Disputaron la competición de quién era más poético y los literatos dejaron al fotógrafo el cajón alto del podio. José Manuel Navia, que expone sus fotos de la España de interior en el Palacio Licenciado Butrón, cortó las hiedras dialécticas que, como en una ... de sus fotos ciegan una ventana, trepan por su disciplina y la mostró en toda su grandeza y sencillez. «La fotografía no es un lenguaje, es pobre para contar historias, aunque tiene esa pretensión. Apela a la sensibilidad y me gusta pensar que es la llama que prende el lenguaje, por eso la mayor parte de los escritores sois disfrutadores de la fotografía», así se lo expuso el último Premio Piedad Isla a sus amigos, el narrador Gustavo Martín Garzo y el poeta Fermín Herrero.
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«La fotografía os gusta por su relación con la memoria. Nace de su lucha con el tiempo, porque las primeras placas de plata eran poco sensibles y no podían atrapar la vida, por eso las primeras imágenes son bodegones y paisajes. La historia de la fotografía es la lucha por tomar imágenes rápidamente, hasta llegar a las fracciones de segundo del cine, a la instantánea. Se trataba de detener el tiempo», seguía Navia disertando en alta voz sobre su oficio.
Por su trabajo conoció a Gustavo en los años noventa cuando, buscando retratar la Castilla de Delibes, acabaron visitando la de Garzo. «Me sorprendía que le llevaba a sitios, tomaba notas pero no hacía fotos», confesó asombrado el autor de 'Elogio de la fragilidad'. Y es que para el fotógrafo, la suya es una labor en soledad, «porque todos los viajes de verdad son así, si vas con gente no necesitas encontrarte con los habitantes de ese lugar».
Sus fotografías de los «mundos campesinos», que dice Herrero, comenzaron precisamente en la Tierras Altas sorianas, hace doce años. Luego fue abriendo el compás sobre el mapa esos territorios con más paisaje e historia que habitantes lo que le llevó a Lugo, Huesca, Zamora, un largo etcétera, porque «es impresionante la variedad de esta Península».
Cuando Fermín era más joven que su hijo universitario cogió un macuto y visitó parte de los pueblos de su comarca. «Todos me dijeron no vayas a Valdenegrillos que está el Zacarías. Era un hombre que vivía solo con su mujer en el pueblo desde los sesenta y en cuanto veía a alguien por el camino disparaba al aire para disuadirlo», explicó el poeta. Décadas después, La Romana, viuda de aquel, vivía sola y Navia se acercó. «Primero no me dejaba entrar, luego no quería que me fuera». En medio, la relación que le permitió retratarla. Hay otra mujer, Dolores García, de Los Campos, que en 2016 le contó su vida y le confesó «para mi madre no hubo Dios. Ahora sí hay un Dios, pero para ella no lo hubo. Viuda, con niños pequeños, teniendo que pedir y nadie le daba». Si el ministro de la Seguridad Social, señor Escrivá, lo leyera, se sentiría un dios.
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Fermín Herrero habló de la ética subyacente en las instantáneas de este «documentalista poético» que no cree que se pueda cambiar el mundo, como mucho pensarlo. «Decía Álvaro Mutis que todos los que han venido a cambiarlo lo han dejado un poco peor».
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