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Dos mujeres contemplan la figura de San Gregorio I El Magno, obras de Gregorio Fernández en la sacristía de la iglesia de San MIguel. alberto mingueza

Las ocho esculturas de Gregorio Fernández que pueden verse más cerca que nunca en Valladolid

La iglesia de San Miguel exhibe los bustos de los padres de la Iglesia después de su restauración por Las Edades del Hombre

Víctor Vela

Valladolid

Viernes, 17 de febrero 2023, 19:49

Esa vena hinchada detrás de la oreja derecha de San Juan. Los nudillos de las avejentadas manos de San Ambrosio. La nariz puntiaguda de San Atanasio, con las mejillas hundidas por una evidente delgadez. O las arrugas que el tiempo ha sembrado en torno a ... los ojos de San Gregorio. Nunca hasta ahora se habían podido ver tan de cerca los extraordinarios detalles que regalan al espectador los ocho bustos que el maestro Gregorio Fernández talló a principios del siglo XVII para el relicario de la iglesia de San Miguel.

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El templo de la calle San Ignacio expone en su sacristía, hasta el 26 de marzo, las ocho tallas que representan a los padres de la Iglesia y que, habitualmente, se encuentran a varios metros de altura, lejos de las miradas más curiosas. La fundación Las Edades del Hombre bajó los bustos de las altísimas peanas en las que permanecían desde hace siglos y, después de su restauración, las incluyó en el catálogo de tesoros que pudieron verse en su última exposición, celebrada en Palencia.

Ahora, una vez terminada la muestra, las ocho figuras regresan a su hogar pero, antes de volver a ese espacio reservado a varios metros del escrutinio del visitante, pueden verse a pie de sacristía, para que el espectador se acerque a ellas cara a cara, a la altura de sus ojos. Nunca antes tan cerca.

Los ocho bustos, en la sacristía de la iglesia de San Miguel. ALBERTO MINGUEZA

«A pesar de haber sido concebidas para ser contempladas a una determinada distancia y desde abajo, la alta calidad técnica en el tratamiento de barbas, manos y actitudes demuestran la responsabilidad personal que tuvo Gregorio Fernández en su ejecución», explica el catálogo redactado por los técnicos de Las Edades del Hombre.

Jesús Urrea, catedrático emérito en el departamento de Historia del Arte en la Universidad de Valladolid, explicó este viernes que estos ocho bustos están documentados, entre 1611 y 1616, como piezas que salieron del ingenio y la maestría «del más importante artista que tenía entonces la ciudad». Los ocho bustos (que representan a San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Atanasio de Alejandría, San Gregorio de Nacianceno, San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán, San Gregorio I el Magno y San Jerónimo de Estridón) responden al estilo desplegado por Fernández en su primera etapa artística.

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«Es un estilo monumental, de una corporeidad potente, con unas manos increíblemente trabajadas. No tienen una minuciosidad tan acusada como sus obras posteriores, pero sí que se demuestra la capacidad creativa del autor y su interés por la variedad». Esto es algo que se aprecia, por ejemplo, en las diversos tipos de barbas («otorgan mayor solemnidad, potencia y grandeza») que lucen las figuras, desde las más frondosas a otras apenas insinuadas.

La talla de San Ambrosio, tercera desde la izquierda. ALBERTO MINGUEZA

Junto a la mano escultora de Gregorio Fernández, estas ocho piezas destacan además por el excelente trabajo de Marcelo Martínez, autor de la policromía y responsable de insuflar «vida, humanidad y suntuosidad» a unas tallas que ahora pueden verse a tan solo unos centímetros de distancia. Todas, salvo una, tienen entre sus manos un libro, como símbolo del saber. Y es curiosamente la figura que no lo porta la que ofrece, tal vez, mayor valor artístico. Es la talla de San Ambrosio de Milán. «En ella, Gregorio Fernández se esmeró al máximo. Está representado de manera diferente, en actitud de oración, con la mirada al cielo y las manos cruzadas sobre el pecho». En la capa pluvial hay representación en pintura de santos y está profusamente decorada. De hecho, merece la pena fijarse en uno de los rostros, representado, como si fuera un dibujo de la tela, en la manga izquierda.

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La muestra permanecerá abierta en la sacristía de San Miguel (de 11:15 a 13:30 y de 18:00 a 20:30 horas) hasta el 26 de marzo. La entrada donativo cuesta un euro. Y, a partir de entonces, las tallas volverán a subir a las alturas, a su emplazamiento habitual: seis en el relicario y dos en los retablos laterales dedicados a San Francisco Javier (la de San Agustín de Hipona) y San Ignacio de Loyola (la de San Ambrosio).

Relicario de la iglesia, con dos de las peanas ocupadas habitualmente por los bustos. ALBERTO MINGUEZA

Al colocarse de nuevo en los emplazamientos para los que fueron pensados, el espectador dejará de apreciar tan de cerca los detalles. Y tampoco podrá ver la parte trasera de las tallas, en algunos casos con la oquedad de la madera. «Que se vean por detrás es pura anécdota», defiende Urrea, quien recuerda que el escultor nunca pensó que ea parte de su trabajo se pudiera contemplar. «Se tallaba y se pintaba hasta donde la vista alcanzara. Esa parte hoy la vemos como mera curiosidad, pero no como valor artístico y mucho menos estético», añade.

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El relicario de la iglesia de San Miguel y San Julián es uno de los grandes tesoros de este templo vallisoletano. Aunque ya en 1611 se habla de un relicario en el templo de la Casa Profesa de los Jesuitas en Valladolid, no es hasta 1613 cuando se decide darle mayor visibilidad, con una majestuosa estancia que se presupuestó en 4.600 ducados, con un plazo de tres años para su realización. Sin embargo, los trabajos se prolongaron mucho más. Después de un parón decretado el 13 de junio de 1616, la obra se retomó entre 1622 y 1624.

«Esta capilla relicario constituye uno de los conjuntos que mejor manifiesta la religiosidad contrarreformista, al ser exponente máximo del culto católico a las santos, exaltación del martirio como manifestación de la fe y modelo a seguir en caso de ser puesta esta a prueba», explican desde Las Edades del Hombre.

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Javier Carlos Gómez, párroco de San Miguel, recordó que este templo (uno de los más implicados en la recuperación de su patrimonio) incide con esta muestra en la reivindicación de los tesoros que allí se albergan.

Parte trasera de uno de los bustos.

Las ocho figuras están caracterizadas por su mitra episcopal (salvo San Gregorio, que se cubre con la tiara papal, o San Jerónimo, con capelo cardenalicio). Están además leyendo, meditando o escribiendo, con un libro abierto y dispuesto sobre una mesa cubierta por un mantel, con policromía variada y rica en pedrería fingida», recuerda una pantalla interactiva en la que se explican más curiosidades sobre estas ocho esculturas.

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Por ejemplo, que la figura de San Jerónimo de Estridón, vestido de cardenal, tiene las manos esculpidas con guantes oscuros y que probablemente en la derecha llevaría una pluma para escribir y en la izquierda sujetaría el tintero. O San Gregorio, que apoya el libro sobre lo que sería una mesa cubierta con mantel, que sirve a la vez de peana, y en la la cual está la 'teca', pequeño agujero redondo que guarda la preciada reliquia, que consiste en un pequeño hueso del Papa San Gregorio. O San Juan Crisóstomo, representado en actitud pensativa, reflejando en su rostro el cansancio.

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