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El mundo es un pañuelo, decimos cada vez que nos sorprende la convergencia de dos elementos aparentemente lejanos. Si sustituimos pañuelo por su homónimo latino, el mundo es un ‘mappa’, lienzo blanco en el que se pintaban lindes y límites. La historia de esos mapas, ... su versatilidad, su disparidad de contenidos y significados, su evolución, su ficción y su verdad están recogidas en la exposición ‘Cartografías de lo desconocido’, en la Biblioteca Nacional. 200 piezas, fundamentalmente de los atlas de la BN, pero también de la Real Academia de la Historia, el Museo Naval, el Instituto Geológico y Minero, el Palacio Real, el Escorial o el Archivo de Simancas recorren desde el siglo VIII hasta el XXI el afán del hombre por representar gráficamente posesiones territoriales, anhelados paraísos o tesoros de muy diversa condición.
Juan Pimentel y Sandra Sáenz-López han articulado este ingente material en una extensa exposición que se detiene en las formas del mundo, la ‘terra incognita’ que se abre con el descubrimiento de América, las escenas humanas –mapas orlados que hablan de antropología, de etnografía–, los mapas imaginarios –desde los que recogen utopías a los que representan territorios literarios– y mapas temáticos –los temporales, geológicos, históricos, anatómicos...–. «Los mapas provocan un gusto universal, pero no sabemos lo que son. Para unos son árbitros silenciosos del poder; para otros, ficciones controladas; hay quien los define como testigos escurridizos de la historia, todo eso y más. En la exposición hemos querido ahondar en la dialéctica que propone un mapa, en cómo los cartógrafos han ido representando espacios a los que no tenían acceso, también hay mapas hipótesis», explica Pimentel, comisario de la exposición. «Nos gusta lo que nos muestran y lo que esconden. Son más evocadores que explícitos y acaban dándonos la palabra a nosotros. Son una invitación a fantasear, la promesa de un viaje. Dicen algo a todo el mundo».
El Paraíso terrenal
De las cartas geográficas de Ptolomeo recreadas en el Renacimiento a los mapas decimonónicos de Humbolt haya todo un desarrollo estético y científico de los mapas que según los países corrió una suerte u otra. En España hay tesoros como el portulano dibujado tras la expedición de Magallanes que dio nombre el estrecho en 1520 para la biblioteca de Felipe II (en la muestra) y en el XIX el errático devenir político retarda la elaboración de un mapa nacional acorde con los conocimientos de ese momento. Tomás López es el cartógrafo y grabador de gabinete encargado de levantar mapas a partir de la información que le suministran navegantes como Jorge Juan. No será hasta 1889 cuando Manuel Fernández Castro finalice el mapa geológico nacional.
El intento de aprehender los límites políticos y geográficos es la asociación más común de la palabra mapa. Pero ya en la Edad Media beatos como el de Liébana representan anhelos humanos como ‘El Paraíso terrenal’, con alusión a Adán y Eva, sus primeros moradores. Hay tierras prometidas, como la Península de Anatolia, tierras que han dio variando su posición en los mapas siempre en relación con el eurocentrismo propio del Viejo Mundo, tierras cuya representación es tan alegórica y exótica como la que Maarten de Vos hace de África.
Un jesuita del XVIII, Atanasio Kircher, escuchó los volcanes del sur de Italia, el Vesubio, el Etna y el Stromboli, y trasladó sus investigaciones vulcanólogas a curiosos mapas casi neuronales. Entre sus muchos intereses estuvieron lenguas como el griego y el chino. Precisamente de China hay un mapa de la isla de Hainan, de 1830, en el que se destacan ingenios hidrográficos y se representación con orientación sur. Una de las piezas estrella de ‘Cartografías de lo desconocido’ es la ‘Carta sincronológica de la historia universal’, de S. C. Adams, un rollo re siete metros en su versión hispana de 1884 encontrada en México. «Es un tesoro de la pedagogía y la litografía del siglo XIX», afirman los organizadores. La metáfora del río del tiempo sirve para explicar la historia de pueblos y etnias.
De los planisferios que advierten del peso de los signos celestes sobre la vida terrenal a los mapas que dibujan la fantasía literaria de Cervantes –hay uno sobre los viajes de Quijote ySancho–, de Tolkien –la Tierra Media– o Benet –plano de Región dibujado por José María Sainz, pasando por el viajero literario más representado, el Gulliver de Swift.
La topografía de la imaginación se entrelaza con la geográfica ‘real’ en esta exposición que finaliza en el siglo XXI. La certeza que otorga un ‘smartphone’, que nos posiciona en un mapa de forma automática, abre otras puertas. ‘Marea humana’, el documental de Ai Weiwei sobre los movimientos migratorios, comienza cada visita a un campo de refugiados con una vista aérea que por hiperrealista parece imaginada. Ese mismo efecto consigue cualquier realidad grabada por un dron.
Esa linde resbaladiza entre verdad, verosimilitud y ficción es a la que se asoman Juan Pimentel y Sandra Saenz-López en estas ‘Cartografías de lo desconocido’ y también de lo conocido.
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