Una botella vintage de coca-cola cuelga de una soga, la chispa de la vida transmutada en botafumeiro, recibe al público en la galería Espacio abierto. Es una broma hecha objeto, una ocurrencia del Javier Dámaso de los ochenta bajo la advocación de Francisco Pino. ... Aquel veinteañero siguió escribiendo poesía visual por divertimento, porque le permite «jugar», dejar volar su «mirada infantil». En los noventa se dio más al verso libre y seguidito, pero con el nuevo milenio las palabras se le volvieron a resbalar en cascadas de letras y a los gritos les salieron oes mayúsculas. 'Esto es un grito' es el título de la muestra antológica en la que se puede seguir su evolución, sus referentes –Justo Alejo, Szymborska, Prevert, Bach–, sus collages con fotos de niño, con autorretratos, con gatos, su colaboración en uno de los libros de Proyecto Arte Ediciones.
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«Los dobles sentidos, la ironía, funcionan mucho en la poesía visual. He ido incorporando el lenguaje de las redes sociales», dice ante un cuadro compuesto por emoticonos. «El hombre es también una realidad numérica para la informática», afirma. Pero no somos fácilmente reducibles al lenguaje binario, por eso señala en otras obras «la fragilidad a la que nos exponen esas redes».
'Algo como mutilado' es un poema que acompaña a fotografías de niño con tachaduras. «Mi familia me riñe por escribir esto de mi infancia que fue feliz. Pero también la niñez es eso», en sus palabras «oscuridad, llanto grito». Al final una 'Tromba de resignación', una figura empequeñecida por una pirámide de '¡snifs!'.
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