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El último trabajo de Javier Redondo es un paso hacia delante, pero también una mirada hacia atrás. Una reflexión sobre su forma de entender el arte a lo largo de cerca de cuatro décadas de carrera, pero también una evolución natural de todas sus obras ... hasta la fecha. El artista exhibe estos días la exposición 'Fragile world. Silence' en la sala Espacio Abierto de la calle Alonso Pesquera hasta el próximo 23 de noviembre.
«Es un repaso a mi vida como artista, desandados cuarenta años y en busca de hilos conductores que tejen mi trayectoria», explica Redondo. En las obras expuestas, se persigue lo que él denomina «abstracción informalista», a partir de una combinación de «fondos matéricos» con elementos geométricos «cercanos en su forma al lenguaje escrito y a la palabra».
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Esta serie de trabajos parten de instantáneas tomadas con su cámara fotográfica, transformadas a posteriori mediante programas informáticos, softwares digitales y trarjetas gráficas. En estos saturados se pueden intuir paisajes naturales y archivos propios de las ciudades, a gusto de la interpretación del espectador ante sus grietas y granulados: «Muestran los estratos, la piel de las urbes», señala el artista.
Estos paisajes, que a veces evocan parajes agrestes de lava y vegetación, y otras áspero cemento pavimentado, buscan «iluminar los cuadros en un equilibrio total entre la línea y la abstracción». Es ahí donde emerge ese mundo frágil del título, muchas veces roto expresamente por una línea que a primeras parece caprichosa, pero que en realidad el artista coloca con toda la intención «para guiar la mirada en distintos órdenes de lectura de los elementos».
Con estas estructuras que trasladan al grabado, la escultura y la arquitectura, y la composición de la cámara que busca hendiduras y grietas en evocación directa al ámbito pictórico, Redondo conforma ese 'mundo frágil'. ¿Pero y el silencio? «Aparece en la introspección que se lanza al público, de todo cuanto sucede más allá de los hechos que pasan sobre el mundo que contenemos y que habitamos».
Un silencio que, paradójicamente, se vuelve ensordecedor en medio del bullicio. «A pesar del ruido, la gente no se comunica», apunta Redondo. «Por eso, estos paisajes mentales invitan a que la gente reflexione y busque todo tipo de complicidades.
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