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Picasso en la playa con Françoise Gilot.

Picasso, un hombre fiel solo a su pintura

En su biografía conviven la genialidad, el maltrato, la adicción sexual, la envidia y el miedo a la soledad, la vejez y la muerte

Luisa Idoate y Txani Rodríguez

Domingo, 9 de abril 2023, 12:30

Tiene claroscuros irreconciliables, inasumibles, insoportables. Y hay que lidiar con ellos. No hay otra posibilidad. Pablo Picasso es el genio que revoluciona el arte del siglo XX. El transgresor ávido de romper moldes, cruzar líneas rojas y encontrar nuevas. Un maestro de la intimidación, el maltrato, el ninguneo, el desprecio y el uso y abuso de quienes lo admiran, quieren y veneran. Subversivo, desmedido, avasallador. Siempre ansioso de triunfar y exorcizar el fracaso de su padre, un pintor mediocre habitual de los toros y los prostíbulos, gustos que hereda.

Es el artista que respeta y envidia a Henri Matisse, su gran rival, a quien en el lecho de muerte roba la idea del cabello de 'La mujer del pelo verde'. El hombre bajo y rechoncho que farfulla en francés, pinta en calzoncillos y teme envejecer y perder facultades en la cama y en el lienzo. El que nunca habla de la muerte, porque le aterra y la siente aproximarse cuando entierra a un amigo. El anfitrión de las sonadas juergas en su casa de Bateau-Lavoir, en París, que recrimina a Modigliani su vida disoluta. El mujeriego que colecciona amantes a las que exige compartirlo. El hombre de ojos intensos que roba lo que mira y lo convierte en arte; sea persona, animal o cosa. Picasso es inabarcable. Y solo fiel a su pintura.

Es tan complejo como su nombre: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Lo dice su partida bautismal, fechada en Málaga en 1881. Es hijo único. Un niño bonito malcriado entre algodones por hermanas, tías y tatas, que, de adulto, mantiene tortuosas relaciones con las mujeres, a quienes cree peligrosas por conocer mejor que él los secretos de la vida. Su primera palabra es 'mamá'; la misma que lo venera y le da alas: «Si te haces militar, llegarás a general; si te haces sacerdote, serás papa».

'Mujer que llora', obra de 1937.

La segunda es 'piz' (lápiz), del que nunca se separa. Con 8 años pinta escenas taurinas; con 13, dibuja entre querubines en la cartilla escolar a su enamorada Ángela Méndez; y en matemáticas, ve el siete como una nariz al revés. Su padre se crea expectativas: colgará cuadros en importantes salones. Al mudarse a Barcelona en 1895, lo ingresa en la Escuela de Artes y Oficios; y en 1897 en la Academia de San Fernando de Madrid, que abandona por hastío. Con 17 años y de vuelta en Barcelona, reta al padre y marca territorio. Disfruta de los burdeles del barrio chino y las tertulias de Els Quatre Gats, donde los intelectuales ácratas hablan de revolucionar el mundo y derribar el arte convencional. Allí expone sus primeros cuadros, clavados con chinchetas a la pared por no poder pagar los marcos. Seleccionan uno de ellos, 'Últimos momentos', para la Exposición Internacional de París de 1900.

Comerse el mundo

Desembarca en la ciudad de la luz a punto de cumplir los 19, dispuesto a comerse el mundo. Le deslumbran los cuadros impresionistas, la libertad, la sensualidad y el erotismo que se respira. Es competitivo. Se mide con Toulouse-Lautrec y Rembrandt: como ellos, pinta Le Moulin de la Galette, que enseguida compra un coleccionista. El galerista Vollard, marchante de Cézanne y Matisse, le ofrece una exposición individual. La inaugura en 1901, tras pintar febrilmente durante un mes hasta tres cuadros al día. Ahí presenta su primer autorretrato con su apellido simplificado: 'Yo, Picasso'. Vende más de la mitad. Los coleccionistas americanos Leo, Gertrude y Michael Stein atisban su talento y empiezan a comprar sus obras; también se las encargan. Lo catapultan en el mercado. Con 32 años vende 'Familia de saltimbanquis' por 12.000 francos, el doble de los precios que alcanzan Gauguin y Van Gogh en la misma subasta.

«Yo pinto exactamente igual que otras personas escriben su autobiografía. Mis telas, acabadas o no, son páginas de mi diario y como tales son válidas. El futuro escogerá las que prefiera». Es cierto. Su melancólica época azul refleja el dolor por el suicidio de su amigo Carles Casagemas en 1901, rechazado por la bailarina Germaine, con la que luego se acuesta en el apartamento que deja pagado. Se rodea de jóvenes amantes, son su conjura contra la vejez. Junto a las ocasionales, «el desahogo del salvaje sexual que yo era», están las oficiales: Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga Khokhlova, Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline Roque. Las enamora, rinde, devora, destruye, descompone en el lienzo, desecha y cambia por otras.

El pintor, en un cartel junto a su firma.

¿Con cada mujer cambia de estilo o cada estilo le pide una nueva? Da lo mismo. Todo es gasolina creativa. Su amigo Max Jacob devuelve al orfanato a la pequeña Raymonde, de 13 años, que adopta con Olivier en 1907; ella lo exige al verla sentada, desnuda y con las piernas abiertas en un dibujo. «¡Me gusta hacer cabronadas, que son las travesuras de los que hemos dejado de ser niños! Son nuestras picardías», le confiesa al escritor Antonio Olano, que le sorprende con dos chicas a la vez.

