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Un detalle de 'Mata mua', el cuadro de Gauguin que ahora regresa a España. EL NORTE
Cómo mirar una obra: Paul Gauguin

Así es 'Mata mua', el cuadro de la baronesa Thyssen que ahora regresa a España

Irune Fiz Fuertes, profesora de Historia del arte en Valladolid, explica las claves de una obra clave en la colección

Víctor Vela

Valladolid

Miércoles, 9 de febrero 2022, 00:37

Este paisaje idílico y evocador, de montañas malvas y piceladas extensas, es –digámoslo así– un símbolo. El 'Mata mua', cuadro que Paul Gauguin (1848-1903) pintó durante su etapa haitiana, en diciembre de 1892, se ha convertido en la imagen de las negociaciones que desde hace años mantiene el Gobierno con la baronesa Carmen Thyssen para el alquiler de su colección. Hoy miércoles está previsto que se firme ese acuerdo: 6,5 millones de euros anuales durante 15 años por 329 obras. La más importante y representativa es esta de Gauguin, que durante los últimos dos años ha permanecido en un búnker de Andorra y que el lunes por la noche regresó a España para ser expuesta ahora en el Museo Thyssen de Madrid.

¿Por qué el 'Mata Mua' es tan relevante? Irune Fiz Fuertes, del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, profesora de la asignatura de Arte Neoclásico y del siglo XIX, ofrece varias claves para comprender mejor la obra.

«Se enmarca dentro de una corriente grande, extensa y difusa, que es el postimpresionismo». Este movimiento se sitúa entre el impresionismo (irrumpió en torno a 1870) y las primeras vanguardias del siglo XX (1905) e incluye a artistas tan distintos como Toulouse-Lautrec, Van Gogh o el propio Gauguin, cuyo pincel es fundamental para comprender esta etapa del arte. Y este es uno de sus cuadros más relevantes. De hecho, es uno de los tres lienzos –junto con Arearea, en el D'Orsay de París, y Pastorales Tahitianas, del Hermitage de San Petersburgo– de los que se sentía más satisfecho, «de lo mejor que he pintado», como le escribió en una carta a un amigo al poco de terminarlos, en diciembre de 1892.

«Aquella era una época de cambios permanentes, con el triunfo absoluto de la revolución industrial, un auge del progreso, ciudades que no dejaban de crecer», cuenta Fiz Fuertes. Y en ese contexto, se desenvuelve un grupo de artistas que mira hacia al pasado de forma nostálgica, que se aleja de esa nueva sociedad y, por ejemplo, reivindica una vida bohemia al margen de ese orden que representaba la burguesía.

Aquí está inmerso Gauguin. El pintor hizo las maletas para poner distancia con ese nuevo mundo del que París era un claro exponente y buscó ese pasado evocador en la Bretaña (la zona más rural de Francia), Martinica, Panamá. Finalmente, en 1891, recaló en Tahití, la isla más grande de la Polinesia Francesa, en los Mares del Sur. «Llegó primero a la capital, Papeete, y se encontró con que era más sofisticada de lo que él se pensaba. Él buscaba lo exótico, de lo que había leído mucho, pero se encontró con una sociedad, una cultura, una religión ya contaminada por el colonialismo», relata la profesora de la UVA.

El cuadro 'Mata Mua', de Paul Gauguin.
Imagen - El cuadro 'Mata Mua', de Paul Gauguin.

Por eso, decide adentrarse en el mundo rural de la isla, para acercarse más a esa idea de inocencia, pureza, un pasado evocador más en sintonía con su ideal. Ya llevaba año y medio allí cuando pintó esta obra. 'Mata mua' significa 'primero'. En realidad, él quería haber titulado el cuadro de otra manera, pero se le olvidó el artículo tahitiano para que la obra se llamara 'Érase una vez'. También se ha traducido como 'Anteriormente'. O 'Auténtico'. En cualquier caso, son títulos que remiten a ese pasado idealizado.

Está, por ejemplo, la naturaleza desbordante. Como esa palmera. O ese árbol amarillo (el del mango). Hay otro árbol fundamental en la composición, que ese el tronco que divide la obra casi en dos partes simétricas y que ayuda a dirigir la mirada del espectador.

«Compositivamente, este cuadro es una maravilla, da una sensación de mucho orden». Y ayuda a definir los distintos planos. A la derecha, hay dos mujeres de blanco. Gauguin explora en distintas tradiciones para transmitir exotismo. Por ejemplo, la posición de estas dos mujeres reproduce, de forma calcada, el relieve de un templo (Borobudur) redescubierto veinte años antes en Java. El pintor vio fotografías de esos relieves y los adoptó para el cuadro.

Fotografía del pintor postimpresionista Paul Gauguin. EL NORTE

Una de ellas toca una flauta. En realidad, tendría que haberla reflejado tal y como se tocaba el instrumento en aquella zona (soplando el aire por la nariz), pero tal vez Gauguin pensó que no era algo muy estético para el gusto occidental. La otra mujer está junto a una planta con forma de estrella (llamada ylang-ylang), muy usada en al fabricación de perfumes. Una enlaza con la música (el oído). Otra, con el olfato. Dos sentidos más para completar la experiencia visual.

A la izquierda del tronco se reproduce una escena ritual, con tres mujeres, más alejadas, que bailan en torno a una figura de la diosa Hina (la luna). Lo curioso es que en la tradición indonesia nunca había imágenes sagradas tan grandes, sino que las reproducciones solían ser pequeñas vasijas. Esta es un ejemplo más de cómo Gauguin idealiza lo que retrata.

«Mientras que a los impresionistas les gusta la pura impresión visual, sin inventarse nada, los postimpresionistas atacan ese estar sometidos a las cadenas de la verosimilitud», indica Irune Fiz. Por lo tanto, no le interesa tanto el paisaje en sí como proyectar sobre él sus miedos, recuerdos, su deseo, su imaginación.

De ahí esa paleta de colores intensos que no tienen por qué estar sujetos a la realidad (los morados, rojizos, verdes). «Pese a que todo parece muy exótico, entronca muy bien con la tradición occidental», expone la experta. Esta escena remite a los cuadros pastorales, a esos paisajes idealizados (en el que aparecen figuras bailando, escuchando música) que fueron muy comunes al inicio del Renacimiento, que decayeron en el siglo XIX y que aquí vuelven con Gauguin: se basa en un marco común del arte occidental para plantear una creación que busca lo exótico.

Como ocurrió con otras obras y pintores de la época, tampoco Gauguin tuvo mucha suerte para vender en vida este cuadro. No era un mensaje sencillo de comprender en la época. Pasó por varias manos y colecciones, hasta que Heinrich Thyssen se hizo con él (de forma definitiva en 1989). El valor expositivo radica hoy en que hay muy pocas obras de este autor en España. Otro ejemplo es el 'Lavanderas en Arlés', del Museo de Bellas Artes en Bilbao.

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