, explica, es lo que intenta trasladar a su obra. Como a ese cuadro que se asomaba al principio de estas líneas.

Una mirada contemporánea al 'Pensador' de Rodin. J. C. C.

En 1619, Gian Lorenzo Bernini talló el busto de un varón, con el pelo despeinado y un grito en la boca, al que bautizó como 'Alma maldita'. «Expresa el momento en el que el hombre se sabe condenado y que su destino será el infierno», explica Daniel, quien ha convertido esta figura en el motivo central de su cuadro. Sin embargo, un detalle en el extremo superior izquierdo propone una nueva lectura:hay un pequeño indicador que, como en los teléfonos, indica que queda poca batería. «Hoy en día, que se te acabe la carga del móvil parece que es lo peor que te puede pasar. Una condena más dolorosa que el infierno».

Esta conexión –reflexiva, a veces paródica, inesperada– entre las piezas clásicas y las contradicciones del ahora se cuelan en muchas de sus obras. 'El pensador' de Rodin se saca un moco. El Perseo de Cellini sujeta una cabeza de Darth Vader en lugar de la medusa. Un sátiro inspirado en figuras de la Granja de San Ildefonso posa en tacones sobre una caja de Amazon. Un luchador de sumo –la mesa es un ruedo; las sillas, el burladero– se enfrenta con un tenedor gigante a una langosta para alertar de la burbuja de la cocina 'gourmet'. Un batallón de soldados reproduce el alzado de la bandera en Iwo Jima con una pajita como asta que se hunde en un vaso de Coca Cola (esta obra, finalista del concurso de Acor, puede verse en Las Francesas).

Y siempre en formatos de gran tamaño. Cuadros grandes. Enormes. Que obliguen al artista a manejos titánicos con el lienzo e inviten al espectador a introducirse en él. «Quiero, por ejemplo, que la gente intente agarrar ese vaso de refresco, que perciba cómo se libran hoy las batallas por las libertades, que aprecien esas guerra internas de las multinacionales. El gran formato te hace más cómplice con la obra, te invita a entrar en ella». ¿Desventajas?«Físicamente, agota más (hay que echar mano de escaleras, banquetas, a veces el lienzo extendido en el suelo). Y las galerías me dicen que son más difíciles de vender».

Cuadro finalista del certamen de pintura de Acor. J. C. C.

Estas complicaciones se unen, asegura, a la «inmadurez» del mercado artístico en Castilla y León, «sin una red potente de galeristas (se ha demostrado en su escasa participación en Arco), con una administraciones que no terminan por apostar por la cultura». «No hay un circuito relevante en la región, y eso a veces provoca desánimo, tristeza». «Imagina todo el patrimonio que ha llegado hasta nuestros días», propone Daniel, que en 'El murmullo de las piedras' rinde homenaje a esos tesoros. Y, a continuación, pregunta:«¿Qué patrimonio vamos a dejar nosotros, nuestra generación?» ¿Qué edificios, qué cuadros, qué esculturas?«Habría que dejarse de politiqueos y apostar más por la cultura».

«Me inspira la actualidad», confiesa. «Yempatizo mucho, anímicamente me influye todo. A veces no le ves sentido a las cosas y la forma que tengo de procesarlo y reflexionar es a través de la pintura. Muchas veces, me coloco frente al lienzo con la duda de qué será lo que salga de mi cabeza y de mi cuerpo». Hay días de pintar a borbotones. Otros, en los que los pinceles andan secos. Tiene varias obras empezadas a la vez. Otros aún no concluidos  (como el que ha dedicado a su amigo Fernando, exkarateca, paciente de ELA). «Con muchos cuadros tengo idas y venidas. Los trabajo, los dejo reposar, los escondo para que no me contaminen el ojo. Y luego vuelvo a ellos...».

En ocasiones, asegura, regresa para no encontrar un destino claro. «Imaginas el cuadro como un punto final. A veces no llegas, por alguna razón, porque todo tiene sus límites. Por eso hay que trasladar al público el gozo del camino, que puedan ver la verdad del artista mientras trabaja en su obra. Ahí hay tanta verdad que a veces no llega a plasmarse en el resultado...», asegura, con su mirada rabiosamente irónica, desde las acogedoras entrañas de su taller.

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