Pinta el 'Guernica' en 1937 tras el bombardeo de la villa por aviones alemanes que apoyan el golpe de estado de Franco. Se niega a cobrar ese encargo para la Exposición Universal de París. El embajador español en esa capital, Max Aub, escribe: «Ya que hace donación de este cuadro a la República Española, he insistido reiteradamente en transmitirle el deseo del Gobierno de reembolsarle, al menos, los gastos en que ha incurrido en su obra. He podido convencerle, y de esta suerte le he extendido un cheque por valor de 150.000 francos franceses, por los que me ha firmado el correspondiente recibo». Más los 50.000 de anticipo, suman 200.000 francos, algo «simbólico» respecto al «valor inapreciable del lienzo». Por petición del pintor, se expondrá en el MoMA de Nueva York hasta que se restauren la República y las libertades democráticas en España.

«Ni a la fuerza ni al terror»

En la Segunda Guerra Mundial no se significa. Procura pasar inadvertido y se dedica a pintar. En el funeral de Max Jacob, muerto en un campo de concentración, confiesa a Françoise Gilot: «No tengo ganas de correr riesgos, pero no estoy dispuesto a ceder ni a la fuerza ni al terror». Ni se alista en el ejército ni participa en la Resistencia ni es colaboracionista. El escultor nazi Arno Breker se adjudica el mérito de que la Gestapo lo deje en paz; Cocteau añade que se lo pidió él. Se lo echan en cara, le acusan de ambiguo. En 1944, puntualiza en 'The San Francisco Chronicle': «No he pintado la guerra porque no soy ese tipo de pintor que va, como el fotógrafo, detrás de un tema. Pero sin duda la guerra está en mis cuadros».

El 'Guernica', en el museo Reina Sofía.

Con 62 años se afilia al Partido Comunista, al que ya siempre pertenecerá y nunca critica. Lo cuenta 'L'Humanité' en portada. Es artista, comunista y rico. Y famoso. Hemingway le visita al entrar en París con las tropas aliadas, el 24 de agosto de 1944, y le regala una caja de granadas. La gente hace cola en su escalera para verlo. Robert Capa lo fotografía en su refugio de Mougins, en la Costa Azul, junto a Françoise Gilot, la única que lo planta. «¡Ninguna mujer abandona a un hombre como yo!», protesta. «Espera y verás», le contesta. Y desaparece con sus hijos Claude y Paloma. Sigue peleado con ella cuando muere, el 8 de abril de 1973. Entonces vive casado con Jacqueline Roque, tras divorciarse de Olga Khokhlova. Lo acapara y aisla del mundo. Nadie logra acercarse a él. Ni la familia puede asistir al funeral. Picasso acaba tan solo como temió. Ella le sigue saludando a diario como siempre: «Buenos días, monseñor». Trece años después se suicida.

Caer en la trama

«Las sometía a su sexualidad animal, las domesticaba, las hechizaba, las devoraba y las aplastaba en sus lienzos. Después de pasar muchas noches extrayendo su esencia, una vez desangradas, se deshacía de ellas», afirma Marina Picasso, nieta del pintor, en sus memorias. Narcisista y misógino, el malagueño convertía en musas a las mujeres de su vida y, a menudo, cuando se cansaba de ellas, las deformaba en sus cuadros, y las hería profundamente. Su biografía sentimental es una crónica oscura y retorcida. Su primera esposa fue Olga Khokhlova, una bailarina rusa que conoció en Roma.

Se casaron en la Primera Guerra Mundial y tras el nacimiento de su hijo Paulo, comenzaron las infidelidades de Picasso y, al parecer, el maltrato. Cuando tenía 45 años, inició un romance con Marie-Thérèse Walter, de 17. En el libro 'Picasso: creador y destructor', su autora, Arianna Huffington, asegura que el pintor quemaba con cigarrillos a Marie-Thérèse –quien acabaría suicidándose–, y en un capítulo singularmente turbio, la hospedó durante unas vacaciones en un campamento para niñas para romper el tabú de estar con una menor. Tuvo una hija con esta mujer, a pesar de seguir casado con Khokhlova, pero al poco de nacer la niña, Maya, inició una relación con la artista francesa Dora Maar, a quien debemos la documentación gráfica de la realización del 'Guernica'. «Cada vez que Picasso cambiaba de mujer, todo cambiaba. Se trasladaba a otra casa, cambiaba de amigos, de perro y, por supuesto, de estilo», dijo Maar.

Cuando Picasso la rechazó, ingresó en un psiquiátrico. El malagueño, que contaba ya con 62 años, había conocido a otra artista, François Gilot, de 21. Tuvieron dos hijos. Gilot fue la única capaz de abandonar a Picasso. «Soy –cuenta en uno de sus libros– la única mujer que no se sacrificó al monstruo sagrado (…) y está viva para contarlo». «Era una persona maravillosa para estar con él –añade–, era como fuegos de artificio. Asombrosamente creativo, tan inteligente y seductor. Si estaba de humor para fascinar, era capaz de hechizar hasta a las piedras, pero también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo (…). Fue el amor más grande de mi vida, pero había que tomar medidas para protegerse». Su última musa y segunda esposa fue Jacqueline Roque. La conoció en 1953. Se suicidó en 1986, años después de la muerte de Picasso.

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