Ocurrió en Harvard, en algún momento de la primavera de 1971. El poeta vallisoletano Jorge Guillén (1893-1984), en el exilio desde 1938, había sufrido –apenas unos meses atrás– una caída con rotura de cadera que le apartó de la docencia. Había sido profesor de Harvard hasta 1970. Y allí, en el campus de Massachusetts, coincidió con el escultor donostiarra Eduardo Chillida (1924-2002), quien fue invitado para impartir unos talleres, entre febrero y mayo de 1971, en el Centro de Artes Visuales Carpenter, dependiente de la Universidad estadounidense.
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Fue aquel un encuentro entre dos creadores privilegiados:un excepcional literato de la Generación del 27 (Guillén) y, quien junto con Tàpies, tal vez sea el artista español más internacional de la segunda mitad del siglo XX (Chillida). Se trabó allí una amistad cuyo recuerdo adquirió más tarde forma de acero en las calles de Valladolid.
Este viernes, 19 de agosto, se cumplen veinte años del fallecimiento de Chillida, un «arquitecto del vacío», como él mismo se definía, un «constructor de espacios», como lo recuerda su hijo Luis. «A mí no me interesa la geometría, aunque sea una opción válida», le dijo Chillida a María Teresa Ortega-Coca, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, fallecida en 2018.
Coincidieron en la galería madrileña Yolas Velasco, junto con el escultor salmantino Ángel Mateos, y allí Chillida les explicó que, en su trabajo, busca «poder introducir, de alguna manera, lo imprevisto, la sorpresa de las causas desconocidas, las dinámicas que llamamos azar. Es decir, lo inconmensurable de la vida». Recordaba Ortega-Coca esta conversación en un artículo para El Norte de Castilla. En el periódico publicó también varias reseñas sobre 'Lo profundo es el aire', la escultura que Chillida dedicó a Jorge Guillén y que llegó a Valladolid en noviembre de 1982. Hace ahora cuarenta años.
La ciudad se hallaba inmersa entonces en un magno homenaje a Guillén (anunciado en 1975, aparcado en 1979 y revitalizado en el 82), que incluyó encuentros universitarios, exposiciones, lecturas compartidas y la inauguración de esta escultura. Cuando Chillida se enteró de que Valladolid organizaba unos actos para honrar a Guillén, a aquel profesor con el que coincidió en Harvard, el escultor vasco anunció su intención de participar.
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Lo hizo después de recibir, en 1975, una llamada de Antonio Piedra, desde el instituto de Villalón. Chillida había «reconocido en Guillén y en su verso 'Lo profundo es el aire' una de sus grandes influencias, junto a Bach y San Juan de la Cruz», explican desde Chillida Leku, el museo del artista.
Su primera idea era hacer una pieza de hormigón. Pero un día, a las seis de la mañana, un súbido deslumbramiento le indicó que el material idóneo era el acero. Ypreparó este diseño, de 3,5 metros de longitud y 1,5 de altura. Carece de pedestal, para acercar la escultura al paseante, y él mismo eligió el emplazamiento, fascinado por el contraste de su trabajo con el muro del Colegio de San Gregorio.
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«Con esta nueva escultura, la profundidad estará en el entorno, en la inmensa pared de piedra que rodeará la estructura de acero; será una profundidad vertical», explicaba el artista. La idea era que la obra se inaugurara junto con la peatonalización de la calle Cadenas de San Gregorio, pero los trabajos viarios se retrasaron un par de meses y la pieza se colocó antes de que la calzada pasara a mejor vida.
«No quiero hablar de monumento», expicaba Chillida, el 1 de septiembre de 1982, cuando se le preguntaba por 'Lo profundo es el aire' y sin mostrar a nadie los bocetos de su obra, que donó a Valladolid (la ciudad abonó los materiales y la manufactura). «Monumento es una palabra que no me gusta, porque supone hacer algo así como una cosa espectacular, con varios pisos, o como Espartero a caballo. Yo prefiero hablar de homenaje».
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Para eso, Chillida releyó toda la obra de Guillén, «para trata de encontrar algún concepto en el que pudiéramos estar en el mismo terreno los dos». Halló ese nexo común en un verso, 'Más allá, lo profundo es el aire', que se convirtió en clave para articular la obra de Chillida. De hecho, varias piezas (con números sucesivos)han sido así bautizadas.
«La escultura –que en 1998 casi se traslada a La Antigua– es considerablemente barata», explicaba Ortega-Coca. «Cualquier gran museo o importante coleccionista pagaría tres veces más. El precio viene justificado por una técnica en la que Chillida es prácticamente único en el mundo, la forja, con materiales de tan enorme calidad que a veces son necesarios talleres de fabricacion de barcos para doblegar las gigantescas vigas de hierro con martillos neumáticos».
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La experta en arte recordaba además que Chillida «no hace nunca esculturas huecas. Sus hierros y aceros son macizos, doblados y cortados al rojo y pueden pesar toneladas. Naturalmente son obras únicas». Y concluía –en un artículo publicado el 26 de diciembre de 1982– que su entonces discutida ubicación en Cadenas de San Gregorio «quizá mejore cuando se peatonalice la calle y el acero de la escultura se cubra totalmente de óxido, como está previsto».
El 14 de febrero de 1943, el Real Valladolid perdió en casa (1-3) frente a la Real Sociedad. El portero donostiarra era un jovencísimo Eduardo Chillida, 19 años, hijo del presidente del club. Su prometedora carrera en el fútbol se acabó por culpa de una lesión en la rodilla ocurrida ese día, tras un encontronazo con Sañudo, delantero del Pucela. Chillida, una vez truncada su carrera deportiva, encaminó sus pasos hacia el arte. Ese mismo año inició la carrera de Arquitectura, pero abandonó los estudios para entrar a dibujar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 1947. Gracias a una beca, se trasladó a París en 1948 donde realizó sus primeras esculturas figurativas en yeso. En 1951 sufrió una crisis artística y regresó al País Vasco, «lo que supuso el inicio de una obra marcada por un lenguaje más personal», explican desde su museo.
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