Y, de pronto, las calles se llenaron de personas. Cuenta Luis Pérez (Valladolid, 1978) que, hasta hace apenas cinco años, las avenidas y ciudades que recogía en sus cuadros solían presentarse vacías, con las aceras huérfanas de viandantes, sin nadie que pisara asfalto, esperara el ... verde de un semáforo, se asomara a la vida desde el huequecito de una ventana. «Me gustaba así. Cuando metes a una persona en escena, se convierte excesivamente en protagonista. Aunque no lo quieras. La geometría de las ciudades, los juegos de luces y sombras, lo que transmiten los edificios pasa a un segundo plano», dice Pérez.
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Pero en 2017, hubo hombres y mujeres que se empezaron a colar en sus paisajes de la gran ciudad. Nació así 'Citizens', una exposición de 34 cuadros que ahora emprende una segunda vida con 'Citizens II', una muestra de 56 trabajos que podrá verse del 3 al 11 de junio en la galería madrileña Espacio V22 (en la calle Vallehermoso, 22). Muchos de estos trabajos se concibieron durante el confinamiento, justo en aquellos meses de reclusión forzosa en los que las calles se vaciaron y salir de casa daba miedo. «Pero no me apetecía recordar esas semanas. Así que, mis calles se han llenado de gente».
Hay un trío de ciclistas un domingo por la mañana en Copenhage. Una mujer asomada al observatorio Griffith de Los Ángeles. Una pareja en el botánico de Málaga. Una joven que espera a alguien en una plaza de Viena. Y además, calles de Valladolid y de Madrid. El pasillo de un hotel en Lyon, el interior de una vivienda, una piscina cubierta, el 'skyline' de Nueva York...
Pasear la mirada por los cuadros de Luis Pérez es caminar por una gran ciudad –Nueva York, San Francisco, Londres...–, con la exactitud del pintor que mima los detalles y tiene la destreza extrema de reproducirlos con fidelidad casi fotográfica. Hay quien lo llama hiperrealismo. Los hay que prefieren realismo contemporáneo. Pero más allá de etiquetas, los cuadros de este artista vallisoletano confunden al ojo, que no sabe si lo que observa es foto o pintura, si píxel o pincelada.
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Desde muy pequeño (estudió en el Lourdes y en el Apostolado) mostró una pasión arrebatadora por el dibujo. «Pintaba indios, vaqueros... y algo muy curioso que he descubierto con el tiempo, me gustaba mucho dibujar los reflejos en los charcos». Estudió Historia del Arte, se mudó a Londres y comprendió que su futuro pasaba por darle rienda suelta al pincel. «Desde el principio ves que tienes unas aptitudes, pero no sabes muy bien explicar el porqué. Es como el cantante que ve que se le da bien el flamenco. O la ópera. Sabe que eso es lo suyo». Y lo trabaja para mejorar.
Sus creaciones tienen su origen en una maleta y una cámara de fotos. «Los viajes son una excusa para trabajar». Se desplaza hasta grandes urbes como Nueva York o París y allí, cámara en ristre, comienza a captar escenas, especialmente a primera hora de la mañana, cuando la ciudad aún no se ha despertado del todo, sin el tráfico salvaje ni las aceras con exceso de tacón y talón. «A veces llevo lugares preparados, edificios que quiero ver, calles que visitar, localizaciones que he visto en alguna película. Pero también me dejo perder, atrapar por lo imprevisto, por la intuición». Esas fotografías llegan luego al estudio que el artista tiene en su casa. Y con ellas en la pantalla del ordenador empieza a trabajar. Con pintura acrílica.
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«El ordenador te permite ampliar las fotos para fijarte bien en todo. A veces recurro incluso al Google Street View, con el que puedes acercarte a cosas que ves en el fondo de tu foto y de las que no te habías peractado. O puedes ver ese mismo lugar a diferentes horas del día. Es una buena herramienta».
El resultado puede ser la reproducción a partir de una sola foto, o la mezcla y recomposición de varias. Y raro es que Luis trabaje en un cuadro del tirón. «Me gusta empezar cuatro o cinco a al vez. Es como cuando haces un puzle. A veces te atascas, necesitas dejarlo una temporada y retomarlo después», dice un artista quien apenas tiene cuadros suyos por casa.
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«Solo dos. Es una relación de amor odio. A veces, con el paso de los días, los veo fatal, pienso que tendría que haber cambiado alguna cosa. Si por mí fuera, los descolgaba», dice Luis, quien se ha abierto a nuevos paisajes –más allá de las ciudades– y que planea ahora, para el futuro, «un golpe de timón» a su obra, con una mirada más atenta a la naturaleza.
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