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La ola de calor lo es menos entre los vetustos muros de un monasterio del siglo XII. En este de la Santa Espina, enclavado en ... uno de los valles que jalonan los Montes Torozos vallisoletanos, hay quien halla estos días inspiración para crear una performance, esculpir una talla, interpretar motetes de Bruckner o escribir poemas que serán leídos en voz alta y analizados por otros aficionados al verso.
En apenas unas semanas, el internado del Monasterio de la Santa Espina ha visto mudar los inquilinos por los que es reconocido desde hace años. Los 82 jóvenes de Formación Profesional que el pasado curso se han formado en capacitación agraria han dado el relevo a 153 participantes en el Observatorio de lo Invisible, una cita cultural que vive su primera edición en el cenobio de la Santa Espina, pedanía de Castromonte.
Un ambiente de calle peatonal en tarde de viernes parece haber tomado pasillos y claustros del monasterio cisterciense. Un sinfín de idas y venidas que contrasta con el silencio que emerge de los jardines que lo rodean. En el refectorio varios alumnos toman apuntes alrededor de una mesa. «En esta sesión intentamos profundizar en el arte de la escucha, bastante desatendido en nuestros días», explica Miguel Álvarez Hernández, conductor del programa 'Ars sonora', de Radio Clásica y coordinador del taller 'El fluir del sonido'. «Es un privilegio darnos tiempo para escucharse y escuchar a los otros, una práctica que atraviesa el cuerpo y tiene que ver con activar la voz; también reflexionamos acerca del ruido, el silencio y la tradición con músicos experimentales como John Cage».
Al fresco, en un rincón de uno de los claustros, el poeta Jesús Cotta imparte ante un auditorio mayoritariamente femenino menor de treinta años un taller orientado a «redescubrir en su vibrante y misteriosa belleza las cosas del mundo, proyectando sobre ellas la mirada poética del amor y del asombro. Bienvenidos sean aquí quienes como poetas quieran prestar este servicio al mundo».
Alrededor del vate malagueño leen las cursillistas poemas escritos por otros miembros del grupo a lo largo de la semana. «Supone oír tu poesía en boca de otros», les explica Cotta. Una alumna cuenta al resto cómo es su trato con la palabra durante estos días: «La poesía me ayuda a recordar maravillas cotidianas que damos por hechas».
Al acercarse a la sala capitular, envuelve al visitante la melodía de un coro. El músico y compositor Guzmán Yepes acompaña con el teclado piezas de música sacra seguido por una veintena de coralistas previamente seleccionados. Han acudido al Observatorio de lo Invisible con los motetes de Bruckner estudiados y con un nivel mínimo de quinto o sexto de grado profesional o estudiante de grado superior. Cada uno porta su atril. La armonía vocal del grupo se expande entre columnas y arcos de piedra de la sala que durante siglos ha acogido reuniones de los monjes cistercienses.
«Cada verano organizamos esta escuela poniendo en relación el arte con la espiritualidad», explica Javier Viver, director del Observatorio de lo Invisible, escultor y presidente de la Fundación Vía del Arte que pone en marcha esta iniciativa. La cita cultural ha recalado en el cenobio vallisoletano, con instalaciones más amplias que el Monasterio de Guadalupe, sede de las tres primeras ediciones. «Entre los participantes en esta semana de actividades hay gente que cree, quien no cree y quien está en búsqueda; esto es un foro abierto a otras sensibilidades espirituales», remacha.
En esta experiencia inmersiva juegan un papel crucial los profesionales que guían los talleres. Aquí imparten esta semana su magisterio los pintores José María Sicilia y Miki Leal, el escultor Nicolás Malla, el artista interdisciplinar Ernesto Artillo, el fotógrafo Ignacio Llamas y la actriz Pepa Pedroche. También participa Krzystof Zanussi, cineasta polaco nacido en 1939 en Varsovia, director de medio centenar de películas, algunas galardonadas en Cannes, Venecia, Berlín, Tokio y otros festivales internacionales. «Ya no hay genios en la cultura: No hay Fellini ni Bergman, no hay Tarkovski. No hay autores como Camus o Faulkner. Nuestra cultura vive un momento de transición», opina el fundador del movimiento del 'cine de la inquietud moral', que aglutinó a realizadores como Andrzej Wajda y Edward Żebrowski.
