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«Entonces Juan de Herrera fue llamado por Felipe II a hacer El Escorial y dejó sin terminar la Catedral de Valladolid para la que empezaban a escasear los fondos». Frase de guía y de todo paseante local que transita por el centro ... con algún visitante al que le recomienda admirar La Antigua, «esa si que es bonita, no esta mole», refiriéndose a la seo inacabada. «La leyenda es más apetecible que la verdad, pero lo cierto es que El Escorial ya estaba terminado cuando Juan de Herrera vino a Valladolid. Por otra parte, es difícil querer a un edificio de una arquitectura tan cerebral, vacío por dentro y lleno de muñones por fuera», dice Jesús Urrea, catedrático emérito de la UVA. El historiador del arte ha indagado en la mala fortuna del templo de «una ciudad de proyectos fallidos» en 'La Catedral de Valladolid. Su historia y su patrimonio', publicado por el Ayuntamiento.
«Tiene mucho patrimonio pero no se ve, entre otras cosas por falta de iluminación, un interior hermoso e imponente y una historia muy intrincada», dice Urrea. Para entenderla hay que empezar mirando desde la calle Arzobispo Gandásegui el edificio de Herrera precedido por los vestigios románticos y góticos de las dos iglesias y las tres colegiatas que la precedieron.
La iglesia más grande
Los antecedentes medievales dependían de la diócesis de Palencia. No será hasta que Felipe II otorga a la villa de Valladolid el título de ciudad cuando esta se convierte en sede episcopal. «La ciudad quería hacer la iglesia más grande de España y así se lo pide a Carlos V, pero el emperador tenía otros problemas. Felipe II, más realista, solicita a Juan de Herrera que proyecte una nueva, aunque está embutida entre esos restos».
Corría la década de los ochenta del XVI. Su diseño obligaba a derribar la colegiata, pero nunca llegó a su término. En 1595 el papa Clemente VIII eleva la categoría del templo a Catedral. Ese año muere el arquitecto y tres más tarde, su valedor, el rey.
«La ciudad se estanca a partir de 1630. Pierde su nobleza, los gremios apenas tienen poder, la burguesía no se desarrolla y la diócesis es minúscula. La Catedral recibió muy poco de la ciudad». En 1668, con las obras frenadas en el crucero, el Obispado decide abrirla al culto. «Luego se construye una torre con problemas de cimentación que se caerá, invertirán mucho dinero para nada».
La fantasía de terminar la planta de Juan de Herrera se diluye con el tiempo. La desamortización del XIX fue beneficiosa para la seo, que «fue depositaria de muchas obras». Aunque aún los dominicos de San Pablo reclaman su sillería. «Ya en el siglo XX el arzobispo Remigio Gandásegui decide, con buen criterio, que se vea el interior del templo para lo que quita el coro y busca otros sitio al órgano, que será en la entrada, con lo que modifica ligeramente la planta original acortando la nave central. Empieza a tener problemas económicos y vende la reja (en el Metropolitan de Nueva York), salen dos 'grecos' (Nueva York y Montreal), la colgadura rica (castillo francés de Chambord), el cáliz y libros. El consuelo es que son obras que están haciendo patria, llevando el nombre de Valladolid por el mundo». Luego será José María Goldáraz el que proyectará el Museo Diocesano para mostrar la colección permanente y obra en otras dependencias.
Atentados continuados
Los vaivenes de los retablos, los cambios de gusto, la falta de estancias para los servicios religiosos y culturales del templo, las tentaciones de arrasar los restos medievales, son constantes en la vida del templo. Urrea concluye que la Catedral ha sufrido varios atentados: «El primero, la construcción de la torre actual, en 1886, que no respetó estilo herreriano. Iturralde optó por una planta octogonal imitando la del Salvador. Después, coronarla en 1923 con el Sagrado Corazón, no es el sitio indicado. El tercero, la destrucción del coro. Más reciente, la idea de suprimir el atrio, parada desde la Real Academia de la Purísima. Y se habla de un ascensor por el crucero», enumera. Por otra parte es una seo que nunca ha dispuesto de fondos «para su conservación y su sostenimiento. Tuvo competidores, el Arzobispado se metió en la construcción del Seminario y luego del Santuario Nacional, siempre hubo otras prioridades».
Tampoco asientan si el guía vallisoletano les dice que los cipreses corresponden a un patio, «nunca lo hubo, remiten a pilares de la colegiata».
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