Secciones
Servicios
Destacamos
Durante casi una década hizo el camino contrario a sus colegas. De 1965 a 1973 el arquitecto Carlos Flores visitó obras concluidas, anónimas, muchas, en ruina. Recorrió España fotografiando la arquitectura popular, con especial dedicación a la de las dos Castillas y la andaluza. ... Su legado, 11.664 negativos, está depositado en el Museo Etnográfico de Castilla y León que editó el catálogo 'Miradas a la arquitectura popular de España' (2017), y ahora un volumen homónimo centrado en Castilla y León, bajo la dirección de Emilio Ruiz Trueba. Entonces una exposición itinerante llevó el trabajo de Flores por medio país y ahora una simbólica muestra con una imagen por cada provincia luce en el Espacio Rampa del Museo así como en su web.
Carlos Flores (Cuenca, 1928) se interesó por la «arquitectura sin arquitectos» cuando España vivía el éxodo a las ciudades y la población de los asentamientos rurales mermaba a ritmo vertiginoso. Frente al frenesí edificador en las barriadas urbanas levantadas al ritmo de la industrialización, la paz de calles y campos en los que el adobe, la piedra, la teja y la madera reflejaban una secular manera de construir.
Estudioso de la arquitectura de su tiempo, teórico en su Escuela y en varias revistas del ramo, Flores registró con su cámara estas otras construcciones en la monumental obra 'Arquitectura popular española'.
Adjetivada como «indígena, tradicional, rural, vernacular, espontánea, inmutable, anónima, primitiva, inculta, folclórica», el propio Flores marca las lindes de su campo teórico. Se trata de una arquitectura enraizada en el pueblo, que responde a sus necesidades, adaptada al medio, levantada con los recursos a su alcance, ligada a las técnicas y costumbres que la rodean, en la que predomina el sentido práctico, que mantiene prototipos heredados, hecha con unos medios económicos ajustados, funcional, familiar y denotativa de la relación afectiva de constructores y moradores.
Cámara en ristre, recorrió miles de kilómetros por Castilla y León y registró la vida en las calles y campos de esos pueblos. No hay ninguna foto en el interior, las más cercanas a lo que ocurre intramuros son escenas de animales (la cabra de Santo Domingo de Silos o un gato en Palacios de la Sierra) o personas asomadas a las puertas de doble hoja.
El relieve de cualquier pueblo está organizado en torno al señorío de la torre eclesial sobre las construcciones de apenas dos pisos. En las afueras, los palomares, colmenares de barro para pichones, las bodegas, mimetizadas con la ondulación del terreno, ecos de la aproximación de hiladas griega. Las casas son cubos que suman habitáculo y estancias de labor, el carro, el cereal, el ganado, todo es contiguo. Pocos años después, en las comarcas cerealistas y de regadío, paneras y naves serían desplazadas al extrarradio. Los tapiales de piedra o adobe según la zona, se asientan y refuerzan con vigas de madera. Las fachadas traslucen el mayor o menor decoro, habilidad y gusto a la hora de ir salvando desconchones, abombamientos y erosiones. Las balconadas donde se secan ristras de pimientos o de ajos caracterizan el oeste castellano.
Entre calles sin asfaltar, destacan calzadas de cantos rodados en pueblos de montaña. Y en las villas más grandes que lucen plazas porticadas, Flores se recrea en la vida comercial y social. Desde el vaquero que transita por la de Aguilar con el ganado hasta las pieles de conejo secándose en Turégano, pasando por el animado mercado al abrigo de la de Tordesillas. La portada con banco de piedra o con sillas sacadas ex profeso es el parlamento rural por excelencia.
La estampa de las mujeres vestidas de negro, tocadas con pañuelo, y la labor entre las manos, se repite en Candeleda, Fermoselle o Gumiel de Izán. Y los hombres, más contemplativos, charlan en Villacastín o cogen galbana sentados a la puerta de las casas de Miranda del Castañar. Los niños de Rueda o los de Mombeltrán pertenecen a la última generación que llenó las escuelas rurales.
Hay ruinas, como la de una cuadra en Saldaña de Ayllón o las del palacio de Toral de los Guzmanes, cuyo esqueleto invita a completar la estampa de otro tiempo. Las fotografías de Carlos Flores, cuya motivación era arquitectónica, componen un mosaico sociológico de una forma de vida periclitada. Hoy la mayoría de esos pueblos están remozados aunque las casas de labor en realidad son su remedo para la explotación turística y los aperos son ornamentales. Vigas, ladrillo caravista y hasta barro son materiales modernos que imitan a los de antaño. Y los arquitectos hoy tienen trabajo en un medio que antaño les estaba vedado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.