En una sala habilitada como auditorio imparte el veterano realizador sus charlas, mientras comenta con los oyentes detalles de películas frente a una gran pantalla. Una planta más arriba, los pasillos del claustro se llenan de gritos seguidos de movimientos espasmódicos de brazos, piernas y cuerpos que se retuercen. Una veintena de alumnos siguen las instrucciones de Ernesto Artillo. Como artista que explora la identidad, aquí propone una performance en torno a la transparencia. «El punto de partida del taller ha sido crear una 'caja de herramientas' con conceptos desarrollados a través de la escritura automática. Yo les he propuesto una serie de palabras a los alumnos, que han trabajado dando un paseo por la naturaleza alrededor del monasterio, evitando que fuera un ejercicio racional, sino más impulsivo. Con todo ese material hemos puesto el foco en lo que a cada uno le llamaba la atención, porque tiene que ver con el misterio o la pregunta que queremos responder a través de la creación».
Más sosiego se respira en la arboleda cercana al estanque del monasterio. En torno a la idea 'tallar el agua, materia transformadora' trabajan varios grupos de alumnos guiados por el escultor murciano Nicolás de Maya. En mesas repartidas entre los chopos se afanan modelando sus creaciones en barro ingenieros, químicos, médicos, informáticos, estudiantes y artistas interesados en la escultura. «De la experiencia de estos días me llevo más de lo que yo aporto», asegura el profesor. «Aquí se generan unas sinergias muy interesantes, en plena naturaleza, con gente de ámbitos profesionales tan variados; ante todo enseño a trabajar con la palabra, a construir el discurso y expresarlo, en este caso generando una huella del agua a partir del modelado del barro».
Un ala de la segunda planta lo ocupan mesas repletas de lápices, pinceles, acuarelas y dibujos. 'El papel del arte o la estética de la autenticidad' es el eje en torno al que pintan y dibujan aficionados y profesionales en busca de aprendizaje o nuevos enfoques creativos. «El 90% de los artistas actuales se parecen muchísimo. A mis alumnos les pido que trabajen con sus recuerdos, con literatura, cine, etc y que profundicen dentro de ellos en lugar de mirar tanto hacia afuera, que nos hace a todos tan iguales. Ahora casi todo el mundo utiliza el móvil para pintar, echa mano de Pinterest, de la Inteligencia Artificial... lo que faltaba para que todos fuésemos aún más iguales en el arte», lamenta el pintor sevillano Miki Leal, cuyo estilo tiende a la figuración abstracta con tintes pop y oníricos.
Con un ejercicio a la inversa –'mirar fuera para ver dentro'– el fotógrafo Ignacio Llamas busca contagiar en su taller el hábito de «profundizar en el proceso creativo personal de cada participante». Tampoco faltan quienes prueban el mundo del teatro de la mano de la actriz, directora y pedagoga Pepa Pedroche, integrante de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. «La idea de mi taller es acercarnos a la espiritualidad a través de textos místicos de poetas de los siglos XVI y XVII y de otros que no lo son tanto como Lope de Vega o Quevedo; los alumnos desmenuzan sus versos apreciando palabras y expresiones maravillosas de las que surgen propuestas escénicas».
Cuando los últimos rayos del sol dejan paso a las sombras en el monasterio, estos huéspedes del arte se reúnen al aire libre en el patio del claustro, donde se organizan o improvisan veladas musicales, teatro y conciertos como los que han ofrecido el compositor riosecano Diego Fernández Magdaleno, o Fito Robles, del grupo Siloé. A todas ellas acuden invitados alcaldes y vecinos de municipios del entorno.
El Observatorio que atrae a alumnos de toda la geografía nacional y hoy se clausura, opera como «catalizador de muchos proyectos e ideas a lo largo del año», explica Javier Viver, encantado por el desembarco en la Santa Espina. «El monasterio y el entorno son espectaculares; nuestra idea es poder continuar aquí y que la Santa Espina sea un espacio cultural de referencia».
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