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No fue fácil la vida de María Blanchard. Llegó al mundo con una deformación física que le marcó de por vida y le convirtió en ... el objeto de miradas crueles o hirientemente compasivas. Y, pese a ello, fue capaz de levantar el vuelo, dedicarse a aquello que le gustaba, la pintura, y convertirse en una figura clave de las vanguardias de comienzos del siglo pasado. Y es que, pese a que hoy sea todavía escasamente conocida en España, Blanchard estuvo en el centro del huracán que revolucionó el arte pictórico, como figura clave e imprescindible del movimiento cubista. Admirada por Picasso, Modigliani, Juan Gris o Cocteau, entre otros muchos, fue, en vida, una mujer que logró el éxito y el reconocimiento, aunque nunca vivió con holgura económica debido a su desinterés por el dinero y a su extrema generosidad.
«Es sin ninguna duda la pintora española más importante, y sin embargo apenas se la conoce», se lamenta el periodista Baltasar Magro, que acaba de publicar María Blanchard (Alianza), una recreación novelada, pero sobradamente documentada de sus últimos meses. Un periodo muy relevante de su existencia y especialmente trágico, amargo. La novela nos acerca a su vida de entonces y vemos a Blanchard trabajando casi a destajo, agobiada de encargos, solicitada por marchantes y particulares que admiran su trabajo, y, sin embargo, pasando estrecheces y viviendo en condiciones frugales y, a veces, insalubres.
Y es que no sólo se ha hecho cargo del sostenimiento de su hermana Carmen y de sus tres hijos, sino que también ayuda a otros miembros de su familia y asiste a una legión de necesitados que llaman a su puerta en busca de ayuda enviados a su casa por la iglesia de su zona. En parte los atiende porque siempre ha sido generosa, pero también porque en los últimos años, tras la muerte de su amigo Juan Gris, ha vuelto a la fe católica. Ella siempre intenta atenderles, pero ni siquiera con su éxito de entonces, su economía da para tanto. Con todo, lo peor es su agotamiento psíquico y el innegable quebranto que este sobreesfuerzo tremendo produce en su ya delicada salud.
«Centré mi novela en ese periodo porque es un momento de mucha intensidad en el que se ve obligada a trabajar sin descanso. Es también una época en la que reflexiona sobre su vida y mira hacia atrás, sobre todo en sus encuentros con viejas amistades que la visitan», explica Magro, cuyo libro no oculta la importancia que su conversión religiosa tiene en su vida. «Es un hecho real y debía contemplarlo. En ese periodo se produce un cambio de inclinaciones influida por su amiga Isabelle Riviere».
El libro de Magro no recoge un pequeño episodio de su vida que, sin embargo, a la postre resultaría decisivo. Y es que, en 1915, tras regresar de su primera estancia en París -donde aprende el arte de la pintura de maestros como Anglada Camarasa y Van Dongen- le ofrecen y acepta una plaza como profesora de Dibujo en la Escuela Normal de Salamanca. Pese a que anida en ella una vocación de enseñante, su estancia es muy breve, realmente fugaz. La condesa de Campo de Alange, una de sus biógrafas, escribe de su aventura salmantina: «El martirio de María empieza. Entre las leyes estrictas de la enseñanza habitual y la idea que ella tiene del arte hay un abismo (…) En aquel ambiente mediocre, contra la mezquindad, se estrella su ideal. Abandona o le hacen abandonar su puesto». Esa decepción marca su vida y la lleva a buscar definitivamente su futuro en París, donde, como ya hemos avanzado, será una figura clave de la innovación artística.
«Hay muchos episodios que no he podido incluir en la novela y uno de ellos es éste», explica Magro. «Es verdad que en su regreso a España recibió muy poco cariño. De sus semanas en Salamanca no soporta las burlas y las humillaciones de sus alumnos. Una persona como ella siempre llamaba la atención, pero en París sufría un rechazo más liviano y llevadero. De modo que se vuelve a Francia, pese a que siempre quiso a su país».
Lo más sorprendente de María Blanchard es que sea una figura mucho más reconocida fuera que aquí. Quizás se deba a que el cubismo no fue un estilo querido ni apreciado por la España del momento, como demuestra el rechazo que suscitó el homenaje a Blanchard que organizó su admirador Ramón Gómez de la Serna para darle a conocer en su país. Añadamos luego que la proteica figura de Pablo Picasso lo acaparó todo, desdibujando a los demás cubistas, incluido Juan Gris, que sólo ha gozado de un poco más reconocimiento que Blanchard. En el caso de ella quizás influya también que en sus últimos años practicó un tipo de pintura neofigurativa, muy personal y emotiva, que algunos interpretaron como una traición del espíritu de la vanguardia.
«El problema de María Blanchard es que ha sido ignorada por los investigadores y los historiadores. En París le dedicaron una retrospectiva en 1915 y en España hubo que esperar casi 100 años para que recibiera una atención semejante. Este país no trata muy bien a sus grandes figuras», admite Magro. En su caso, además, le perjudicó la costumbre de los cubistas de no firmar sus cuadros -ninguno lo hacía en aquella época, ni siquiera Picasso- lo que permitió que algunas de las obras de Blanchard fueran atribuidas a otros pintores. «El Museo Nacional Reina Sofía tuvo durante muchos años atribuidos a Juan Gris dos cuadros suyos». Desde hace tiempo, sin embargo, los expertos coinciden en asegurar que algunas de las obras más destacadas y logradas de aquel movimiento que revolucionó el arte fueron pintadas por ella. Una mujer única y excepcional, físicamente contrahecha, pero que, quizás por ello, fue extraordinariamente sensible hacia el drama de los desfavorecidos y golpeados por la vida. Y que estaba llena de un fuego interior y un talento que le permitió convertir esa pasión y ese dolor en genuino arte.
V. A .
«Miguel Delibes fue la primera persona a la que entrevisté en mi vida», recuerda el periodista Baltasar Magro, «y la generosidad con la que me trató fue muy importante para mí». Corría el año 1974 y Magro trabajaba para RTVE. La entrevista era para un programa titulado 'La Semana'. «Yo era un chaval y aun así aquel hombre tan importante me dedicó un día entero y estuvimos paseando por el parque. Pero lo que más me asombró fue la dedicatoria que me dedicó al final del día: 'A mi amigo y compañero'. ¡Qué generosidad tan asombrosa! Aún la conservo y marcó mi vida. Aquella dedicatoria me confirmó mi voluntad de ser periodista», recuerda Magro. Muchos años después, quiso volver a entrevistarle a propósito de El hereje. «Inicialmente me dijeron que no, pero yo me identifiqué como aquel chaval que le había entrevistado 25 años antes y me concedió la entrevista. Todavía se acordaba. Sin duda era un hombre extraordinario»
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