![Francisco Galicia, el pintor que no quería exponer, sale del olvido por una donación](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201909/08/media/cortadas/4-kMlE-U9085728099faH-624x385@El%20Norte.jpg)
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Amigo de Picasso, colaborador como cartelista y dibujante en el montaje del pabellón español de la Exposición Internacional de París en 1937, donde también trabajó con Joan Miró, el pintor vallisoletano Francisco Galicia llevó a sus lienzos paisajes de naturaleza y urbanos, primero de París, ... luego de Madrid y más tarde y con más profusión, de pueblos de Burgos, Segovia y Valladolid, la ciudad donde nació en 1895.
Su figura cobra ahora actualidad con la donación realizada por la familia del artista a la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, a la que ha entregado 17 obras (once óleos, tres acuarelas y otros tantos dibujos) que la institución cultural mostrará en una exposición en su sede en el edificio de la Casa de Cervantes a mediados de octubre. Con ella pretende rescatar del olvido a un autor de la tierra. «Nunca orientó su pintura a la venta, la entendía como vocación», sostiene José Carlos Brasas Egido, catedrático de Historia del Arte y académico de la Purísima. En 1988 organizó en Valladolid una muestra en torno al pintor con 42 de sus obras y publicó la única monografía sobre el artista, fallecido el 14 de marzo de 1976.
«Su hijo José Luis, autor de las pinturas de las bóvedas de La Almudena en Madrid, nos comentó que quería hacer una donación a la ciudad en la que nacieron su padre y su abuelo y nos ha enviado 17 obras», cuenta José Carlos Brasas. Durante estos días, en una sala de la Academia de Bellas Artes –donde se custodian fondos de pintores vallisoletanos de los siglos XIX y XX–está siendo desembalado el fondo pictórico donado por la familia de quien, además de pintor, trabajó como escenógrafo y decorador de cines, teatros, iglesias y viviendas particulares, dejando su impronta en la estética interior del Teatro de la Zarzuela o el Banco de España en Barcelona, entre otros edificios públicos.
«Su excesiva modestia y sentido del recato le llevaron a no querer exponer ni dar a conocer su obra, que solo sería desvelada a sus más íntimos amigos», revela el académico que se ha ocupado de arrojar luz a la vida y la obra de un creador cuyo padre, Francisco Galicia Estévez, fue escenógrafo del Teatro Calderón, creador de buena parte de los decorados de las obras que sobre sus tablas se representaron entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid bajo la dirección de José Martí y Monsó y Luciano Sánchez Santarén, de joven se instaló en Madrid, donde frecuentó tertulias artísticas, cafés y el Ateneo. En aquellos círculos intelectuales conoció a León Felipe, Valle Inclán, Ortega y Gasset y Ricardo Baraja.
Afiliado a Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, con quien trabó una estrecha amistad, meses después del estallido de la Guerra Civil se trasladó a París, seguido después por su esposa y sus tres hijos hasta que la invasión alemana de la capital francesa en 1940 le obligó a huir a Burdeos junto a su familia clandestinamente y sin equipaje, en un viaje en el que el tren que los llevaba a la zona libre bajo el Gobierno de Vichy fue bombardeado y ametrallado por los alemanes. Una vez establecido allí esta ciudad también fue atacada, siendo alcanzadas varias casas contiguas a la que habitaba el pintor y su familia, con lo que decidieron trasladarse a Montauban con el fin de reunirse con su amigo Manuel Azaña. «Fue una de las cinco personas que se encontraban en la alcoba del presidente de la República cuando este falleció el 3 de noviembre de 1940 en una habitación del modesto Hotel de Midi, en la plaza de la localidad francesa de Montauban, en cuyo cementerio se encargaría del diseño y ejecución de su tumba», refiere Brasas Egido.
El miedo a que su amistad con Azaña le acarreara represalias le retuvo viviendo en Marsella hasta 1943. «Gracias a la mediación de su amigo, el escritor y periodista Víctor de la Serna, se le permitió regresar a España, instalándose en Madrid, donde montó un taller de trabajos decorativos y escenografía», cuenta el académico.
En su hacer pictórico se vinculó a Francisco Galicia con la Escuela de París por su afinidad estética con artistas identificados con estilos de vanguardia durante el periodo de entreguerras. Influenciado en una primera etapa por las obras de Maurice Utrillo, su pintura se distingue por «un tratamiento austero y riguroso de la luz y de la forma, un modo de hacer que recuerda a veces modelos 'cezannianos'», interpreta Brasas Egido a propósito de algunos de los cuadros donados, en los que dominan las escenas parisinas de paisajes urbanos con calles vacías, alejadas de la imagen bulliciosa y tópica de la bohemia de Montmartre o Montparnasse.
La capital gala estuvo muy presente en sus lienzos, pero también –a su retorno a España– plazas, calles y construcciones urbanas de pueblos castellanos como Lerma, Santiuste, Castrojeriz, Turégano, Cigales o Tordesillas, entre otros muchos, así como rincones del casco histórico madrileño. Recuerda Brasas Egido que dos meses después de su muerte en 1976, su amigo, Fernando Chueca, escribió sobre sus cuadros: «Son la expresión del mundo solitario del pintor que los convierte en paisajes del alma... Cuántas veces el dolor, la tristeza, la desesperanza, el consuelo amargo, son el mejor alimento para que nazcan las grandes creaciones artísticas». De aquella obra casi inédita y solo mostrada por el empeño de amigos y familiares guarda ahora la Academia 17 pinturas que salvan del olvido al pintor que evitaba las exposiciones.
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