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La modelo es también actriz, el estudio resulta a la vez un plató y el retrato concentra la información de varias decenas de fotogramas. Las imágenes de Nadia Lee Cohen están a caballo entre la fotografía y el cine, entre la publicidad y la sociología, entre la anatomía humana y la de maniquíes plásticos. Medio centenar de ellas, en gran formato, conforman la antológica 'Not a retrospective' que puede verse en la sala de La Pasión hasta el 8 de noviembre.
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La fotógrafa británica visitó por primera vez Los Angeles en 1914 y poco después lo convirtió en el centro de sus series. Medio centenar de imágenes resumen el trabajo de un lustro que muestra la sala municipal. Todas ellas están protagonizadas por mujeres, la divierte más su retrato, aunque desde el cartel interpela al visitante ¿son reales o maniquíes? Todo está compuesto, atildado, peinado, maquillado, colocado, en sus fotografías, ajenas a la naturalidad.
La joven artista transforma a sus amigas y a gente de la calle en modelos con uñas y pestañas postizas, pelucas, piel aceitada, maquillaje y atuendo sesentero. El revival de un tiempo en el que las esposas de las familias que vivían en los barrios residenciales fantaseaban con el Hollywood vecino y a la vez ajeno. Llenan la espera, el tiempo vacío, de sueños eróticos, de juego, de comida. Hay una imitadora de Marilyn Monroe, con la bandera estadounidense y la imagen de John F. Kennedy detrás, una mujer-muñeca hipnotizada con un trozo de pizza, una sensual exhibicionista mostrando su pecho siliconado o la empleada de una hamburguesería que enseña el suyo entregado a la gravedad. Todas sus caras están dominadas por carnales labios rojos y acuosos ojos claros.
Potencia provocadora
Lee Cohen abre los bolsos de tres de ellas. Junto a su retrato expone las posesiones que les acompañan cada día en la gran ciudad, mostradas como aproximación biográfica.
Oda a una feminidad estereotipada unas veces, otras, una huida de la misma, de la condición de ama de casa cargada con bolsas de un supermercado o féminas andróginas, ambiguas, con un pie fuera de su condición.
En todas ellas, la provocadora potencia de la carne, de la piel, del impacto visual. Colores saturados, atrezzos teatrales, imitadoras de poses repetidas en anuncios y revistas para enganchar al espectador, para asomarle a un mundo melancólico en su aparente y decadente brillantez.
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