La primera vez que el nombre de Luis Moro Merino (Segovia, 1969) se asomó a las páginas de El Norte de Castilla fue el 21 de octubre de 1982. Tenía apenas 13 años y acababa de ganar el segundo premio de un concurso de ... murales para unas pistas deportivas de su ciudad natal. Luis Moro -que este lunes ha recibido el Premio Castilla y León de las Artes- mostraba a aquella edad temprana una marcada veta artística, pero también una estrecha vinculación con el atletismo. «Ya entonces debía tener una mentalidad de corredor de fondo. Yo sabía que lo importante no es salir a toda velocidad, sino mantener el ritmo. Y mira, después de 40 años, comienzan a llegar los reconocimientos y el fruto del trabajo».
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El jurado del premio ha destacado la «importante evolución» de la obra de Moro, «desde una pintura figurativa combinada con un expresionismo casi abstracto, a la exploración de los recursos que aportan las nuevas tecnologías».
«El concepto de la obra es importante, pero también lo es el equilibrio entre creación y técnica. Uno a veces tiene sueños que son muy difíciles de llevar a la práctica. Y las nuevas tecnologías nos permiten incorporar música, poesía o textos de personas que te interesan (Andrés Laguna, Antonio Gamoneda) para enriquecer tu trabajo», explica Moro, que durante estos primeros meses mantiene activas dos exposiciones en su provincia. Su obra puede verse hasta el 30 de abril en el Real Sitio de la Granja y hasta el 28 de mayo, en el Museo Esteban Vicente, donde exhibe un ejemplo de su obra en las tres últimas décadas.
Este trabajo se ha reunido bajo el título 'Save our souls' ('Salvemos nuestras almas'). «Me preocupa mucho hacia dónde nos lleva tanto desarrollo. El planeta está en un momento en el que, cuanto más crecemos, más lo desequilibramos. Ninguna generación ha tenido en sus manos el futuro de una civilización, como nosotros. Tenemos que empezar a tender puentes y dejar de polarizar todo. Estamos en un momento histórico en el que todo es blanco o negro, izquierdas o derechas, anti o pro. Y ante esto, hay que ser pro planeta. No cabe otra que proteger las especies que cohabitan con nosotros». Su obra se ha interesado mucho por esos microcosmos, esos microorganismos «que nos permiten mirar el macro y ver que, en el universo, somos un granito de arena».
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Moro recuerda que, de pequeño, siempre pedía un microscopio en sus cumpleaños y en la carta a los Reyes Magos. Al final lo consiguió. Aunque tardó. Por eso, y hasta que llegó el momento, subía a la casa de unos vecinos que sí tenían microscopio. Y allí observaba fascinado las alas de los insectos, las hojas de los árboles, las gotitas de agua que recogía de los charcos y estaban llenas de microorganismos.
«Siempre me interesó mucho el origen de la vida, las metamorfosis vitales, la muerte. Soy un artista que ha evolucionado constantemente por curiosidad o por insatisfacción, porque considero que nunca he llegado al lugar a donde quería llegar. Y eso es lo que te hace seguir avanzado. Hay artistas que se sienten satisfechos consigo mismos y que repiten la misma obra durante 40 años. Y piensas: le habrá encantado ese cuadro que pintó una vez. A mí me gusta evolucionar en mi trabajo del mismo modo en el que evolucionas en la vida, a través de los viajes, las personas que conoces, los libros que lees, la música que escuchas. Soy un investigador, una persona que va descubriendo y buscando cosas. Y que tiende puentes. En un mundo tan polarizado, los puentes son más importantes que nunca».
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